VALENCIA. Lo relata con especial habilidad el crítico valenciano Vicente Sánchez-Biosca en su libro Una cultura de la fragmentación, editado por la Filmoteca de Valencia en 1995. En un momento de la turbadora Videodrome (1983) de David Cronenberg, un tal doctor Oblivion, personaje futurista, sin cuerpo y construido con grabaciones videográficas, se dirige al protagonista, que vive fascinado por las imágenes de tortura en directo transmitidas por la televisión, en los siguientes términos: "Tendrás que aprender a vivir en un mundo extraño. Yo tuve un tumor cerebral y tenía visiones. Creo que las visiones causaron el tumor y no al contrario. Podía sentir cómo las visiones se convertían en carne, en carne incontrolable..."
Lo que vemos nos afecta al cerebro. Y el cine, como no podía ser menos también. Durante décadas los cineastas se han preguntado qué siente el espectador. ¿Cómo se alcanza el miedo? ¿La risa? Las grandes multinacionales del entretenimiento han realizado miles de encuestas buscando la historia perfecta, han trabajado con complejos estudios de mercado, han realizado preestrenos en emplazamientos secretos para descubrir cómo responde el público, y siempre intentando responder a la misma pregunta: ¿Por qué funcionan unas películas y no otras? O, de una manera más pragmática, ¿cómo puedo hacer que mi película funcione?
La Academia de Hollywood ha querido dar algunas respuestas este verano y organizó en Los Ángeles dos jornadas que se celebraron en el teatro Linwood Dunn con el sugerente título Películas en tu cerebro. La pregunta inicial, dicen desde la Academia, la que encendió la chispa fue: ¿Cómo podemos dar sentido al complejo mundo visual que nos rodea? A partir de ahí la entidad, que no sólo se dedica a organizar la gala de los Oscars, preparó un evento "sin precedentes", según lo califican en su propia web, que reunió a cineastas y científicos cognitivos para explorar la forma en la que los espectadores procesan imágenes, sucesos e historias proyectadas sobre la pantalla.
No es la primera vez que se publican o realizan estudios sobre la repercusión en el cerebro de las películas. En 2011 científicos de la Universidad de Nueva York publicaron un estudio en la revista Science sobre cómo se organiza el cerebro en situaciones de estrés para el que emplearon películas de terror. El especialista que lideró el estudio, Erno Hermans, y sus colegas trabajaron con 80 voluntarios que les permitieron descubrir detalles cómo que los sentidos se agudizan o se reviven malos recuerdos cuando se está en una situación límite; y para ello emplearon películas como Poltergeist. Pero en este caso, la diferencia radicaba en la participación e implicación de los cineastas.
TODOS SOMOS IGUALES ANTE UNA PELÍCULA
Las dos jornadas organizadas por la Academia se celebraron a finales del mes de julio y tuvieron como coordinador a Tim J. Smith, catedrático de Ciencias Psicológicas en la universidad londinense de Birkbeck, y se iniciaron con Uri Hasson, profesor asociado de psicología y neurociencia en la Universidad de Princeton, quien explicó cómo las respuestas del cerebro a las películas podían ser medidas de forma dinámica empleando imágenes de resonancia magnética. Hasson presentó un mapa de las respuestas neuronales a clips de películas como El bueno, el feo y el malo o Tarde de perros.
Una de las primeras conclusiones de su estudio señalaba que si un gran grupo de personas están viendo una película en la misma sala, por muy variopinta que sea la audiencia, sus orígenes, su situación económica, su educación..., sus cerebros tenderán siempre a tener las mismas reacciones físicas ante lo que están viendo. Por ejemplo, si un grupo está contemplando el western de Sergio Leone, todos experimentarán el mismo aumento y la misma reducción de actividad en su córtex visual y auditiva primaria. Es más, todos tenderán a parpadear al mismo tiempo en la manifestación externa más notable de esta sincronización cerebral.
Pero no todas las películas tienen el mismo poder para sincronizar las mentes. Las películas fuertemente estructuradas que utilizan una gran cantidad de mecanismos cinematográficos, muchos cortes, diferentes planos y ángulos de cámara o los tiros cuidadosamente compuestos y diseñados para captar la atención del público, lo hacen en mayor medida que las películas menos estructuradas, más primarias. Es decir, que cuanto más elaborado sea el mejor montaje y el rodaje, más fácilmente se produce esa sincronización. En estos casos, "la película se hace cargo de las respuestas cerebrales de los espectadores", según Hasson.
Así, en una escena de tensión de Tarde de Perros, la película de Sidney Lumet protagonizada por Al Pacino, se observó una correlación significativa de la actividad de los espectadores a través de casi 70% de su corteza cerebral. Por contra, en un episodio de El show de Larry David se demostró que el cerebro trabaja mucho menos porque el espectador está relajado ante la pantalla y, por tanto, menos sincronizado con el resto de los espectadores. En este caso el grado sincronización se redujo al 20%. Y si lo que estaba viendo el grupo de espectadores era un concierto de una orquesta en un parque el grado de sincronización bajaba hasta el 5%.
EL PÚBLICO TIENDE A CONTEMPLAR LO MISMO
Otra conclusión que se dio a conocer en esta primera jornada fue que la audiencia tiende a fijar su atención en las mismas partes de la imagen. Smith hizo un estudio de seguimiento del movimiento ocular de 75 personas mientras veían un clip de acción de Iron Man 2, de Jon Favreu, la pelea en la carrera de Monaco. Los investigadores tradujeron el seguimiento de los ojos con un mapa de calor. En presencia del director del film, Smith le demostró cómo el público tiende a coincidir en sus miradas sobre los diferentes planos de una misma secuencia.
Unos resultados que no desconcertaron a los cineastas allí presentes, Favreau y Walter Murch, montador y diseñador de sonido cuyos créditos incluyen películas como Apocalypse Now, El paciente Inglés y El Padrino II. Así, interpretaron que el hecho de que los cerebros estén en sintonía durante una película sugiere que las personas están disfrutando con lo que estaban viendo. Por el contrario, menos sincronía cerebral significaría que sus mentes vagan porque la película no había captado su atención. "El truco a la hora de hacer una película es tan simple como entrar en esas partes del cerebro humano que mantienen entretenido al espectador", explicaba Favreau.
UNA EXPERIENCIA CERCANA A LA ESQUIZOFRENIA
Si la primera noche fue sobre cómo presentar una historia y lograr una respuesta deseada, la segunda noche fue sobre experimentos cerebrales y sus resultados, que se pueden aplicar tanto a la cinematografía como a la psicología. El cineasta Darren Aronofsky y su colaborador habitual Ari Handel se unieron a los científicos para una amplia exploración de cómo diferentes partes del cerebro responden a factores tales como la velocidad de fotogramas, el montaje y el contenido emocional de la película.
El profesor de la universidad de Cornell James Cutting captó la atención de Aronofsky y Handel al demostrarles cómo algunas de sus secuencias más intensas, agresivamente montadas, podrían empujar a los espectadores "al borde" de lo que era psicológicamente tolerable, y las comparaba con películas como El ultimátum de Bourne o Cloverfield que a menudo provocaban reacciones verbales incontrolables entre el público.
Según destaca la Academia, Aronofsky se mostró especialmente encantado de saber que ciertas secuencias de Cisne Negro produjeron resultados que los especialistas compararon con un estado similar a la esquizofrenia, con los centros cognitivos y emocionales del cerebro operando de manera espectacular, en sincronía y sin ella.
Tal y como comentó Aronofsky durante el evento organizado por la Academia y recoge ahora Europa Press, en el fondo tan profundo conocimiento del ser humano es hasta inquietante: "Da miedo, pronto harán pruebas con gente viendo películas dentro de máquinas de resonancia magnética", un declaración que hizo gracia al público, pero que no era ninguna broma a tenor de la expresión con la que el director miraba al público.
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