VALENCIA. La idea podía parecer descabellada, pero ha dado lugar a una de la franquicias cinematográficas más rentables del siglo. En Los mercenarios (The Expendables, 2010), el incombustible Sylvester Stallone decidió reunir a su alrededor a héroes de acción de ayer y hoy como Jason Statham, Jet Li, Mickey Rourke o Dolph Lundgren, ofreciendo cómplices papeles menores a Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, para volver a contar la historia de siempre: Las acciones de un comando de veteranos al margen de la ley, capaces de arriesgar la vida para llegar a donde el ejército no puede y así permitir que el mundo libre siga su curso feliz. ¿Les suena?
Si el resumen del argumento parece un episodio de la serie televisiva El equipo A (The A-Team, 1983-1987) es porque, efectivamente, el planteamiento es el mismo (hasta Stallone fuma puros). Con la colaboración de productores como Avi Lerner y Boaz Davidson (que ya inundaron las pantallas de subproductos similares con la marca Cannon Films), el bueno de Sly pergeñó una cinta tan chapucera como cabe imaginar, pero que, sorpresa mayúscula, fue un éxito de taquilla. Más aún: Un amplio sector de la crítica la trató con extrema benevolencia, aduciendo que rememoraba "las entrañables películas de acción de los ochenta". ¿Entrañables? No sé ustedes, pero servidor las recuerda como burdas exaltaciones patrioteras a mayor gloria del intervencionismo militar de los marines de Ronald Reagan.
El recuerdo (y la edad) distorsionan mucho las cosas. Que se lo pregunten a los cuarentañeros que aún piensan que una memez como Los Goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985) es la cumbre del cine de aventuras. Quizá lo sea para niños de seis años, pero no parece muy saludable perpetuar los mitos de la infancia sin pasarlos por el cedazo crítico de la madurez. Del mismo modo, tampoco es de recibo liquidar de un plumazo Los mercenarios como mero entretenimiento inofensivo y descalificar la lectura ideológica de los films de Stallone como una rémora de otros tiempos, herencia de la cinefilia de izquierdas. Porque esa lectura existe, en el género bélico como en los cuentos de hadas (que se lo digan a Bruno Bettelheim). Es cierto que ese discurso crítico de la izquierda nunca se aplica, por ejemplo, a títulos de Ken Loach que pecan de una intolerable demagogia y autocomplacencia, pero esa es otra historia.
LA HORA DE LOS MAMPORROS
No faltará quien quiera buscar en Los mercenarios y sus secuelas una operación de distanciamiento irónico del pasado por parte de Stallone, Schwarzie y demás mamporreros. Nada más lejos de la realidad. Esa ironía se reduce a un par de diálogos autorreferenciales, pero ni mucho menos afecta a unos guiones que localizan las acciones del comando en países reales (Nepal, Somalia, Albania) o imaginarios (una isla de Vilena inspirada en el Panamá de Noriega), a los que nuestros chicos llegan siempre para restablecer el orden e imponer la democracia a base de balas.
La abundancia de medios de producción es lo único que las diferencia de infinidad de series B de baja estofa. Bueno, el presupuesto y el desfile de estrellas que exhiben, porque si en Los mercenarios 2 (The Expendables 2, Simon West, 2012) ya se apuntaron Jean-Claude Van Damme y Chuck Norris, la tercera (dirigida por Patrick Hughes) promete batir récords: Wesley Snipes, Mel Gibson (a quien le ofrecieron la dirección, pero rehusó), Antonio Banderas y Harrison Ford, que ocupa el lugar de un Bruce Willis demasiado avaricioso, que pidió un millón de dólares por día de rodaje.
Ya puestos, solo faltan Jackie Chan (se negó porque quería un papel protagonista) y Nicolas Cage (que estuvo a punto de hacer el finalmente encarnado por Kelsey Grammer).
Sí, lo sabemos. Queda otro. El más importante, de hecho. Pero aunque los productores han asegurado en diversas ocasiones que tienen un papel idóneo para él, todavía no se ha visto en Los mercenarios a Clint Eastwood. Y, a riesgo de tener que tragarnos nuestras palabras en el futuro, podemos afirmar que no lo veremos. Eastwood hace años que asumió un nuevo rol cinematográfico, interpretando personajes que suponen una revisión crítica de los matones que encarnó antaño y, en su caso sí, utilizando la ironía para poner en solfa las actitudes y comportamientos que marcaron su trayectoria anterior. No parece que necesite operaciones revivalistas para mantenerse en el candelero. Eastwood ha ajustado cuentas con su pasado, no vive de él.
La tercera parte de la serie se diferencia de las anteriores en que no es tolerada para menores en Estados Unidos. De hecho, y aunque parezca increíble, es el motivo por el que Steven Seagal rechazó participar en la película. A diferencia de las últimas cintas dirigidas por Stallone, y en particular de esa orgía gore de sangre y vísceras que fue John Rambo (2008), las dos entregas anteriores fueron cuidadosamente elaboradas para pasar los filtros que permitieran el acceso a las salas del público infantil, un sector que supone un importante pellizco económico en taquilla y con el que no podrán contar en esta ocasión.
UN INSOPORTABLE HEDOR A RANCIO
Lo cual nos lleva directamente a la paradoja que supone impedir a los niños asistir a una espectacularización extrema de la violencia mientras se les permite contemplar otro tipo de comportamientos de igual o peor sentido ético. Sí les parece que suena moralista, ustedes perdonen, pero no deja de resultar tremendamente cínico echarse las manos a la cabeza porque los tiernos infantes puedan ver cómo revienta un cráneo mientras al mismo tiempo parece absolutamente normal que asistan a una definición de los roles femeninos que causa auténtico pavor: En la primera parte, por ejemplo, las mujeres son el reposo del guerrero, puros objeto o trofeos, indefensas y a expensas de que un hombre cumpla con ellas su función protectora.
Se trata, obviamente, de películas sobre tipos duros y muy masculinos, que consideran una debilidad mostrar cualquier tipo de afecto que no sea la camaradería entre machos (motos, tatuajes, cervezas y bravuconadas). Por eso la única mujer con un papel relevante es la china Nan Yu, que se incorpora al comando en la segunda parte y es respetada y valorada, sí, pero porque se comporta como un hombre. De hecho, Los mercenarios son películas sin sexo. Y casi mejor así, porque imaginar al saco de anabolizantes en que se ha convertido Stallone protagonizando una escena subida de tono no resulta especialmente apetecible.
La taquilla dictará sentencia, aunque parece que ya se ha confirmado la presencia de Pierce Brosnan en una futura cuarta entrega. ¿Veremos a Stallone con una mano en el andador y otra en el bazooka? ¿No se cansará nunca el público de ver la misma historia una y otra vez? ¿De verdad es necesario todo esto? Porque el nocivo hedor a rancio que despide Los mercenarios 3 es francamente insoportable
Nuevo artículo prescindible de estos ¿críticos? que siguen empeñados en sus verdades absolutas. Todas las películas comentadas distraen, divierten, aunque la risa sea de lo mal que están hechas. Para arte, los museos.
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