VALENCIA. Es uno de esos personajes clásicos que aparecen de manera cíclica en la cartelera. El Conde Drácula es un filón cinematográfico desde los orígenes del cine, y su poderoso atractivo no ha menguado con el paso del tiempo. En unas semanas, se estrenará Drácula: La leyenda jamás contada (Dracula Untold, Gary Shore, 2014), donde la vuelta de tuerca consiste en contar la verdadera historia de Vlad Tepes, el sanguinario Príncipe de Valaquia que luchó en el siglo XV contra el expansionismo otomano e inspiró a Bram Stoker a la hora de escribir una de las novelas más famosas de todos los tiempos. No es la primera vez que el cine se interesa por la figura de "El Empalador", como se le conocía en la época por la crueldad con que trataba a sus víctimas. Entre otras, Vlad Tepes (Doru Nastase, 1979) ya proponía una aproximación histórica al personaje, aunque lo que aquí nos interesa es dejar a un lado la (supuesta) verdad y centrarnos en el mito cultural.
Desde los tiempos del cine mudo, la presencia de Drácula es una constante en la historia del cine. Es bien sabido que la expresionista Nosferatu (Nosferatu, Eine Symphonie des Grauens, F. W. Muranu, 1921) era una adaptación libre de la novela de Stoker, aunque el protagonista fuera renombrado Conde Orlock por problemas con la adquisición de los derechos del libro. Ese mismo año, el director austrohúngaro Károly Lajthay filmaba Drakula halála, donde el personaje ya aparecía usando su verdadero nombre. Desde entonces, resulta incontable la cantidad de veces que el célebre chupasangre se ha asomado a la pantalla, incluyendo el remake de Nosferatu (Nosferatu: Phantom der Nacht) realizado en 1979 por Werner Herzog, protagonizado por un Klaus Kinski tan turbador como lo había sido Max Schreck en la versión silente.
EL PODER DEL CONDE
De hecho, pocos recuerdan otros papeles de Schreck, del mismo modo que también todo el mundo asocia a Bela Lugosi con Drácula. Su memorable interpretación en la versión, ya sonora, de Tod Browning, realizada en 1931, le identificó de tal manera con el personaje, que acabó trastornado. La prueba es que en su testamento indicó que deseaba ser incinerado vistiendo su disfraz de vampiro, y así se hizo. Un último homenaje a una película que resumía las señas de identidad del fructífero ciclo de terror de la Universal.
Otro actor cuya imagen resulta inevitablemente unida a Drácula es Christopher Lee. Su encarnación del personaje coincide con el auge de la productora británica Hammer, que revisitó los mitos del terror clásico aprovechando las posibilidades del color y la mayor permisividad de la época (finales de los cincuenta y década de los sesenta). El conde interpretado por Lee (siempre con Peter Cushing tras sus pasos) potenciaba las alegorías sexuales asociadas al mito (el mordisco que simboliza la penetración) y ofrecía una lectura más moderna de la historia al espectador. La mejor cinta del periodo está firmada por el gran Terence Fisher: Drácula (Horror of Dracula, 1958), director que volvería sobre el personaje en Drácula, príncipe de las tinieblas (Dracula: Prince of Darkness, 1966). A raíz del éxito obtenido, la productora comenzó a utilizar a Lee en todo tipo de subproductos, incluso entrados ya los años setenta.
Aunque Frank Langella incorporó a un conde con aire de dandy decadente en el desubicado Drácula de John Badham (1979), habría que esperar hasta 1992 para encontrar a otro actor que se identificara tan intensamente con el personaje. Fue Gary Oldman, en Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker's Dracula), interesante, aunque pomposa, versión de Francis Ford Coppola que desde el título se arrogaba la cualidad de ser la adaptación cinematográfica más fiel al texto de la novela original. La película servía también para dar, si es que era necesario, un barniz arty e intelectual (director de prestigio, gran presupuesto, ambiciones comerciales) a una historia que quizá llevaba demasiado tiempo relegada a los sótanos de la serie B, la parodia y la cultura pop, a donde no tardaría en volver gracias, precisamente, al revival del personaje propiciado por Coppola, que tendría consecuencias como Drácula, un muerto contento y feliz (Dracula: Dead and Loving It, Mel Brooks, 1995), con el inevitable Leslie Nielsen, o Drácula 2001 (Dracula 2000, Patrick Lussier, 2000), producida por el oportunista Wes Craven.
MUNDO BIZARRO
A lo largo de la historia, el personaje de Drácula ha dado tanto juego en el cine mainstream como en los márgenes de la industria. Y la versiones alternativas son de calidad mucho más ínfima que las conocidas por el gran público, pero infinitamente más divertidas. Quienes piensen, por ejemplo, que la moda de las secuelas es relativamente reciente, pueden echar un vistazo a las películas surgidas tras el éxito de Bela Lugosi y Tod Browning: La hija de Drácula (Dracula's Daughter, Lambert Hillyer, 1936) y El hijo de Drácula (Son of Dracula, Robert Siodmak, 1943).
¿Creen que los mash ups se inventaron con películas como Aliens vs. Predator (Paul WS Anderson, 2004) o Freddy vs. Jason (Ronny Yu, 2003)? Eso es porque no han tenido la suerte (o la desgracia, según se mire) de ver Billy The Kid Versus Dracula (William Beaudine, 1966): Un sesentón John Carradine encarna a Drácula, que planea convertir en su próxima víctima a la hermosa dueña de un rancho en el Oeste americano. Pero no cuenta con que el novio de la muchacha es nada menos que el famoso forajido Billy El Niño, que le dará su merecido. Filmada en 'shockorama' (?), se proyectaba en los autocines en programa doble (no es broma) con Jesse James contra la hija de Frankenstein (Jesse James meets Frankenstein Daughter, William Beaudine, 1966), en cuyo argumento no nos extenderemos por razones obvias.
No se vayan todavía, aún hay mas. ¿No era el objetivo de la blaxploitation de los años setenta que la comunidad afroamericana dispusiera de héroes cinematográficos con los que identificarse al margen del mundo blanco? Pues si tuvieron a Shaft, su propio Harry Callahan, no iban a ser menos con Drácula. Así nació Drácula negro (Blacula, William Crain, 1972), protagonizada por William Marshall, príncipe africano mordido por el Drácula original que se dedica a impartir justicia entre traficantes de droga y homosexuales por las calles de Los Ángeles. En la época, se anunció como la primera película de terror negra, y su éxito propició el rodaje de Grita Blácula grita (Scream, Blacula, Scream, Bob Kelljan, 1973). El trailer, que no tiene desperdicio, lo presentaba como el "Dracula soul brother". Verídico.
En México no se quedaron atrás, y no pudieron resistirse a la tentación de enfrentar al más famoso vampiro con su héroe nacional. En la rocambolesca Santo en El Tesoro de Drácula (René Cardona, 1969), el enmascarado utiliza una máquina del tiempo para dar caza al conde, mientras que en Santo y Blue Demon vs. Drácula y el Hombre Lobo (Miguel M. Delgado, 1973) los mamporros se reparten a pares.
La primera comedia abiertamente erótica con el personaje de por medio es Dracula (The Dirty Old Man) (William Edwards, 1969). Pese al título, y para evitar complicaciones, el protagonista se llama Alucard, y se pasa el metraje buscando vírgenes con aviesas intenciones. Una bagatela, si la comparamos con Drácula chupa (Dracula sucks, Philip Marshak, 1978), porno repleto de actores clásicos del género como Jamie Gillis, Anette Haven, Serena, John Leslie, Seka o John Holmes. Una cinta con ambiciones que también tuvo versión softcore. La cinta de Coppola tampoco se quedó sin versión X: Vampire's Kiss (Scotty Fox, 1993), con Jonathan Morgan y Nikki Dial. En todos estos casos, las sutilezas de la Hammer daban paso a una lectura absolutamente literal de los instintos sexuales de los personajes.
El recorrido podría ser interminable, pero lo cerraremos con algunas aportaciones españolas. La más evidente, El Conde Drácula (Nachts, wenn Dracula erwacht, 1970), co-producción internacional dirigida por Jesús Franco que contó con Christopher Lee como protagonista (y Klaus Kinski en el papel de Renfield). Otro clásico del terror casposo hispano, Paul Naschy (el inefable Jacinto Molina), encarnó al vampiro en El gran amor del Conde Drácula (Javier Aguirre, 1972), aunque sin duda la aportación estatal más bizarra a este listado es El jovencito Drácula (Carlos Benpar, 1975), producida al abrigo de la exitosa El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, Mel Brooks, 1974). Si decimos que el papel de Mina Harker lo interpretaba Susana Estrada, no hace falta añadir mucho más. Si Stoker levantara la cabeza...
Gracias, Davinia. La verdad es que sería interesante investigar en ese nombre, porque también existe una película de terror mexicana muy interesante que se titula "Alucarda" (1978).
Grande, Eduardo. Hacer una compilación de los Dráculas es tarea minuciosa. Por cierto, conozco una serie manga llamada Hellsing que también tiene a Alucard como personaje principal ¿Te suena?. Saludos!
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