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VALENCIA. Allá por la revolución industrial los modos de vestir masculinos fueron transformados por la influencia de los ideales franceses como la fraternidad y por la figura estética del dandy inglés. Por entonces el vestuario de los hombres perdió la poca función ornamental que conservaba y apareció el concepto de uniformidad como sinónimo de la elegancia y distinción social. A diferencia que en el modo de vestir de la mujer, el traje masculino se convertía en símbolo de la sobriedad y permitía al hombre connotar limpieza, rectitud, formalismo, profesionalidad o lo que es lo mirmo: productividad.

Quizás sea esta la herencia que nos queda de aquellos tiempos. A día de hoy, en el ámbito laboral poco ha evolucionado. Se considera que la forma de vestir ayuda a construir la percepción y valoración de la persona. La indumentaria se considera un factor clave para una mejora de la productividad y muchas empresas marcan un código sobre cómo deben vestir sus empleados, por ejemplo, la mayoría de las empresas "recomiendan" usar ropa clásica para los empleados que tienen trato directo con los clientes. En algunos casos se impone la idea de que debemos cumplir el protocolo con el fin de mostrar respeto por nuestra persona, profesión u oficio.

De la revolución industrial a nuestros tiempos, por suerte o por desgracia, se han dado grandes cambios en la historia de la moda. Han evolucionado los modelos de producción y consumo y los ciclos del sistema de la moda han comenzado a acelerarse. La sociedad moderna denota necesidad de cambio constante como rasgo cultural principal. Y también dentro de su mismo estilo de vida.

Para aquellos que trabajan en el contexto de la empresa reglas como que la chaqueta debe ajustar perfectamente en los hombros o que la caída debe cubrir los bolsillos del pantalón son una realidad de la que hay que descansar. Escapar del encorsetamiento de los formalismos laborales es una necesidad muy presente.

La moda de hoy parece contemplar todo esto y propone nuevas formas de moda irreverentes para compensar. Los modos de vestir no actúan solamente como fenómenos estéticos y de consumo, sino que además enmascaran realidades sociales y generacionales.

Un buen ejemplo podría ser la moda de Jeremy Scott, incuestionablemente estridente y pop. Scott es contestatario como diseñador, como personaje y como trabajador. Dejó Kansas para hacer moda en París con elementos tan ajenos a la industria francesa como la comida basura, la carta de ajuste, Mickey Mouse o la Coca-Cola. Nunca pensó en ser diseñador, lo que tenía claro es que adoraba la cultura pop.

El diseñador y su visión de la moda, han sido nombrados ahora directores creativos de la italiana Moschino, sustituyendo a Rossella Jardini, que llevaba trabajando en la casa desde 1994 tras el fallecimiento del Franco Moschino. La ropa que presenta, además de todo lo que se ha dicho, es ante todo divertida y lo más lejano a los formalismos, no apta para una jornada laboral, una entrevista de trabajo ni una reunión con tus próximos clientes.

Y lo bueno de todo esto, es que Jeremy Scott no es el único diseñador que parece entender todo esto. Por suerte, muchas otras firmas se dan al lado más divertido de vestir cada temporada.

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