VALENCIA. Es una de esas tardes canallas en que en Valencia los cielos amenazan con vengar con tormenta el exceso de calentura. He venido a Solar Corona cargado de prejuicios y con la voluntad de desmentirlos o, llegado el caso, refrendarlos por completo. ¿Es esto sólo un templo de urbanismo asilvestrado erigido a mano por unos cuantos o una verdadera prueba piloto para la cultura urbana?
Solar Corona -el primer detalle: un solar con nombre; como darle identidad a los desharrapados- aparece junto al centro cultural la Beneficencia, y en una parte del Carmen a la que se le ven las reminiscencias a franja laminada por plagas bíblicas, en tránsito para regenerar sus propios tejidos.
Desde una gigantofoto colgando de la medianera, Olga Poliakoff mira señorial. Bajo de ella, un mural legendario recreando la fachada de una frutería fetén. Un perro con collar isabelino se planta en medio de la calle Corona. En el solar es día y hora de reunión, la junta de un espacio atiborrado de singularidades. Van llegando los primeros, casi todos acompañados por sus hijos. "Para tratar el mantenimiento, limpieza, logística... y después planificar los próximos eventos".
Es un lugar anclado en una área ochenta por cien propiedad privada, veinte por cien propiedad pública, con más efervescencia que varios museos locales. El colegio Santa Teresa proyecta sus películas ante cerca de 300 personas; este sábado por la noche el colegio de arquitectos traerá a futuros afiliados para mostrar trabajos ultimísimos; la escuela de diseño, EASD, expuso parte de su producción bajo el título Las joyas del Corona; las chicas de Battonz Kabaret convocaron a casi un millar ("llenazo en el solar y ¡llenazo en los balcones!"); en el verano se hizo cine, y ante una queja vecinal, y en resplandeciente respuesta, se transformó en ciclo de cine mudo. "Sin voz, pero con cine".
"En espacios tan delicados la negociación es imprescindible".
"Esto es una probeta, un hábitat donde hay que convivir con el conflicto".
Opinan los arquitectos Javier Molinero y Adrián Torres. Todos los que gestionan el bastión Corona tienen vínculos estrechos con el Carmen y entienden que en sus manos está el paréntesis de una maraña con pocos huecos para el respiro. Molinero lleva a sus hijos al colegio de aquí al lado. Domingo Mestre, gestor cultural, ya venía cuando en lugar de un solar pululaban por el área míticos nocturnos como La Torna o Planta Baja, y la calle se bloqueaba por la muchedumbre. Los años ochenta del Capsa. No estaba todavía cuando, en el otro extremo del solar, el siglo XVII amparaba una tintorería y sobre ella una carbonería.
En ese costado, hoy lucen sus ruinas, habilitadas, en planta inferior donde la temperatura desciende algún grado, como jardín de múltiples recovecos y área donde los niños juegan a ser los Goonies. "Es un juego de mayor calidad que en cualquier parque diseñado", defiende Torres.
El Solar Corona desprende aroma a desorden planificado, lo silvestre bajo las coordenadas. Una tarima en el espacio central, una pantalla a una esquina, una puerta trasera que suena a trueno, la trastienda con maneras de jardín. "La plaza equipada que ofrece servicios". De las palabras de sus anfitriones se desprende la presencia amenazante de una espada de Damócles que les sitúa entre la gloria de poder gestionar libremente un "pedacito de ciudad" y la angustia de hacerlo con la precariedad de la falta de recursos públicos, sin poder darle mayor precisión (también estética) al experimento. Mirando el ejemplo de Campo Cebada en Madrid o el Pla Buits en Barcelona.
"Es un debate presente en toda Europa". Iniciativas vecinales tomando la delantera y, como un Juan Palomo, guisando y degustando espacios caídos en abandono, devolviéndolos a la vida. Aldeas galas tomando el control en barrios que se marchaban por el retrete ante la inacción institucional.
Se escuchan voces entrecruzadas:
"El solar vive en un estado de excepción, en un impasse. Necesitaríamos salir de esa precariedad".
"Sí, es un experimento, pero también ponemos en riesgo nuestra profesión, ponemos en cuestión que pueda creerse que con costes tan bajos se pueden hacer iniciativas de este tipo"
"La gente del entorno agradece tener un espacio naturalizado en un entorno arquitectónicamente agresivo".
Todo comenzó aquí cuando en 2011 el encuentro Comboi a la Fresca eligió el solar para su encuentro de Arquitecturas Colectivas. Posteriormente, un grupo técnico decidió que el Corona fue ese "paréntesis" en el que ha acabado convertido. El constructor propietario de la mayoría del espacio -cerca de 400 metros cuadrados- lo cedió con el acuerdo de recuperarlo en cuanto pudiera venderlo. Entre tanto, buscaba desbloquear su frente con el Ayuntamiento en torno al pedazo restante, de propiedad pública. Resuelto esto, vuelve a pender la posibilidad -inherente al experimento- de que el solar Corona tenga los días contados.
"Hay gente a la que le acongoja la posibilidad de que se construya, pero esa temporalidad se asume y quizá eso estimula a no desaprovechar el tiempo", opina Javier Molinero.
"Se asume el carácter nómada", refrenda Adrián Torres.
Salgo del Corona. A pesar de la amenaza el cielo todavía no ha descargado. Convoco un sanedrín repentino para calibrar qué enseñanzas nos deja, después de todo, el rincón probeta del Carmen.
Chema Segovia arquitecto y miembro de La Ciudad Construida, pondera su trascendencia como ejemplo ante las administraciones: "Pone de manifiesto un tipo de situaciones que se dan hoy en la ciudad construida y a las que el urbanismo tradicional no está preparado para dar respuesta. Me consta que en el Corona se dedicaban grandes esfuerzos a elaborar protocolos de uso, repartos de tareas, coordinación horizontal, etc. Articulando este tipo de prácticas se aspiró a facilitar el acceso de las iniciativas ciudadanas y a servir de modelo para la administración. El resultado específico del Solar Corona era secundario, se quiso construir un canal. Es un ejemplo ambicioso entre los que buscan renovar el instrumental del urbanismo vigente".
El divulgador ambiental Andreu Escrivà celebra su vocación ajardinada: "Nos enseña que los barrios necesitan verde y sólo hay que mirar a nuestro alrededor para encontrarlo: tenemos centenares de solares que atesoran la posibilidad de convertirse en un jardín disperso, en una nueva forma de esponjar la ciudad que no implique planes de reforma interior ni la acometida de obras que duran décadas. Hay auténticos bosques creciendo en solares de la ciudad: ¿por qué no aprovecharlos? Valencia tiene la posibilidad de sembrar una malla verde que tapice toda la ciudad".
El profesor de Derecho de la UV Andrés Boix opina sobre su avance respecto a la respuesta institucional: "Demuestra que hay una crisis del modelo de intervenciones administrativas en la ciudad desde arriba, los mecanismos de los cuáles, muy poco participativos, son insatisfactorios y requieren una revisión, como ejemplifica el que sean superados por intervenciones ciudadanas directas".
María Oliver, arquitecta del estudio Mixuro, se centra en las posibles réplicas: "Oyendo hablar de este espacio, cualquier grupo de vecinos de cualquier barrio puede plantearse el gestionar de manera autónoma los innumerables recursos abandonados de esta ciudad: edificios, solares, vacíos urbanos... Únicamente necesitan un proyecto común, tiempo y un propietario dispuesto. El beneficio es casi inmediato: un huerto urbano para el cole de sus hijos, un lugar de reunión, un espacio de talleres, un solar donde jugar, un cine de verano, un espacio donde mezclarte con tu vecino, donde tejer redes que alivien el panorama económico y cultural de esta ciudad. A cambio hay que acostumbrarse al roce, al mirarse a los ojos, a la continua negociación con personas que hasta hace poco no conocías, que ni siquiera se parecen a ti, pero con las que compartes el anhelo de ese espacio donde poder expresar libremente cómo os gustaría ser".
Y sobre ello, Andreu Escrivà concluye: "La principal enseñanza que se puede extraer a mi juicio de la experiencia del Solar Corona es que la planificación decimonónica ya no sirve: que la gente está aprendiendo a tomar los espacios urbanos por su cuenta y actuar sobre ellos. Lo que demandan los ciudadanos es participar, pensar las cosas desde abajo, hacer ciudad con sus manos. Que no les crezca la ciudad como un ente extraño al lado de sus casas".
El experimento continúa.
Si seria interesante que las comunidades de vecinos se preocuparan de tener voz y voto en el urbanismo de su ciudad o barrio, pero tenemos otras muchas ocupaciones inutiles y sin responsabilidades de que ocuparnos como concentrar 50.000 personas en un partido de futbol.
Plataforma realizada por WUD studio! Encantados de participar en el Solar Corona.
Genial iniciativa, asó toda va bien
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