VALENCIA. En 1962, la prestigiosa Cinémathèque Française dedicó una retrospectiva a Buster Keaton. Aunque seguía trabajando esporádicamente en televisión, el actor y director americano no atravesaba su mejor momento. De hecho, se encontraba en el ocaso de su vida: Moriría solo cuatro años después, víctima de un cáncer de pulmón. Pero aquel homenaje en París reactivó el interés por su obra a nivel mundial y le coronó como uno de los grandes genios de la comedia de todos los tiempos. A partir del 23 de septiembre, la Filmoteca Valenciana recupera casi al completo su filmografía muda, ofreciendo una nueva oportunidad de redescubrir al maestro del 'slapstick', el humor basado en la actividad física y los gags visuales desenfrenados, repleto de golpes brutales, persecuciones y situaciones absurdas y estrafalarias.
La recuperación que propone la Filmoteca no puede ser más oportuna, ya que de algún modo pone sobre la mesa la necesaria reivindicación periódica de los clásicos. Hace unas semanas, un grupo de especialistas elaboró para la web Sensacine un informe con "Las 100 mejores comedias de la historia del cine". Más allá del carácter intrínsecamente polémico de todo listado, resultaba sorprendente comprobar que títulos como Zoolander (Ben Stiller, 2001), El reportero (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, Adam McKay, 2004) o Zombies Party (Shaun of the Dead, Edgar Wright, 2004) se colaban en el Top 10 mientras que Keaton no aparecía hasta el puesto número 50, con, por supuesto, El maquinista de la General (The General, Clyde Bruckman y Buster Keaton, 1926). El revisionismo moderno se permitía rehabilitar con mayor énfasis a Zucker, Abrahams y Zucker que a un pionero relegado a la condición de mera reliquia histórica.
Bien es cierto que, de no ser por el trabajo de algunos estudiosos y coleccionistas, quizá la figura de Keaton fuera hoy de menor magnitud histórica. El ciclo de la Cinémathèque, así como los que vendrían después en todos los rincones del mundo, hubiera sido imposible sin el trabajo previo de Raymond Rohauer, que a partir de 1954 comenzó a recuperar negativos y realizar restauraciones con objeto de que las películas de Keaton no cayeran en el olvido. Gracias a su labor, hoy podemos disfrutar de títulos como Tres edades (Three Ages, Buster Keaton y Eddie Cline, 1923), El moderno Sherlock Holmes (Sherlock Jr., Buster Keaton, 1924), El colegial (College, James W. Horne y Buster Keaton, 1927) o El héroe del río (Steamboat Bill, Jr., Buster Keaton y Charles Reisner, 1928). Algunas de ellas, por cierto, cedidas por el actor James Mason, que había comprado su casa a Keaton y conservaba las latas de celuloide almacenadas en la propiedad.
NACIDO PARA EL ESPECTÁCULO
Joseph Frank Keaton nació el 4 de octubre de 1895, en Pickway, un pueblecito de Kansas. Sus padres eran cómicos ambulantes que participaban en populares minstrel shows y posteriormente harían carrera en el vodevil. El escapista Harry Houdini, que actuaba en el mismo circuito de espectáculos, fue quien le puso el sobrenombre de Buster, después de verlo precipitarse aparatosamente por las escaleras (buster es sinónimo de caída de espaldas), y a los cuatro años ya compartía escenario con sus padres. Su misión: Recibir trompazos. En Slapstick. La memorias de Buster Keaton (escrito en colaboración con Charles Samuels en 1960 y traducido al castellano por Plot Ediciones en 1988), el cómico cuenta: "Nuestro número se ganó la reputación de ser el más violento del vodevil. Esto fue el resultado de una serie de interesantes experimentos a los que me sometió mi padre. Empezó por sacarme al escenario y dejarme caer. Luego se dedicó a limpiar el suelo conmigo. Cuando no di señales de molestarme, empezó a lanzarme de un lado a otro del escenario y a arrojarme al foso de la orquesta".
Milagrosamente, Buster no sufrió nunca lesiones graves, porque sabía qué músculos tensar y relajar en las caídas. En cuanto al resto de su educación, la vida nómada le impidió matricularse nunca en una escuela, y fue su madre quien le enseñó a leer y escribir mientras el número familiar iba adquiriendo cada vez mayor fama. Sin embargo, la afición a la bebida de su padre y la aparición de nuevas formas de entretenimiento amenazaban su futuro, así que cuando contaba 22 años aceptó una oferta para trabajar en el cine junto a Roscoe 'Fatty' Arbuckle, un cómico formado por Mack Sennett en los famosos cortos protagonizados por los policías de la Keystone. Fatty carnicero (The Butcher Boy, Roscoe Arbuckle, 1917) fue la primera aparición de Keaton ante las cámaras.
Arbuckle y el productor Joe Schenck fueron sus mentores. El primero le enseñó a revelar, cortar y empalmar la película, mientras que el segundo confió ciegamente en su talento humorístico. En 1918, Keaton fue llamado filas para luchar en la Primera Guerra Mundial, y a su regreso se iba a convertir en uno de los artistas más exitosos de Hollywood, tan reconocible por su facilidad para el gag visual como por el hieratismo de su expresión facial, uno de sus inconfundibles rasgos identificativos. Keaton era famoso por no reír jamás en pantalla, pero también por enfocar el humor de un modo muy diferente al de sus contemporáneos: Luchaba en las planicies del Oeste y en el Polo Norte, contra tifones, naufragios y avalanchas. También se enfrentaba con grandes máquinas. Y en sus películas hasta los seres humanos adquirían una dimensión superior y se convertían a menudo en muchedumbres.
Tanto en sus cortos como en la docena de largometrajes que dirigió, Keaton jamás apeló al sentimentalismo. El historiador Marcel Oms señala: "Abofeteado, golpeado, burlado y humillado, siempre se rehace obstinadamente. Merced a su implacable rectitud, la trayectoria keatoniana hace más profunda su soledad, el tiempo de lucha, la reconquista. Hay algo en él de la obstinación grave del niño. (...) Aplastado por el decorado, ahogado por las circunstancias, arrastrado por el remolino, Buster emerge, lucha, sobrevive y triunfa. Todas estas calamidades realzan el mérito del héroe: Amenazado de ser irremediablemente destruido, Keaton no ha sido vencido jamás. El hombre keatoniano no se realiza si no es en el riesgo inmenso de desaparecer". Quizá esa dimensión es la que caló hondo en poetas como García Lorca (que le dedicó El paseo de Buster Keaton en bicicleta) y Rafael Alberti (Buster Keaton busca por el bosque a su novia que es una verdadera vaca).
Su éxito comercial fue también descomunal, y siempre tuvo claro que Hollywood subestimaba la inteligencia del público. Por eso trabajó durante años desde su propio estudio independiente, realizando obras maestras como El navegante (The Navigator, Buster Keaton y Donald Crisp, 1924) o Las siete ocasiones (Seven Chances, Buster Keaton, 1925). Pero en la cima de su éxito cometió, según sus propias palabras, el peor error de su carrera, al aceptar un contrato con Metro Goldwyn Mayer. Como consecuencia, perdió gran parte de su libertad creativa. Por otro lado, la llegada del cine sonoro estaba reconfigurando la industria y Keaton pertenecía a la edad de oro del cine mudo. Como colofón de sus desgracias, en 1932 su esposa, Natalie Talmadge, solicitaba el divorcio y se llevaba con ella a sus hijos, su fortuna y sus propiedades.
TOCAR FONDO Y VIVIR PARA CONTARLO
Como otras grandes estrellas, pasó de tenerlo todo a caer en el ostracismo, y no tardó en ahogar sus penas en alcohol, cansado de que MGM le ofreciera películas que no se adaptaban a sus aptitudes. Tras varios ingresos en clínicas de desintoxicación, sobrevivió trabajando en mediocres producciones mexicanas, inglesas y francesas, e incluso haciendo giras con algunos circos, hasta que fue contratado como asesor de comedias y creador de gags, principalmente para Red Skelton, ya que no consiguió entenderse nunca con Abbott y Costello ni con los Hermanos Marx. A finales de los años cuarenta, la televisión fue otra tabla de salvación para él: Primero protagonizó su propio show, y después, en la década siguiente, fue uno de los invitados más habituales en programas de todo tipo. Hasta hizo algunos spots publicitarios.
En 1957, la Paramount estrenó The Buster Keaton Story (Sidney Sheldon), una irregular película biográfica que sirvió para refrescar la memoria del público, y en 1960 se editó el citado libro de memorias, donde confesaba: "A casusa de mi aspecto en el escenario y en la pantalla, la gente suponía que me sentía desgraciado en mi vida personal. Nada hay más lejos de la realidad. Buscando en mis primeros recuerdos, siempre me he considerado un hombre enormemente afortunado".
Precursor en infinidad de aspectos técnicos y de puesta en escena, creador de un personaje único (merecería capítulo aparte su peculiar relación con las mujeres), Buster Keaton es un cineasta total al que conviene revisar cada cierto tiempo para limpiar la mirada y reencontrarse con la esencia del cine. Los cinéfilos más veteranos de Valencia recordarán, sin duda, el descubrimiento que supuso el ciclo que el desaparecido cine Acteón le dedicó en los ochenta, del mismo modo que dentro de unos años habrá quien podrá contar que gracias a la Filmoteca conoció a uno de los más grandes creadores de la historia del cine. "Ese gran especialista contra toda infección sentimental", como bien le definió Luis Buñuel.
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