MADRID. Lo hemos dicho hasta la saciedad pero habrá que repetirlo. Las series modernas que nacieron con el sello de HBO ¿qué son? Son culebrones. Reflexionan sobre la condición humana, sí. Pero son culebrones. Este detalle podrá sonar peyorativo a quien no le gusten los culebrones, o a quien pretenda que por ver los Soprano y The Wire la gente tenga que pensar que es más inteligente y que decora el interior de su alma con mejor gusto que los demás mortales. Sin embargo, los amantes de los culebrones y también de la televisión y el cine de calidad, pues estamos de enhorabuena.
Mad Men, de AMC, ha sido el gran último fenómeno de estas series que retratan la condición humana con todo lujo de miserias y consiguen, además, que viendo un capítulo de repente llames por teléfono a un amigo y le grites ¡pero si no se quién se está tirando a no sé cuál! Como en los culebrones.
Este culebrón está tocando a su fin. Lo hará la primavera del año que viene. La última temporada, la séptima, se ha dividido en dos partes de siete capítulos cada una tal y como hacen los drogadictos con las dosis para que parezca que en lugar de una tienen dos. Es todo en vano, la primera entrega de esta séptima temporada se consume de una sentada. Hay capítulos que en cuanto acaban uno pone el siguiente sin importarle tener que madrugar al día siguiente para ir a trabajar o a que le operen de pulmón y corazón. Ese darle al play del siguiente capítulo que se parece a apretar el botón nuclear. Un a la mierda todo, sí, pero qué gustazo ¿verdad?
No siga leyendo si no ha visto la sexta o la primera entrega de la séptima. Vamos a contestar a la pregunta de por qué Mad Men se ha convertido en una de las mejores series de todos los tiempos. En las primeras temporadas teníamos a Don, un tipo brillante, guapo, apuesto, seductor, triunfador y su mujer en casa con la pata quebrada. En un principio todo iba sobre su laxitud moral, pero a medida que la serie avanza se deciden, como en los créditos, a lanzarlo al vacío.
Cuando ya tiene su segunda esposa, su mujercita brillante, guapa y exótica, es decir, con acento francés; cuando sólo se trata de poner en orden su vida y recomponer las piezas de su rostro roto cual jarrón en uno de esos matrimonios poco meditados tan comunes el siglo pasado, Don se enamora de la vecina. Mayor, que no está buena, que vive debajo de él y que su marido es un buen hombre y su amigo.
Inician una relación que frisa con el sadomasoquismo y Don se queda prendado como un cachorrito. Es maravilloso como trituran al triunfador y lo hunden en la miseria. Un placer para los sentidos ver cómo por las mañanas bebe whisky en tazas de café para que nadie se dé cuenta en la oficina de que es un alcohólico y que está atravesando uno de esos momentos, uno en los que se tiene sed.
Mientras tanto, su país también se cae a pedazos. Si ahora mismo se acercan corriendo, pero corriendo, a la web de RTVE todavía pueden ver los capítulos de ‘La Historia no contada de Estados Unidos' de Oliver Stone sobre la guerra de Vietnam. El error de McNamara -Robert, no Fabio- y Johnson ante ese prohombre nunca suficientemente venerado como fue Ho Chi Minh. En la sexta y séptima temporadas de Mad Men el país se va por el sumidero por esta guerra, que transforma completamente la sociedad.
Aparece esa izquierda un tanto moralista, preocupada sobre todo de la fachada, como es el novio de Peggy. Pero lo mejor es que de nuevo Don no es capaz de adaptarse a los cambios. Era un megahombre de los 50 y primeros 60, pero cuando todo cambia en pocos meses con mención incluida a mayo del 68, Don está más perdido que una rana en el mar. Fue muy ilustrativo ese capítulo de la quinta temporada en que su mujer Megan le lleva el ‘Revolver' de los Beatles y a él no le dice absolutamente nada. Y más vale que fuera ilustrativo y que la gente se quedara con el detalle, porque a AMC le costó 250.000 dólares meter la canción. Así se las gasta Apple, la de los Beatles, no la de los ordenadores, que también. El caso es que el héroe se convierte en un carca, un pasado de moda, un carroza, ante nuestros ojos. Mola.
En la primera entrega de la séptima temporada llegaron todavía más lejos. Dejaron a Don sin trabajo y, al ser finalmente readmitido en su empresa, sentado en un despacho sin que le dieran nada que hacer. Ay, eso que ha pasado en tantas empresas públicas en España cuando se producía un cambio de gobierno y había que quitar a unos para poner a otros, que sólo se podía hacer sentando a los no deseados a leer el periódico en un despacho porque eran funcionarios. Del todo al crucigrama en cuatro movimientos de silla de carguitos.
Cuando Don finalmente acepta trabajar a las órdenes de Peggy y volver a la actividad es duro para él, pero se termina adaptando. En un momento dado, cuando se reconcilian, bailan solos en la oficina a Sinatra. Por twitter, según cuenta en New York Times, los fans americanos de la serie coincidieron en que ahí se podía haber acabado para siempre. Insensatos.
Antes de esa escena, Don reconoce a su antigua subordinada que no ha hecho nada de provecho en la vida, que no tiene a nadie. Todos le van dando la espalda progresivamente. Es ley de vida para los egoístas patológicos y cierto tipo de triunfadores cuando se les cae la careta. Asunto tratado hasta la saciedad en el cine, en Mad Men nos lo muestran con tan buen gusto y tanta gracia que es para hacerle un monumento a Matthew Werner.
En otra escena, un ejecutivo de la empresa que se ha fusionado con ellos le dice a Don: "antes estábamos intimidados por ti, por todo esa atmósfera de misterio que te rodea, pero cuando te he visto trabajar entre bastidores, me has decepcionado mucho. Eres un jugador de fútbol con traje, sólo te he visto comportarte como un abusón y un borracho. Lo más elocuente que te he oído decir fue la charla esa sobre lo pobre que eras de niño". Demoledor.
La pena es que al final de esta primera entrega de la séptima Don se ha dado cuenta de que es gilipollas -debo hablar claro, abreviando, que me queda poco espacio-. El cuerpo no pide un happy-end en el que se da cuenta de todo y por fin rehace su vida con sentimientos profundos y duraderos y atento a las pequeñas cosas. Entre otras cosas, porque dicen que las personas no pueden cambiar. Y menos éstas. Ese es el gran atractivo de los siete capítulos que llegarán esta primavera. Esa duda. En Los Soprano también estábamos atentos a ver cómo se finiquitaba el personaje de Tony, execrable desde todo punto de vista, y a ver qué final le daban. Optaron por un inteligente fundido en negro. Ya habían dicho suficiente ¿qué más quería la gente? ¿Que lo matasen para que quien a hierro mata a hierro muera? ¿Qué triunfase para que nos dijeran que el mundo está podrido? Ya estaba todo dicho, ambas cosas. Veremos si Mad Men, a su manera, alcanza esas cotas de elegancia narrativa en su adiós.
C_h_a_n, el otro día David Chase confirmó que Tony NO muere al final de la serie, a pesar de todas las hipótesis y todos los argumentos a favor (busca Tony is not dead en Google). Chase, además, confirmó otro detalle, que viene a cuento de lo que dice este artículo, que es que en realidad NO IMPORTA si se muere o no se muere (de ahí el fundido en negro sin mayor explicación), porque lo importante ya está dicho.
Un apunte. A Tony Soprano lo matan en ese episodio y de ahí el fundido a negro (es quién cuenta la historia y deja de poderlo hacer).
No había caído en lo del 'personaje que no cambia'. Muy bueno. Me encaja perfectamente con una de las claves para que haya podido aguantar tan bien esta serie tantas temporadas. No hay arco de personaje, entre lo que quiere y lo que descubre que necesita en realidad, como en Annie Hall. Pocas veces se ve, tal vez más últimamente. Me encantaría hacer un repaso a eso: 'Personajes sin arco'.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.