VALENCIA. La película que espoleó al director de cine de animación canadiense Dean DeBlois a formar parte del oficio de hacer cine es una secuela, El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980). "Los personajes se hicieron más complejos, se descubrieron nuevos mundos, los estados se revelaron. En suma, la saga se expandió en todas direcciones", detalló durante su encuentro con los medios en el pasado Festival de Cannes.
De ahí que en el momento de encarar la segunda entrega de Cómo entrenar a tu dragón lo hiciera con la ambición de emular la oscuridad y la riqueza de la continuación de La guerra de las galaxias. Pero también la magia de productos audiovisuales que dejaron huella en su infancia, como E.T. o Academia de titanes. O mitos contemporáneos de la gravedad de Juego de tronos.
–¿Puedes explicar la querencia reciente por los dragones?
–Cuando el codirector Chris Sanders y yo empezamos con Cómo entrenar a tu dragón, tuvimos una discusión sobre la idoneidad del universo de los dragones como tema cinematográfico, porque la última película que les daba protagonismo había sido Eragon (Stefen Fangmeier, 2006) y nos había resultado decepcionante. Pero parece que están de vuelta, con ejemplos como Juego de tronos, que tiene una trama absorbente en la que hay un trío de dragones.
–¿Eres seguidor de la serie?
–Sí, desde el principio he sido un gran fan, de ahí que ficháramos a Kit Harington (el actor que interpreta a Jon Snow) para prestar su voz a uno de los personajes de nuestra secuela.
–¿Cómo intentastéis evitar Sanders y tú la decepción que os produjo Eragon?
–Pensamos ideas que aspiraban a variar el estilo y la calidad cinematográfica de los dragones. De ahí que diseñáramos un dragón diferente como Desdentado, que es más mamífero que reptil. Y que nos conformaramos con que Hipo pudiera volar a lomos de su dragón, sino que fuera necesario que el chico construyera una alianza para que ambos, juntos, pudieran volar.
–¿Cuáles son tus referencias en el universo de los dragones?
–Mis preferencias se inclinan por los argumentos en los que los dragones son tratados como criaturas que pudieron ser reales, cuando no hablan y se comportan como animales... En películas como El imperio del fuego (Rob Bowman, 2002) o Juego de tronos son tratados así. En cierto modo son una extensión de los dinosaurios. Cuando el dragón habla como en Dragonheart (Rob Cohen, 1996), Eragon o La desolación de Smaug (Peter Jackson, 2013), pasan a ser mágicos, entran en el género de la extrema fantasía. Pero a mí me atraen más los niños corrientes que hacen un descubrimiento extraordinario, como Hipo o Elliott en E.T. (Steven Spielberg, 1982). Hay algo muy emocionante en tener una amistad con una criatura mítica. Y si se convierte en tu mejor amigo, ya resulta cautivador.
–¿Cuánto has tenido que conectar con tu niño interior para desarrollar esta saga?
–No creo haber crecido nunca. Recuerdo pensar de niño que si alguna vez tenía la oportunidad de trabajar en el cine, querría rodar una película que fuera tan cool e interesante como la serie Academia de titanes, El imperio contraataca o incluso E.T. Fueron muy poderosas en mi niñez. Del mismo modo que Disney, pero en sus momentos más tristes, como la muerte de la madre de Bambi, Dumbo acunado por su madre a través de los barrotes o Penny, la niña de Los rescatadores, sentada en el extremo de su cama, apenada, porque una familia que ha venido a adoptarla ha preferido a una cría más bonito. Por alguna razón, cuando eres niño esos momentos permanecen en ti. Como adultos filtramos los contenidos para las jóvenes audiencias, no les damos la confianza que merecen para asimilar la tristeza del mismo modo que procesan los momentos felices.
–¿De qué manera evitas esa condescendencia con tu público?
–Mi instinto me lleva a rodar las películas que me gustaría ver como espectador. No hago películas para niños, sino que trato de proveer de una experiencia a una audiencia lo más amplia posible. Cuando empezamos a trabajar sobre un proyecto, nos sentamos los miembros del equipo y hablamos de las cosas que nos estimulan. Es peligroso ponerte en la mente de un sector demográfico, decir: "Esto es lo que pienso que le gustará a un niño de siete años". No tienes siete años, así que no tienes ni idea. Lo único que sé es que cuando era pequeño, las películas que mis padres elegían para mí y consideraban seguras, eran las más aburridas (risas) Recuerdo que me llevaron a ver The Man from Snowy River (George Miller, 1982), que fue el tedio máximo. Y cómo, en cambio, echaba vistazos furtivos a El resplandor (Stanley Kubrick, 1980).
–Has trabajado en Disney y en Dreamworks. ¿Cuáles son las diferencias entre una y otra gran productora de animación?
–La principal diferencia reside en que Disney tiene una larga historia y un legado, de modo que se sienten responsables de mantener los parámetros de lo que se espera de una película con su sello. Recuerdo que cuando hicimos Lilo & Stitch tuvimos que eliminar escenas que a mí me resultaban tontorronas y juguetonas, porque en Disney temían recibir una respuesta negativa de su público. Así que cuando llegué a Dreamworks y empecé Cómo entrenar a tu dragón, les comenté: "Supongo que no querréis chavales de 15 años cargados con hachas por temor a recibir cartas de los padres", pero Jeff (Katzenberg, director ejecutivo de Dreamworks) me comentó: "Es una película de vikingos, así que has de ser honesto con esa realidad". Lo que me gusta de Dreamworks es que al no tener una tradición longeva ni un estilo propio, cada una de sus películas tiene sus propias normas y sensibilidades. Los pingüinos de Madagascar es diferente de Shrek y también de Kung Fu Panda. Y se han concebido en un estudio que es lo suficientemente confiado como para apoyarlos a todos.
–¿Te sorprendió el éxito de Cómo entrenar a tu dragón?
–Sí, sobre todo porque arrancó de una manera un tanto frustrante. La taquilla no alcanzó las cifras a las que Dreamworks aspiraba. Esperaban 60 millones domésticos y sólo llegamos a 43, así que durante la primera semana hubo un estado de ánimo melancólico en el estudio. Pero luego se mantuvo como número uno de taquilla, regresó al número uno cinco semanas después, y terminó superando a las películas con las que se nos comparaba. Es el clásico ejemplo de película que funciona gracias al boca oreja.
–¿Cómo ha afectado la serie de televisión Dragones: Los jinetes de Mema a las películas en términos de coordinación en los guiones?
–Me reúno con los responsables de la serie de manera regular para chequear qué están haciendo y para contarles qué planeo yo. Así no nos fastidiamos las sorpresas unos a otros. Los capítulos de las dos primeras temporadas se ambientaron en Isla Mema, se han mantenido muy al margen del mapa de Hipo. De modo que así hemos podido introducir su cualidad de explorador en la segunda entrega cinematográfica. En esta tercera temporada, la televisión va a cubrir el lapso hasta la segunda película: los personajes serán un poco mayores y estarán volando un poco más allá de Isla Mema. El universo de los dragones es inabarcable e Hipo es un explorador, de modo que montado sobre su dragón puede descubrir tantas islas y dragones como queramos.
–¿Cuál fue entonces el punto de partida de la secuela?
–Encontramos a Hipo cuando ya ha cumplido cinco años más, en un momento en el que está dejando atrás su libertad y la inocencia de la juventud y entrando en la edad adulta. Su padre se encuentra muy orgulloso de él, de forma que quiere que continúe la tradición familiar y asuma el liderazgo de Mema. Pero en su fuero interno Hipo no lo siente así. Y su madre es como la parte perdida de su alma. La creamos como una especie de Jane Goodall o Dian Fossey.
–¿Cómo entró Cate Blanchett en la ecuación?
–Tenía claro que el personaje de la madre debía ser vulnerable y autoritaria al mismo tiempo. Y Cate Blanchett me rondaba en la mente desde hacía tiempo por papeles como Elizabeth (Shekhar Kapur, 1998). Coincidí con ella en 2011 en los Oscar, justo antes de que empezara la ceremonia, en el cóctel de recepción, y le conté que ya había escrito un párrafo de Cómo entrenar a tu dragón 2. Me contestó que sus tres hijos eran fans de la película. Le hablé del personaje y de cómo había vivido rodeada de dragones durante 20 años y en medio de todo aquel glamour, empezó a meterse en el personaje y a adoptar maneras de dragón (risas).
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