TORONTO. Como todo festival de clase A que se precie, Toronto es sinónimo de felices (o todo lo contrario) hallazgos. Pero nunca uno tan inesperado como la respuesta de Geraldine Chaplin, presente en el TIFF como protagonista de la película dominicana Dólares de arena, a la pregunta de cuál ha sido la película que más la ha impresionado en los últimos años: Magical Girl.
La desasosegante y rotunda relectura del mito de la mujer fatal del español Carlos Vermut ha dejado a la hija de Charlot tan conmocionada que le costaba argumentar su arrebato. Una expresiva mueca de boca y ojos abiertos refrendaba el puzzle de sumisión, cosplay, sadomasoquismo y enfermedad terminal que el director estrena estos días en la capital canadiense previo a su puja por la Concha de Oro en el festival de San Sebastián.
La hija de Charlot no ha sido la única en destacar su valía, también lo ha hecho el director artístico del TIFF, Cameron Bailey, al citarla como una de sus películas favoritas de esta edición.
Geraldine ha sido una de las muchas leyendas vivas del cine que estos días se han liado la manta a la cabeza para presentar películas en las que ya les da igual ocho que ochenta, en una celebración de la autoparodia y del exceso.
En su caso, el papel de una "vieja pelleja" -Chaplin dixit- enamorada de una adolescente en el recodo turístico Las Terrenas de la República Dominicana. El drama social es la cuarta película de Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán, conocidos de los amantes de la letra pequeña de los festivales por sus películas Cochochi y Jean Gentil.
Gerarda, como se autodenomina, no ha sido la única en tomarse licencias a estas alturas de su carrera profesional. Ahí ha estado una recauchutada Jane Fonda haciendo mofa de sus pechos biónicos en la comedia coral Ahí os quedáis, o Al Pacino, en una no tan graciosa exploración del declive de un actor teatral en la adaptación de la novela homónina de Philip Roth La humillación, a cargo de Barry Levinson.
Recíproca es la expectación que generan sus presencias en Toronto (y las de Diane Keaton, Dustin Hoffman, Liv Ullmann, Morgan Freeman y Robert Duvall) a su generosa disposición a compartir sabiduría y batallitas. Así se justificaba Pacino en rueda de prensa: "Esto es lo que pasa cuando te haces viejo. Es como correr a la primera base... te pones en marcha y de repente dices: "Joder, mejor no parar porque si no me caeré".
El italoamericano ha acudido a la capital de Ontario con dos títulos. El segundo fue Manglehorn, la historia de un cerrajero que ya ha superado los 70 años, pero no por ello la pérdida del amor de su vida. El director, David Gordon Green, sólo concebía al neoyorquino para el rol. Lo cual trajo a la mente del veterano actor el guante que Coppola le echó al ficharle como Vitto Corleone: "Francis me quería en El padrino por encima de todas las cosas; nadie más compartía su idea, pero él se empecinó y creyó en mí. Cuando algo así sucede, sabes que el director va a brindarte todo su apoyo".
Y así, una anécdota tras otra, con las que podrías llenar la memoria de la grabadora. Pero si en esta edición del TIFF ha habido alguien que ha saciado de chascarrillos a público y medios, ese ha sido Bill Murray. Del coqueteo guasón con las féminas de la prensa al estupor al saberse homenajeado durante el Festival con la declaración del 5 de septiembre como el Día Murray: "¡Pero si no estoy enfermo!", pasando por su atuendo en el encuentro con el público tras el pase de Los cazafantasmas, en el que confío: "Sabía que me iba a hacerme rico y famoso y que podría vestir de rojo y que me diera todo igual".
La actriz cómica Melissa McCarthy, miembro del reparto de la nueva comedia del actor, St. Vincent, también surtió de un buen puñado de desmanes del excéntrico Murray en el rodaje, como sus desapariciones para hacer nuevos amigos entre los vecinos de las casas cercanas al set o la interrupción de la filmación en un hipódromo para darse unas vueltas en coche por la pista.
FESTIVAL DEL HUMOR
McCarthy ha sido sólo una del desfile de la plana mayor de la comedia actual en EE.UU. Para secundar el gran momento generacional del humor catódico, con saltos recurrentes a la gran pantalla, también han estado estos días en Toronto Chris Rock, con su tercera película tras la cámara, la desternillante Top Five, en la que interpreta a un alter ego al que se le dan mejor las tablas que la vida real; Kristen Wiig, con su dramedia Welcome to Me, sobre una mujer con trastorno de personalidad que tras ganar la lotería comienza a presentar un reality sobre su vida; y Jason Bateman y Tina Fey, que, desafortunadamente, pierden su punch en la citada Ahí os quedáis. La película de Shawn Levy, sobre el reencuentro de los cuatro hermanos de una familia disfuncional con motivo del funeral de su patriarca, resulta fallida en la orquestación de sus primeros violines y forzada en el cierre siempre conciliador de los conatos de conflicto entre los miembros del clan.
La agradable sorpresa en este ámbito ha sido el debut en la dirección del presentador de The Daily Show, John Stewart. El cómico ha trasladado su contrastado interés televisivo en el análisis político a la gran pantalla con Rosewater. El drama recoge la historia real del periodista canadiense de origen iraní Maziar Bahari, interpretado por Gael García Bernal, quien tras participar en el programa de Stewart fue detenido durante cinco meses por las autoridades persas acusado de espionaje. Su interrogador, al que nunca vio por hallarse vendado, desprendía una fragancia a agua de rosas.
VIDA, OBRA Y MILAGROS DE LA CIENCIA
El relato de la suerte de Bahari es representativo de la querencia esta edición por los filmes basados en hechos reales. Los dos ejemplos con más números para el Oscar a sus protagonistas son Foxcatcher, donde se relata un suceso trágico protagonizado por un luchador olímpico y su patrocinador en Seúl 88, interpretados, escalofriantemente, por Channing Tatum y Steve Carell, y Wild, en la que Reese Witherspoon incorpora a Cheryl Strayed, una ex yonqui que superó su adicción con una marcha de 1.700 kilómetros por la costa del Pacífico.
También los biopics se han sucedido. Benicio del Toro ha presentado su más que aceptable encarnación del narco colombiano Pablo Escobar en Paradise Lost, y Willem Dafoe da vida a Pasolini en el último día de su vida bajo las órdenes del siempre controvertido Abel Ferrara, quien en marzo declaró a la prensa italiana saber quién era el responsable de la muerte del director de Saló. La película resulta en ocasiones confusa y sólo apta para versados en la vida del intelectual y visionario cineasta, pero, por lo general, no tan áspera como otros títulos de Ferrara.
Por último, un par de biografías cinematográficas centradas en las dificultades personales de dos científicos claves del siglo XX. Si en 2001 Ron Howard abordaba las dificultades de pareja del matemático John Forber Nash, aquejado de esquizofrenia, en Una mente maravillosa, este 2014, James Marsh recrea en La teoría del todo el cuarto de siglo de sufrido matrimonio entre Stephen Hawking, aquejado de ELA, y su esposa. Su director, ganador del Oscar 2008 al mejor documental por Man on Wire, soslaya la sacarina, que no así el preciosimo, en el repaso a una convivencia esforzada y basada en el compromiso personal.
El biopic que sí peca de no entrar a saco en el reverso tenebroso de su historia es The Imitation Game. La biografía de Allan Turing, el matemático que descifró el código Enigma durante la II Guerra Mundial, arranca cuando fue acusado de grave indecencia por su relación con un joven de 19 años. Su interrogatorio es el punto de partida para relatar la vida del proto computador, pero evita hacer hincapié en los sinsabores de su homosexualidad.
Fotos promocionales, gentileza de TIFF
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