VALENCIA. Andamos tan necesitados de nuevos gigantes del rock que a veces no reparamos en que muchas veces tienen los pies de barro. Cuesta horrores dar en los últimos lustros con trayectorias sólidas, en las que la chispa de genialidad de un inicio de carrera fulgurante prolongue su combustión durante cerca de una década. El caso de Ryan Adams, quien ha estado cerca de esa consistencia pero frecuentemente ha caído en una producción voluble, tampoco dejar de ser paradigmático al respecto.
Su empeño por deslindar sus caprichos creativos de las exigencias de los sellos discográficos a los que ha estado ligado, sus frecuentes encontronazos con la prensa y alguna que otra espantada del escenario le granjearon el perfil de enfant terrible del rock norteamericano, prácticamente asumido desde que debutó en solitario justo con el cambio de siglo, con aquel fabuloso Heartbreaker (Bloodshot, 2000) que certificaba su mayoría de edad creativa tras su paso por Whiskeytown, notoria formación de lo que entonces se daba en llamar country alternativo, y con quienes despachó cuatro álbumes entre 1996 y 2001.
Tanto la prensa como su base de fans han querido ver en él al más firme legatario de una estirpe de nombres siempre deletreados bajo el peso de la leyenda: Neil Young, Van Morrison, The Rolling Stones, Bob Dylan, The Byrds... incluso Gram Parsons, Uncle Tupelo o los aún lozanos The Replacements han sido invocados cada vez que el de Jacksonville editaba un nuevo álbum.
No es de extrañar, dado que Adams encarna como pocos (Pete Yorn fue su única sombra) el prototipo de rockero total, de sesgo clásico, trazo individualista y con esos caprichos que revelan un temperamento siempre entre la genialidad y la boutade. Alguien capaz de lo mejor y (a veces también) de lo peor, con un carisma que conjuga tal cantidad de guiños y apelaciones a una audiencia potencial tan transversal que puede empatizar a la perfección con cualquiera de los muchos registros que, por pura necesidad o por capricho, a explotado a lo largo de su carrera.
Quince discos en solo catorce años, y nos ceñimos solo a las entregas oficiales, dan fe de lo prolífico de su obra. Diecisiete si le sumamos los editados con su banda matriz. Lo voluble de su listón cualitativo no siempre justifica plenamente la inversión en ellos. Su trayectoria daría para un excelente álbum recopilatorio doble (aún no editado), al tiempo que costaría consensuar cuál de todos sus discos ofrece su máxima expresión de plenitud, su cima inveterada. Cosas de la incontinencia y cierta irregularidad. En todo caso, la cifra de trabajos puestos en el mercado, siempre rica en momentos notables (aunque más diseminados de lo deseable) no está nada mal para un tipo al que aún le quedan algunos meses para cumplir los cuarenta años.
Esta misma semana vuelve a estar de plena actualidad por la edición de un álbum homónimo y autoproducido (Ryan Adams, Pax Am/Blue Note, 2014), cercano a las claves que han marcado sus últimos trabajos, y por un trabajo alternativo de corte más vigoroso e irascible (1984, Pax Am, 2014), que parece rendir tributo a The Replacements, Hüsker Dü y demás estandartes del rock indie norteamericano de los 80 (en sus propias palabras, a lo que proponían sellos como Dischord, SST o Touch & Go). En su más puro estilo, despachando discos por partida doble. Y, lo mejor de todo: en un notable estado de forma.
MULTINACIONALES QUE MUERDEN
Los desencuentros de Adams con sus sellos han sido notorios. No solo han acaparado jugosos titulares de prensa, sino que algunos de ellos han generado trabajos alternativos, concebidos a modo de desafío. El estupendo Gold (Lost Highway, 2001), uno de los trabajos clave del rock norteamericano post 11-S, fue extraordinariamente acogido en su momento. Un álbum doble que certificaba que estaba en vena, hasta el punto de que solo un año más tarde disponía de más de 60 canciones pendientes de ver la luz.
La criba inicial se ceñía a una selección de temas bajo el epígrafe The Suicide Handbook, pero el sello Lost Highway (que se precia de dar plena libertad creativa a sus músicos, pero no deja de pertenecer al entramado empresarial de Universal) desechó la idea por considerarla demasiado triste y poco comercial para una estrella en auge. El resultado final de la componenda fue el discreto Demolition (Lost Higway, 2002), uno de los trabajos menos laureados de su trayectoria.
No contento con ello, Ryan Adams cogió el guante lanzado por su sello y se propuso componer un álbum deliberadamente comercial, una suerte de corte de mangas a su propia casa discográfica, verificando que si de lo que se trataba era de estar a la altura del rock corporativo de las grandes multinacionales y el sonido de las emisoras de FM, él estaba igual o más dotado que nadie. Solo era cuestión de proponérselo.
El desenlace de la rabieta fue Rock'N'Roll (Lost Highway, 2003), un álbum que desde su misma portada a su título, pasando por el contenido de todas y cada una de sus canciones, proponía un delicioso juego alrededor de los tópicos asociados al rock comercial. Tomando préstamos deliberados de títulos de canciones de Pink Floyd, Led Zeppelin o The Beatles y tratando de adelantar por la derecha a los por entonces nuevos heraldos de la vuelta a la esencia del rock de guitarras (fundamentalmente The Strokes y The White Stripes), Adams tramaba una travesura de la que salió muy bien parado, y que consistía básicamente en batir (jugando en su propio terreno) a The Strokes ('This Is It'), Oasis ('Shallow'), U2 ('So Alive') y hasta The Smiths ('Anybody Wanna Take Me Home'). Podría haber sido una patraña, pero acabó siendo un puñetazo sobre la mesa que certificó su enorme versatilidad.
Love Is Hell (2003), por su parte, que también constituía en aquel momento un motivo de enfrentamiento con Lost Highway, era un álbum más oscuro y meditabundo, en el que su propia compañía no tenía demasiada confianza, por lo que tuvo que ser publicado de forma troceada en sendos EPs. Y todo para acabar más tarde siendo unificados como un solo álbum, en 2004.
El conflicto tardó unos años en desembocar en divorcio, ya que Adams, compartiendo el modus operandi de esos directores de cine que compaginan la comercialidad con entregas más propensas a la etiqueta de autor (como Woody Allen o Clint Eastwood), fundó en 2004 Pax Am, su propio sello, en el que fue dando salida a aquellas ediciones que no tenían cabida bajo los auspicios de Lost Highway.
No obstante, el vínculo con la subsidiaria de Universal se disolvió en 2008, tras la finalizar contrato con la edición del estimable Cardinology (Lost Highway, 2008), el último disco que entregaría (ya con The Cardinals como banda de acompañamiento) para el sello de Elvis Costello, Shelby Lynne, Drive-By Truckers, Lyle Lovett, Lucinda Williams o The Eagles.
VIDA DE ESTE CHICO
Queda claro que el de Ryan Adams no es precisamente un talento dócil o fácil de manejar. Su historial de incidencias refuerza algunos de los tópicos asociados al rock'n'roll way of life, algo que siempre supone un cierto factor de fulgor mediático que sus canciones (obviamente) no deberían necesitar. A finales de 2009 se otorgó a sí mismo un alto en el camino a consecuencia de la enfermedad de Ménière, una dolencia que afecta a la estabilidad y a la audición, y que le venía acarreado frecuentes episodios de vértigo. Suerte que unos años antes, en 2006, abandonó definitivamente su dependencia de las drogas (heroína y cocaína), el alcohol y las pastillas.
Son célebres algunas de sus espantadas en escena, dejando al personal a medio concierto. O algunas de sus tambaleantes interpretaciones, cuya solidez solía depender del viento hacia el que soplara su mercurial humor o su circunstancial capricho. Tampoco sus relaciones con la prensa han sido nunca precisamente fluidas. El crítico Jim DeRogatis (Chicago Sun-Times, Spin) escribió una crítica poco laudatoria sobre un concierto suyo en Chicago, en 2003, en el que Adams se vanagloriaba de ser más divertido que los propios Wilco. La respuesta del rockero no tardó en hacerse esperar: dejó un mensaje en el contestador del periodista que resultó ser cualquier cosa menos amable, y que el propio cronista se encargó de hacer pública.
Tampoco algunos de los periodistas españoles han salido precisamente bien parados de sus encuentros con Ryan Adams. La revista mensual Mondosonoro no tuvo un encuentro que se pueda calificar como agradable cuando le entrevistó por teléfono en 2002, a propósito de Demolition. La conversación comenzó mal, y termino aún peor. Charla tensa y abrupto final, con Adams colgando el teléfono a Xavi Llop, el entrevistador de turno. Y es que parece que acepte de muy buen grado las críticas a su trabajo.
DOS MEJOR QUE UNO
Su reciente álbum homónimo (Ryan Adams, Pax Am/Blue Note, 2014), editado esta misma semana, marca su traslado a Blue Note, el histórico sello de jazz neoyorquino en el que también han militado Van Morrison o Elvis Costello, si bien bajo un acuerdo de distribución, ya que el disco viene inicialmente auspiciado por Pax Am, el propio sello del cantante.
A su propio nombre (y sin banda), autoproducido y con un primer plano de su semblante en la portada: así de autónomo es el pálpito actual de Ryan Adams, que perfila en este trabajo una inspirada panorámica de lo que ha sido su carrera hasta ahora, entre medios tiempos, letanías crepusculares y emanaciones de combustible rock vitalista y a la antigua usanza, de las que serían vademécum frecuente en la era dorada de las emisoras de FM americanas. Un trabajo inspirado, que puntúa entre lo mejor de su producción. Y que reafirma la positiva senda por la que viene transitado en los últimos tiempos, con discos como Easy Tiger (Lost Highway, 2007) o Ashes & Fire (Capitol, 2011).
Y quien quiera una buena ración de frenesí punk rock a la antigua usanza, evocando los modismos de la escena underground yanqui de los 80, tiene un efervescente complemento en 1984 (Pax Am, 2014). La otra cara de la moneda de un compositor que no ha tenido nunca reparos en sumergirse en solventes ejercicios de estilo, como el country ortodoxo de Jakcsonville City Lights (Lost Highway, 2005).
Veleidoso, inconstante y antojadizo. Pero también versátil, polivalente y ducho como pocos para abordar cualquier rama del árbol genealógico del rock de raíz americana, y salir generalmente bien parado. Así es Ryan Adams. Si no existiera, habría que inventarlo.
Gran Artículo!!! Este tipo se empeña en seguir sacando discazos, el último una auténtica pasada rock limpio y y tremendamente producido
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