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LA CIUDAD Y SUS CULTOS - BENICALAP / ORRIOLS

'Valencia Santa': fe, cultos y ritos invisibles

VICENT MOLINS (FOTOS: EVA MAÑEZ). 03/08/2014 Ceremonias evangélicas con aroma a TV show, prietas celebraciones ortodoxas, culto del sijismo con vistas a San Miguel de los Reyes, final del Ramadán frente a una macroiglesia... Es la amplia oferta religiosa sin salir de Benicalap-Orriols. FOTOGALERÍA

VALENCIA. Benicalap, Orriols y alrededores son espacios incógnita dentro de Valencia. Jamás asoman hacia la relevancia, ni un atisbo de traza turística, nunca se cuelan en la noticia excepto por brotes como el reciente rechazo de un puñado de vecinos en Benicalap a la construcción de la Casa de la Caridad.

Es domingo tocado por la canícula, 9.30 de la mañana. Los bloques de pisos levantados por el desarrollismo, casillas apretadas, de colores apagados por el paso del tiempo, se aderezan con nuevas piezas surgidas de la burbuja. Edificios en venta por doquier. Nou Benicalap. Construcciones fallidas. Humanos domingueros cargados de sombrillas dirección a la playa se cruzan, sin mirarse demasiado, con inmigrantes madrugadores en dirección contraria.

1. Iglesia evangélica Christ Embassy de la comunidad nigeriana (Ciudad Fallera)

En la estación de tranvía de Trànsits, una trasera con diseño de los 80 -de cuando en Valencia los carteles municipales se dejaban ver- cubre la parada y contextualiza la ubicación. Buscando las costuras que delimitan la urbe de la huerta, nos plantamos en los bordes de la ciudad fallera. Todo un tablero de naves industriales de las que están a punto de salir carrozas para la batalla de flores. Hay, sin embargo, una nave en la cual el motivo del trasiego es distinto. La nave no fallera. En la calle Vicente Canet se ubica la iglesia evangélica, formada por una comunidad de nigerianos a los que en su país, bajo las andanadas de Boko Haram, suelen condenar -y en el peor de los casos, calcinar- por sus creencias.

Foto: Eva Mañez

Esta Valencia se reserva por aquí emplazamientos ignotos. Explosivas sorpresas. Los restos de un botellón contrastan, al frente, con la pancarta que recibe a los feligreses evangélicos de la comunidad nigeriana. "Welcome to the glory of his presence". La iconografía recuerda a una convención con toque kitsch del partido demócrata. En el zaguán juegan los niños. En los laterales, dos aulas con pizarras y televisor, un baño sin agua. En el centro del edificio una gran sala ceremonial que podría confundirse con el plató de un telemaratón. Potentes equipos de sonido, pantalla karaoke, mesas de control. No falta ningún detalle audiovisual. Miembros del staff religioso, vestidos con trajes hechos a medida y gafas de sol de Dior, vigilan cada movimiento. También los nuestros. Es la Iglesia Christ Embassy, un pequeño punto en un polígono de uso fallero en una city que casi al completo desconoce que en sus entrañas está a punto de empezar el show.

Mujeres con tacones kilométricos llegan en taxi. Los músicos a cargo del piano y la batería calientan sus manos. Un joven con una mochila con la bandera de España, de aspecto intruso, pregunta: "¿sabéis cuándo comienza el culto?". Darligton, 4 años en Valencia, nos recibe. Es asistente del pastor local, el señor Ejike Nwoji, y se convertirá en nuestro anfitrión. Para él es un día especial porque bautiza a su hijo. También lo es para la comunidad, engalanada un poco más de lo habitual: les visita el coordinador nacional de su iglesia, Antonio Martín Fernández, un español que descubrió la fe evangélica en Nigeria y que, casi veinte años después, ejerce de referente religioso. Es su rostro el que copa la imaginería. Resulta singular comprobar cómo un español ha tomado la condición de padre espiritual de centenares de nigerianos. Martín Fernández, muy delgado, llega a esta nave a bordo de un Jaguar matrícula Madrid. El staff lo rodea, él nos emplaza a contestarnos "más tarde, más tarde, al final". Va a dar inicio una ceremonia que se extenderá durante más de 6 horas, toda una prueba de resistencia.

"La persona que huye de su padre es un bastardo, nosotros no somos bastardos porque tenemos a nuestro padre", enuncia Ejike Nwoji ayudado en la versión española por una traductora. Hay un primer turno, de paso, oficiado en castellano para apenas un grupo de 20 personas, la mayoría valencianos, variopintos, acompañados de un coro de impactantes mujeres nigerianas. La batería atrona. El pastor Martín Fernández inquiere a los presentes: "¿habéis leído nuestro libro?, y lo que es más importante: ¿lo habéis entendido? Un buen estudiante es el que pregunta lo que no entiende". Tímidamente el público responde que sí, que sí. Una hija de feligresa bosteza. Pasado el tiempo los españoles se marcharán por donde habían venido. No saben explicar muy bien qué hacen aquí, sólo que ésta es la fe que les ayuda. Tras su marcha, llegarán cerca de 200 nigerianos en una ceremonia capitaneada por un hombre vestido de estrella del pop. Esto ya va en serio. El inglés es la lengua oficial. El pastor Antonio Martín permanece sentado en un rincón, sobrecogido, con los ojos cerrados, a la espera de su turno. La música fluye por los bafles. "Con la fe puedo llegar donde me proponga", comenta Darlington en un aparte. El ambiente es estrepitoso. Un bebé, recostado en un carrito solitario, baila frenéticamente. Gritos de aleluya que rebasarían los umbrales de sonido de una mascletà.  Volveremos.

Iglesia ortodoxa de la comunidad rumana (Benicalap)

Foto: Eva Mañez

11 de la mañana. Calle de los Plátanos. Benicalap. Sólo unos cientos de metros más allá. El nuevo destino es un bajo en un edificio cualquiera de una calle que pasaría desapercibida. Podría haber una gestoría, o una frutería, sin embargo en el interior del local aguarda una iglesia ortodoxa con un retablo precioso. Como cualquier guarida de fe del centro de Bucarest. Son pocos metros cuadrados que están atiborrados de un público principalmente femenino. Todas vinieron de Rumania. No cabe nadie más aunque Mirela, nuestra cicerone, en Valencia desde 2009, asegura que exageramos: "la fe es tan grande que aunque no quepamos, cabremos".

El cura es el teólogo Daniel, un rumano fornido, que puso la pica en Flandes en 2004, fundando la iglesia ortodoxa en Valencia, aprovechando los afluentes religiosos de un barrio obrero. Daniel sale de la retaguardia, tras el retablo, conmina con su presencia. En la sala minúscula, sin apenas ventilación, se conjuga el olor a incienso con el olor a verano. Las madres empapan sus pañuelos con el sudor de sus hijas. Una de ellas, insólitamente, se da aire con un abanico del V Encuentro Mundial de las Familias, la visita del Papa a Valencia. Tiene lugar un carrusel de genuflexiones. Un número de cuenta identificado con Bankia pide atención en una de las paredes. "Tenemos mucha unidad. Todos nos ayudamos cuando algo va mal", añade Mirela. La ceremonia continúa. Mirela, joven de rostro inmaculado, reza como en el domingo definitivo.

Templo sij de la comunidad india (Orriols)

Una hora después los pasos, en un trayecto breve, se dirigen a la avenida Hermanos Machado. Sala espaciosa a pie de calle donde se reúnen desde hace diez años los sijs de la ciutat, llegados desde la región de Punyab, al norte de la India. Cientos de fieles al sijismo -una religión monoteísta, bajo el amparo de diez gurús- acuden cada fin de semana. A medida que nos acercamos el aroma a curry conquista el ambiente. Desde la puerta, cara a cara, se ve el monasterio de San Miguel de los Reyes y a la derecha el estadio del Levante. Hace dos años en este mismo lugar, el centro del sijismo valenciano Gurú Nanak, se produjo una trifulca entre 400 sijs a raíz de la disputa judicial que mantenían los dos últimos presidentes. Terminó en batalla campal. Los sijs también han protagonizado hace apenas unos días una pelea con sables en el Templo Dorado de Punyab. Se enfrentaron espada en mano con los vigilantes del recinto.

La serenidad es total este mañana. Ni rastro de tormentas. Tras quitarnos los zapatos y cubrirnos los cabellos, accedemos. Con estructura de loft, el centro se divide en un vestíbulo con cocina de ollas industriales, un fregadero, duchas, un continuo de alfombras sobre las que comer, centenares de cebollas apiladas junto a la entrada. Sin prácticamente separación, aparece el oratorio. Nadie cuestiona nuestra presencia, no hay preguntas. Sólo nos sientan y nos agasajan. Nos sirven comida y agua con azúcar. En las paredes, indelebles, números de cuenta de Bancaja y la CAM. Cuelgan cuadros de los gurús. "Mi dios me dice que debemos recibir a todos", explica Sukhwinder Singh (todos los hombres pertenecientes al sijismo se apellidan Singh), preguntado sobre las 'puertas abiertas' del templo. "Cualquiera puede pasar en cualquier momento, las 24 horas del día". Sutilmente, las rencillas con la otra parte de la comunidad sij emergen: "hay otro centro en Patraix, pero...". Apenas mantienen relación.

Uno de los patriarcas nos interpela desde la lejanía. Torpeza máxima: entré sin quitarme los calcetines. Cerca de los mayores del templo, nos aproximamos a Wilfredo, es un cubano sin visos indios. "Es la segunda vez que vengo. Son muy humildes, muy amables, te indican sus costumbres de manera natural". Las tareas se intercalan a ritmo incesante: todos parecen estar fregando, barriendo, cocinando y rezando a la vez. "¿Quieres más comida?". Bawa, un adolescente con alma de cabecilla, enumera los 5 símbolos estilísticos que acarrea todo sij: "llevamos el turbante para cubrirnos el cabello, porque nunca nos lo podemos cortar; nos tenemos que dejar la barba, aunque hay veces que por nuestros trabajos nos la quitamos; estos son los calzones largos; todos nos ponemos esta pulsera; y junto al calzón, traemos una pequeña espada". La espada, del tamaño de un llavero, refuerza sus maneras de pueblo en lucha, sometido a vaivenes territoriales en la frontera con Pakistán. "¿Quieres más comida?", insiste el operario encargado de rellenar los platos vacíos en el suelo.

En la puerta, con San Miguel de los Reyes allá al fondo, algunos sijs nos despiden dándonos sus teléfonos para que les enviemos por WhatsApp las fotos. "Valencia -afirma Sukhwinder- nos trata bien". Esto no es Brick Lane (Londres), es Orriols.

Iglesia evangélica Christ Tabernacle of Truth Ministries de la comunidad nigeriana (Benicalap)

Son cerca de las dos de la tarde. Regreso a la calle de los Plátanos de Benicalap. Christ Tabernacle of Truth Ministries. Es aquí. Otro punto caliente de las agrupaciones nigerianas en Valencia. Modesto y destartalado, en contraposición con el edificio en Ciudad Fallera. Decenas de mujeres acceden por goteo. Hoy celebran su día. Se aderezan con llamativos tocados y se preparan para dramatizar la lectura de la Biblia. La pompa audiovisual es mucho más discreta, apenas una batería que suena con desgana. En la entrada se acumulan carritos de bebés que dificultan el acceso. Preguntamos por el pastor evangélico Ajenike-Kuti, doctorado en arquitectura en Roma, valenciano desde 1998 ("hicimos una huelga en delegación de Gobierno con la ayuda de CCOO para pedir nuestros papeles"), creador del templo en 2004. Es profesor de inglés en la avenida de Tarongers.

Alcanzar a Ajenike-Kuti no es sencillo. Otra vez una corte de hombres barrera condiciona nuestro paso, hasta que por allí asoma nuestro protagonista, un tipo carismático que entre inglés y castellano enuncia el principio básico de su iglesia: la rectitud. "Más de 20 mujeres han abandonado la prostitución desde que vienen". "A todos les decimos que Valencia está ayudándote, no debes corromper, la mano debe estar limpia, hacemos encajar la ley de Valencia con la ley de Dios". Mientras en el escenario tienen lugar las representaciones al grito estandarizado de aleluya, le preguntamos al pastor las diferencias entre la modestia de este lugar frente a la opulencia de la iglesia evangélica que visitamos a primera hora: "aquí ha venido gente con lujos, pero les pedimos saber de dónde viene el dinero, cómo se financian. Porque hay que ser rectos, no corromperse. Muchos españoles no van a la iglesia pero son más rectos que los que van". "Yo conduzco un Ford Mondeo de 16 años".

Perseguidos en su país, la mayoría de ellos han sorteado varias veces la muerte. "Muy pocos tienen trabajo, los que lo tenemos financiamos la iglesia", cuenta Ajenike-Kuti. Éste es el cobijo de todos ellos, donde practican su pertenencia al grupo conservando cierto deje clandestino. Hacia el final de la ceremonia varias madres reparten a bolsas con una empanada y una lata de refresco de lima del Lidl. "Éstas son para vosotros".

Regreso a la iglesia evangélica Christ Embassy (Ciudad Fallera)

Ha llegado el momento de desandar el camino y volver a la iglesia evangélica de la calle Vicente Canet, en un vértice por donde creció Benicalap. El pastor Antonio Martín, de gesto intenso, arenga a sus fieles. La ceremonia bulle. Darlington, a punto de celebrar el bautizo de su hijo, nos mira en la distancia. "Ésta es la parte final", informan desde el staff, vigilantes todavía después de que el acto haya rebasado las 5 horas de duración. Las chicas del coro se quitan los tacones cuando se sientan. Desde la trastienda se sacan botellas de malta Maltex, colocadas estratégicamente a lo largo de los pasillos. Sigue la retahíla en inglés del padre Martín Fernández. Entre tanto los asistentes se levantan poco a poco y van dejando en el escenario, alrededor de Antonio, sobres cargados de billetes. La música retoma el protagonismo. La atmósfera apabulla por su intensidad.

Tras el bautizo del hijo de Darlington y Noemi, en el que participa toda la comunidad entre bailes abrazando a la pareja y al bebé, el hilo musical decae. En el coro, una de las cantantes consulta su iPad. En los próximos momentos, el pastor Antonio Martín Fernández y una ayudante impondrán las manos sobre un puñado de elegidos. Es hora  de transmitirles "la presencia del Espíritu Santo". En medio del trance, a una de las mujeres le empiezan a temblar las piernas hasta que cae fulminada al suelo, entre convulsiones. La escena se repite con otra de ellas. Se revuelven entre alaridos. Nadie interviene. Forma parte de la normalidad. "A veces cuando recibes al Espíritu Santo hay una emoción muy profunda", se justificará Antonio. La fiesta, que no acaba nunca, se retoma como si nada hubiera pasado.

Cuando casi a las cinco de la tarde Martín Fernández abandona el templo entre la admiración de sus seguidores, nos atiende.

-¿Cómo un español llega a convertirse en referencia espiritual de una parte de la comunidad nigeriana?
-La respuesta es muy larga. El primer contacto fue ser miembro de la Iglesia en Nigeria. Pero la respuesta es muy larga, no tenemos tiempo para explicarla.

-¿Qué aporta esta Iglesia a sus fieles?
-Sus vidas son transformadas para mejor. Les ayuda a salir de los líos en los que estaban metidos.

-¿Cuándo y cómo se puso en marcha la Christ Embassy en Valencia?
-Empezó en 2007 con un grupo pequeño que se reunía en una casa. Y fue creciendo. Normalmente es así. También se suele mandar a una persona para crear una comunidad en una ciudad.

Tras atendernos sale del recinto justo cuando una carroza de la batalla de las flores abandona una nave industrial contigua. Acaba el domingo.

Centro Cultural Islámico (Orriols)

Lunes temprano. "Feliz Eid", titula una pancarta en la sede del Centro Islámico de la calle Arquitecto Rodríguez, Orriols, entre las viejas y las nuevas fincas que dan mix a esta área de mezcolanza. A pocos metros, una iglesia gigantesca frente a otra menuda. "¿Hoy es la fiesta de los pastelitos? Que vaya bien", le desea un vecino a Rachid. El Eid es la ruptura del ayuno, el día en que se celebra el final del Ramadán. Con un ritmo fluido entran desde primera hora decenas de musulmanes para efectuar el rezo que precede a la fiesta. "Aquí vienen más de 70 nacionalidades. Marroquíes, argelinos, sirios... y casi la mitad españoles", nos informa Aladín, de origen palestino, el líder en la sombra de la comunidad, al que todos buscan cuando alguien pregunta por el responsable. "El imam no sabe castellano". Aladín ex presidente del centro, forma parte de la asamblea general, órgano que elige cada dos años a la junta directiva. El sermón del imán va a comenzar. Tras una breve negociación, Rachid concede el paso a los oratorios para poder tomar fotografías.

Foto: Eva Mañez

El interior depara un espacio de pasillos retorcidos, dividido entre aulas acristaladas, donde se reúnen en torno a su guía. Hoy, por ser jornada festiva, el espacio está saturado. Cerca de 700 personas, confirmará Aladín. Nuestro colaborador,  Rachid, ligera barba canosa y aspecto de actor veterano, nos conduce por las dependencias intrincadas. Es muy complicado abrirse paso. Varias banderas y bufandas de Palestina se distinguen entre la masa. La escena, desde parámetros intangibles, sobrecoge al recién llegado.

En el oratorio femenino, dos mujeres valencianas piden no ser fotografiadas. "Mi familia no lo sabe", "no lo entenderían".

"La alegría por el Eid este año la tenemos defectuosa por lo que ocurre en Gaza", razona Aladín desde la fiesta que, pasadas las diez de la mañana, tiene lugar en un parque cercano. La policía acude para pedir identificación a varios de ellos. De los oratorios estará saliendo gente durante más de media hora. Todos se abrazan. Da la impresión de que es aquí donde consuman la necesaria pertenencia a la manada.

Todos los cultos visitados forman parte de una diversidad latente, casi siempre imperceptible. Esto no es Brick Lane, es Benicalap-Orriols.

Foto: Eva Mañez

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1 comentario

evangelina escribió
04/08/2014 08:46

muy interesante , y unas fotos muy bonita , felicitaciones¡

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