Artículo previo a la conversación en Espai Rambleta de esta tarde a partir de las 19:00h.
Andreu Escrivà es Licenciado en Ciencias Ambientales, Máster en Biodiversidad y divulgador ambiental
VALENCIA. València tiene menos de seis metros cuadrados de zona verde por habitante, mientras que la OMS recomienda entre 10 y 15. Y sin embargo, tiene la posibilidad de ser una de las ciudades pioneras en pasar de la mentalidad del jardín decimonónico al ecosistema urbano del siglo XXI. ¿Por qué?
Piensen en los parques más famosos que se les ocurran. ¿Ya? Pongamos que han visualizado Central Park en Nueva York, el londinense Hyde Park o, ya más cerca, el Retiro. ¿Qué tienen en común? Que están recluidos en jaulas de cemento y cristal. Que son espacios maravillosos, pero les falta algo clave para el equilibrio ecológico y ambiental: conectividad.
València ha sido históricamente una urbe estructurada alrededor del río Turia, desbordándose en una huerta fértil e inabarcable. La ciudad no ha vivido de espaldas al mar, pero tampoco lo ha abrazado como otras metrópolis mediterráneas. Quizás los conflictos con nuestra fachada marítima vienen de ahí, quién sabe. València creció al abrigo de su río, creciendo las calles como tendones que se adhieren al hueso líquido, como hebras musculares que rellenan vacíos y devienen en edificios. Y cuando nos quedamos sin esqueleto, hace cincuenta años, los sustituimos por un tapiz vegetal que nos da identidad como ciudad, que ha conquistado a habitantes y foráneos por su carácter de espacio verde valioso y singular. València tendrá pocos metros cuadrados de zonas verdes por habitantes, pero tiene un jardín al que nadie puede encerrar.
Y a pesar de ello, algo falla. El jardín del río se salvó gracias a la presión popular ("El jardí del Túria és nostre i el volem verd"), de la misma forma que lo hizo la Devesa del Saler ("El Saler per al poble") frente a movimientos especulativos. Y ahí es donde debemos aprender: los flujos que funcionan son los que van de abajo a arriba, no de arriba a abajo. Una ciudad no se puede construir sin la complicidad y el empuje de sus habitantes, o fracasará. Pocos ejemplos más claros que el de Sociópolis, quimera fracasada de lo que, según algunos, debería ser el urbanismo en el siglo XXI. El problema es que para proyectar el futuro se siguen usando instrumentos obsoletos, tecnocráticos, que sólo contemplan la consulta y no la participación. Planificar la ciudad en la actualidad demanda un marco claro, pero también herramientas flexibles, iniciativas ciudadanas, microrevoluciones a escala de solar. Los urbanitas no sólo demandamos que nos escuchen, sino también hacer, construir ciudad.
Y para conseguirlo, para explotar la gran potencialidad verde de València, la conectividad ecológica con ecosistemas periurbanos y naturales de gran valor (¿cuántas conurbaciones conocen de millón y medio de habitantes rodeadas por dos parques naturales y un espacio agrario como l'Horta?), se pueden proponer muchas acciones. Las seis que siguen son sólo un ejemplo de todo lo que València puede albergar.
1) Conectar de facto los dos parques naturales y la huerta. Si lo miramos en Google Maps hay continuidad, pero en la realidad no es así. Tenemos dos puertas inmejorables al inicio y al final del recorrido urbano del Túria, que pueden servir como nodos y conmutadores de ciclistas y peatones: el Parc de Capçalera y la Ciutat de les Arts i les Ciències. Muchos -turistas y nativos-, desorientados, no saben cómo llegar a la ciudad desde Pinedo, cómo ir a l'Albufera desde l'Assut de l'Or; no saben que después del parque urbano que está al lado del Bioparc viene un parque natural que nos conecta con Vilamarxant. Contémoslo. Digámosles que eso está ahí, que forma parte de un todo, que no hay barreras. Hablemos de un itinerario único, de un ecosistema cambiante pero siempre asociado al Túria, señalicemos los espacios protegidos y mostrémonos orgullosos de sus valores. Que el cauce del Túria sea una autopista verde más allá de Mislata y Nazaret.
2) Apostar por la custodia urbana. En un momento en el que la lentitud exasperante de la administración en acometer mejoras en los barrios espolea a vecinos a tomarse el urbanismo por su propia mano, ¿por qué no dotarnos de instrumentos de planificación y gestión que lo potencien y lo regulen? ¿Por qué no aprovechar el enorme potencial de todos los que quieren mejorar el solar de debajo de su finca, crear espacios comunes que compartir con sus vecinos? El Solar Corona o la plaza Tavernes de la Valldigna son sólo ejemplos de lo que podemos conseguir. El bosque urbano aguarda a que alguien lo siembre, y el mejor riego es siempre el de la custodia vecinal.
3) Y aún más: ¿por qué no crear una red de charcas urbanas? Las charcas, tradicionalmente asociadas con desperfectos callejeros (zonas sin pavimentar, asfalto deteriorado) son un reservorio de biodiversidad que aumenta la conectividad de los ecosistemas urbanos. Las zonas húmedas son tremendamente agradecidas, y además son una fantástica herramienta educativa para los niños. En el mundo anglosajón es común hablar de urban ponds, y aquí lo tenemos todo: solares, conocimientos técnicos sobre restauración de humedales, una ciudad que siempre ha vivido entre ríos, acequias y marjales. Atrevámonos a chapotear entre el cemento.
4) Recuperar el Turia. ¿Que vuelva a fluir el agua por la ciudad? Lo propuso el tristemente desaparecido Antonio Estevan allá por 2006 y le costó muchos disgustos explicarlo, pero también plantó la semilla: ¿Y si...? En València, cuando el río llevaba mucho más caudal del que llevaría ahora de recuperarse la lámina de agua, se comerciaba en el cauce, se hacían exhibiciones ecuestres, concursos de caza. Era un cauce vivo: ¿por qué no hoy? ¿Por qué no volver a enhebrar el hilo conductor sobre el cual se construyó la Valentia romana? Mirar desde un puente y decir: ahora sí ahora somos la capital del Turia.
5) Un frente dunar para València. Tenemos parques que intentan imitar bosques autóctonos y en el paisajismo urbano actual se potencia la naturalidad y la imbricación con los ecosistemas propios del lugar; entonces, ¿por qué no ha habido ni un sólo intento de recuperar las dunas en la ciudad? No hace falta echar abajo el paseo marítimo como en la Devesa, ni tampoco interrumpir el tránsito de turistas: hay espacio de sobra -un ejemplo: solares municipales enteros llenos de plantas invasoras- para aplicar nuestros conocimientos de restauración dunar. No hay otro parque ni jardín mejor cerca del mar.
6) Recuperar l'Horta. Hace unos años, durante la burbuja inmobiliaria, el lema era defender la huerta: había que parar como fuese al ejército de retroexcavadoras que se cernía sobre los cultivos. Ahora, empujados por el convencimiento de que la tierra es una vía de escape a la crisis y no sólo una trinchera desde la que resistir la artillería de cemento y asfalto, agricultores y habitantes se han lanzado a recuperar, a cultivar, a -ellos sí- poner en valor un agrosistema bellísimo y extraordinariamente fértil que ha resistido pese a todo. Que ha sobrevivido, al menos en parte, a los proyectos de urbanización salvaje, al olvido del Plan de Acción Terriorial de la Huerta -por dos veces guardado en el cajón-, a una ciudad que sólo veía los tomates, melones y alcachofas como un inmenso solar que vender al mejor postor.
El medio ambiente en una ciudad es mucho más que jardines; el agua mucho más que fuentes y lagunas de trencadís. València ya ha hecho lo más difícil: estar en el punto justo en el que el verde es una necesidad, no una posibilidad. Ahora sólo nos falta verlo y cambiar de mentalidad: pasar del jardín trazado con tiralíneas al ecosistema urbano que nos haga vibrar.
Tu articulo me ha parecido muy interesante. Para mi no habria nada mejor que circular por la V-30 y ver el cauce lleno de agua, sin embargo, cuan factible es esto? Imagino que seria una gran inversion y que ciertos embalses se verian perjudicados. Un placer leer este periodico online. Un saludo!
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