NUEVA YORK/VALENCIA (EFE/CP).- Nadie lo diría, pero Bruce Springsteen, The Boss, cumple este martes 65 años, una espléndida entrada en la tercera edad sin ánimo de bajar su actividad musical, sin dejar de sacarle los colores, los buenos y los malos, a su bandera y, eso sí, empezando a contar cuentos.
Solo la publicación de Outlaw Pete, el cuento no tan infantil que saldrá a la venta el 4 de noviembre, puede indicar que Springsteen está cerca de la figura de un abuelo, pero en cada concierto que da en directo, con estadios abarrotados y sin mirar la hora, se aleja más y más de una posible jubilación. De hecho ha sido siempre una broma habitual en algunas de su giras, como en la de Tunnel of Love: cuando lleva dos horas de concierto, un miembro de su equipo sale, le enseña un reloj de pulsera, Springsteen mira al público, mira a su compañero, le quita el reloj, lo lanza a la gente y hace que vuelva a sonar la música.
"La vida adulta consiste en lidiar con un gran número de preguntas que no tienen respuesta. Ese es el misterio que dejo que se instale en mi música. No niego nada. No defiendo nada. Solo vivo con ello", es la gran lección que la edad le ha dado a Springsteen. Una lección liberadora y rejuvenecedora para alguien que intentó siempre encontrar respuestas.
Su búsqueda de la verdad, de la emoción, de la belleza, le ha hecho vender 120 millones de discos. La industria también se ha rendido a sus pies y ha ganado a lo largo de su dilatada carrera 20 premios Grammy, dos Globos de Oro y un Óscar, y el título de su últimos disco, High Hopes (Grandes esperanzas) no deja lugar a las dudas de su estado de ánimo. En su caso no es que el viejo rockero nunca muere, sino que, directamente, no envejece. Y el mejor ejemplo de ello se puede comprobar en su último vídeo, parcialmente codirigido por él, 'Hunter of invisible game'.
Convertido en un icono de los Estados Unidos, Springsteen es un héroe de la clase trabajadora estadounidense. Nacido en el estado residencial de New Jersey, en un hogar de clase ya no obrera, sino en busca de trabajo, su madre era la que traía el dinero a casa y su padre, sin empleo, se debatía entre la autocompasión y la crisis de masculinidad.
Ese modelo de familia, aunque no acababa de ver con buenos ojos su pasión por la música, lo que no impidió a su madre regalarle sus primeras guitarras, le llevó a una profunda admiración por el tesón de la mujer y un entendimiento del trabajo como dignificación del hombre, lo que le permite definir su método para el éxito en directo a la simple fórmula de "salir (al escenario) y sudar", como suele decir.
Es de hecho su durante un tiempo difícil relación con su padre la que marcó su adolescencia y su reconciliación la que señala el inicio de su madurez. No sería hasta que su padre enfermase durante la gira de The River que fue a verle a un hospital de California que rompe el muro que les separaba. Así lo relata en el libro de Bruce springsteen. Más duro que los demás, de June Skinner Sawyers.
"Empecé a pensar cuando iba hacia allí en todas las cosas que siempre quise decirle y que nunca le dije y siempre me imaginé que, bueno, algún día nos sentaríamos y hablaríamos sobre todo esto, hablaríamos de por qué las cosas fueron así cuando yo era joven, hablaríamos de por qué él se sentía del modo en que se sentía", dijo el propio Springsteen en un concierto en 1981 en New Jersey.
Esta relación inspiraría canciones como ‘Independence Day' y que cambió definitivamente a mejor a partir de su propia paternidad, como le confesaría al periodista Ed Bradley del programa 60 minutos en 1996. Un cambio que se tornó amor y comprensión. Y con el tiempo llegó a decir: "Vi cómo mi padre anciano acabó como una víctima, y ni siquiera lo sabía".
Obsesionado con no repetir los errores de su padre, un hombre que sólo salió de casa para combatir en la II Guerra Mundial y que después estuvo sometido a los rigores del capitalismo más ramplón, con periodos de desempleo, Springsteen encontró en el rock el refugio para aspirar a una vida mejor. Era un chico que sabía tocar la guitarra y la armónica, había visto a Elvis Presley en la televisión, y sobre todo tenía un alma que le hacía ver todas las cosas que no le gustaban de su país.
"Creo que la política viene de la psicología, y la psicología viene de tus años de formación, por supuesto", aseguraba hace dos años en París, y es por eso que ha luchado siempre desde las letras de sus canciones, siempre combativas desde el costumbrismo.
Y es que fue su música la que le puso en contacto con el mundo. "Hasta que me di cuenta de que la música rock era mi manera de conectarme con el resto de la raza humana sentía que me moría, por alguna razón que desconocía", es como define su pasión.
'Nebraska', 'Atlantic City', 'Streets of Philadelphia', 'Land of Hope and Dreams', 'American Skin (41 Shots)', además de ese 'Born in the USA', que fue utilizado a su pesar por Ronald Reagan para su reelección, dan a entender lo pegada que está su inspiración a su país, y su película favorita cuando era niño era el western de John Ford Centauros del desierto.
Siempre orgullosísimo de sus orígenes, Springsteen se ha convertido así en el heredero natural de su admirado cantautor folk Pete Seeger, a quien dedicó el disco We shall overcome, y como él lucha por desviar el orgullo patriótico de quienes tienen el relumbrón estelar a los que baten el cobre, "marcar la distancia entre la realidad americana y el sueño americano", como él dice.
Fue precisamente con la gira por este disco que Springsteen visitó por primera vez la Comunidad Valenciana, en octubre de 2006, en el estadio Ciudad de Valencia del Levante, ante 25.000 fans enfervorecidos. Y regresaría tres años después para actuar en julio de 2009 en el estadio de Foietes de Benidorm ante 30.000 personas. España es uno de sus territorios más propicios y Barcelona su ciudad fetiche.
En su manejo de los términos aparentemente opuestos, además de aunar patriotismo y sentido crítico, siempre ha defendido también que el catolicismo combina con el espíritu libre del rockero. "Vivía al lado de una iglesia y durante años vi todas las bodas, bautizos y oficios que allí sucedían. Una vez que eres católico, lo eres para siempre. Me ha dado algunos quebraderos de cabeza con el sexo..., pero está bien", aseguró también en París en 2012.
Fue una de las voces del gran concierto de Live Aid de 1985, en 1998 lideró el cartel del macroconcierto de Amnistía Internacional y en 2002 participó en la gira de conciertos Vote for Change, una lucha por el cambio que le ha dado sus satisfacciones: "Tenemos un presidente afroamericano en los Estados Unidos, algo que nunca pensé que viviría para ver", dijo a principios de año.
Con o sin su legendaria The E Street Band, con sus aproximaciones a la balada, al country o incluso al pop, Bruce Springsteen no ha buscado desesperadamente renovar su público y no ha entrado en las estrategias de promoción de las compañías discográficas (cada vez es más alérgico a las entrevistas) sino por caminar del lado de los acontecimientos, que ha seguido siempre de cerca.
Su carrera ha sido y es inabarcable y en el camino ha perdido a grandes amigos como Clarence Clemons, saxofonista, hermano de sangre, fallecido en 2011, y antes Danny Federici, el brillante teclista original de la E Street Band, muerto en 2008.
¿Qué se puede esperar, entonces, del futuro de Bruce Springsteen? Lo definió él mismo cuando presentó a Seeger en su 90 cumpleaños. "Va a parecer un abuelo con una camisa de franela y un sombrero extraño. Pero será un abuelo que puede darte una patada en el culo, que a los 90 años sigue siendo una daga furtiva que atraviesa el corazón de los delirios que este país tiene sobre sí mismo". Una descripción que se le ajustará a él como un guante. Nacido para correr, correrá hasta el final.
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