VALENCIA. Decía el cineasta Tony Palmer que, a lo largo de su vida, se había encontrado con gente especial. Eran músicos, actores y gente del mundo de la cultura que nunca se rendía, que imponía siempre su modo de ver las cosas sin importar los obstáculos de todo tipo que se presentaran por el camino. Unas personas a las que, añadía, no había más remedio que seguir por donde fueran.
Sin duda, Lola Salvador encajaría en esa categoría que describía Palmer. Porque su trayectoria en el cine y la televisión en España en los últimos 50 años resulta una referencia indiscutible, marcando un camino por el que se debe transitar. Su carrera como guionista, con películas emblemáticas como El crimen de Cuenca o Las bicicletas son para el verano, es sólo una parte de una inquietud que se ha expresado en diversos campos, como la televisión, el teatro, la literatura o el periodismo.
Las conversaciones con Lola Salvador resultan siempre muy estimulantes porque, lejos de recrearse en el pasado, afronta sin cesar los problemas del presente. Se puede ver en un libro apasionante que recoge una larga entrevista con ella: se titula Modos de mostrar, está escrito por Susana Díaz y se encuentra disponible en descarga gratuita aquí.
Para Lola Salvador, el principal problema de la sociedad española es la educación y, para contribuir a solventarlo, acaba de presentar una asociación, ENCINE, que tiene el objetivo de potenciar la enseñanza del cine en las escuelas. Esta semana, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte anunciaba que le otorgaba a Lola Salvador el Premio Nacional de Cinematografía, un reconocimiento justo para una de las creadoras más inteligentes e inquietas de nuestro cine.
–Enhorabuena por el premio, porque reconoce una labor como la tuya, empeñada en concienciar sobre la importancia del cine y de la educación. De hecho, siempre te has preocupado por la enseñanza de la escritura del guión como parte fundamental en la realización de películas.
–Ahora ya todo el mundo lo tiene claro, es algo ya sabido: el guión de una película es como la partitura de una orquesta. Sin ese documento, no se puede armar una película. Porque una película está formada por el guión, el director, el reparto y los técnicos, pero lo básico es el guión, ya que no sólo es un documento de trabajo para el equipo sino que también contiene todos los elementos que harán que una película le interese a la gente. Por eso la escritura del guión es el proceso más largo en la realización de una película.
–Recuerdo lo que siempre les dices a tus alumnos, como en su momento a Fernando León de Aranoa: que se tarda 7 años en aprender la técnica del guión.
–Cuando le escuché eso a Jean-Claude Carrière pensé que era un exagerado. Pero luego la experiencia me ha mostrado que tenía razón, que el oficio de guionista es como una carrera de pianista. Evidentemente, hay que tener un cierto talento pero el aprendizaje y la práctica te permiten controlar todo el proceso con facilidad. El talento se tiene que cultivar para llegar a dominar una técnica que incluye la duración de las secuencias, de los silencios, etc. Eso te permite controlar cómo va a ser la película.
Además, yo siempre he trabajado muy cerca de los proyectos, he estado muy metida en todas las fases. Siempre he participado en las localizaciones, en la elección del reparto, de los equipos técnicos y en todos los aspectos de la película.
No percibo el guión como algo externo que luego traiciona el director porque es un proceso que se va trabajando constantemente para que no haya sorpresas al final. Luego ya entran los temas presupuestarios: si hay mucho dinero, pues se pueden rodar las secuencias varias veces y desde distintos ángulos. Pero la base, que es el guión, permanece y no desaparece porque es lo que está escrito. Puede salir una mala película pero la propuesta por escrito está ahí.
–En el libro comentas que empezaste a trabajar en el cine cuando Samuel Bronston rodaba sus superproducciones en España en los años 60.
–A veces en la vida te encuentras con las cosas de las casualidades. Entonces Hollywood hacía estas películas en España y, como yo ya hablaba inglés, empecé a trabajar como intérprete de la figurinista de El fabuloso mundo del circo, de Henry Hathaway. Lo que ya no es casualidad en mi trabajo y mi forma de mi vida es que yo sabía desde el principio que quería escribir historias y vi que el cine era el medio ideal. Ahí sucedió que yo siempre me he sentido muy unida a la narración de historias con el hecho de que iba al cine muchísimo y nos íbamos a ver tres películas diarias en aquellas sesiones dobles.
–También pusiste en pie algunos proyectos televisivos emblemáticos en España, como Barrio Sésamo. ¿Cómo era percibida la televisión entonces?
–Antes había un cierto menosprecio hacia la televisión, una actitud que se dirigía sobre todo a los actores: se pensaba que no era bueno contratar a los actores de televisión para hacer cine porque se decía que la televisión era gratuita, que aquello era de una categoría menor. Pero ahora algunas de las mejores historias se están contando en las series. Es un cambio reciente de perspectiva, motivado por muchos factores: la gente va menos al cine, tiene grandes televisores en casa y se ha potenciado el consumo en el hogar, de modo que la industria ha virado hacia ahí, hasta el punto de que hay series con presupuestos más elevados que en el cine. Basta con comprobar el pastón que se puede gastar la HBO (en reparto, en producción, en música, etc.) cuando apuesta por una serie.
–Ésa es una diferencia importantísima entre el cine español y el norteamericano, el de la financiación.
–Hay un componente fundamental, y es la distribución. El cine norteamericano se distribuye ampliamente, incluso el cine independiente. Es curioso, porque el cine independiente norteamericano se parece mucho al cine independiente europeo y la diferencia está en la distribución.
–Estados Unidos ha vendido la idea de que allí la iniciativa es únicamente privada y que subvencionar el cine es perverso.
–Todo eso es mentira. El cine norteamericano cuenta con muchísima protección. Han creado una industria grandísima que ha sabido mantenerse con una gran producción anual, con muchos festivales, con búsquedas constantes de nuevos talentos, etc. Allí, desde el principio, desde que se fundó Hollywood, tuvieron muy claro que era un negocio buenísimo. Desde entonces, todos los políticos se han dado cuenta de que era una forma muy buena de vender el país, de defender sus ideales y su bandera. Por eso han ayudado siempre muchísimo a la industria del cine.
Los gobiernos europeos, excepto en Francia, son muy torpes al no ver que el cine es un gran negocio para sus países. Mira el caso de Barcelona, que ha hecho la película de Woody Allen y un par de cosas más, y ahora ya todo el mundo conoce más Barcelona que el resto de España con sus toros y su folklore. Los norteamericanos no tienen ninguna duda al respecto: las políticas de promocionar un territorio o un país, con fórmulas de entretenimiento e introduciendo sus valores, son muy rentables.
–¿Cómo se puede cambiar ese relato para que haya gente en España que deje de presumir de que no ve cine español?
–Eso no tiene arreglo. No tenemos que perder ni un segundo pensando en cómo cambiar el relato. Lo que hay que hacer es coger a los niños desde muy pequeñitos y hacer que lean, que piensen, que vayan al cine, que visiten museos, que aprendan a exponer y debatir sus ideas. Los clichés ya establecidos no se pueden cambiar, tenemos ya generaciones taradas de gente que prefiere dejarse el hígado por el fútbol. Es muy importante enseñar cine porque a la gente que le gusta el cine también le gusta la música, los museos y hablar con los amigos, no es el tipo de personas que no tienen tiempo para nada y con la única preocupación en saber los millones que ganan los jugadores de fútbol.
El problema de este país es cultural. En los años 70 decíamos: "todo es un problema cultural". Sigue siendo así. Llegó la democracia y entramos en Europa y todo el dinero europeo que llegó se gastó en carreteras y chorizadas. No se destinó el dinero necesario para la educación. Eso lo veis también en la universidad, porque ahí ya llega la gente sin saber hacer la o con un canuto. Antes la gran batalla era por la libertad; ahora es por la educación.
–En ese sentido es como haces que surja ENCINE, que se dio a conocer en Valencia en la última edición de Cinema Jove. ¿Qué objetivos te has planteado?
–Ya no podemos perder más el tiempo discutiendo con la gente sobre si el cine español es bueno, malo o regular. Tenemos que articular la enseñanza de cine en las escuelas porque hay muchos profesores que son conscientes de su importancia y que usan el cine como herramienta pedagógica, así como la Comisión Europea está muy preocupada por la alfabetización audiovisual. Todos saben que hay que hacer algo, así que me he propuesto acometer este proyecto.
El problema es cuando se dice que hay que buscar nuevas audiencias. A mí eso no me interesa porque no veo esto como una mera mercancía: para mí, el cine es muy importante porque te enseña a pensar. Con esta preocupación nació ENCINE, que reúne a gente de la universidad, a profesionales de otros campos y a los que hacemos cine. Estamos estudiando lo que hacen otros países y buscando nuevas fórmulas para que se entienda que el cine no es sólo una herramienta, sino que se tiene que enseñar en los colegios igual que se enseña música u otras disciplinas.
–Pero falta el apoyo político.
–A lo mejor es que el pueblo español, que se suponía que era muy violento, sangriento y salvaje, pues se ha convertido en un pueblo pacífico y tranquilo que ni ahorca a ningún banquero ni nada más aparte de salir a la calle y gritarles a los choricillos. Todo con mucha suavidad. A lo mejor es lo único bueno que tiene este momento, que la gente es pacífica.
Yo también me he vuelto así y ahora voy a las manifestaciones y no veo a nadie que rompa una farola ni cosas parecidas. Antes íbamos a las manifestaciones y se rompían farolas y había más lío. A lo mejor es bueno como estamos ahora. A lo mejor es tan evidente la corrupción en la actualidad que eso provocará que la gente joven se implique, lo que no han hecho las dos generaciones anteriores.
–¿Estás pensando en Podemos?
–No les conozco. Me caen muy bien por cómo se mete la derecha con ellos. Pero aún me faltan datos para hacerme una idea completa porque creí que del 15-M saldrían muchas organizaciones que harían las cosas muy bien y luego vi que todo se desvanecía. Sí me creo al grupo que lucha contra los desahucios y les apoyo en todo. Lo único que veo claro es que a la gente le falta educación y ése es el problema principal que tenemos.
–¿Qué retos tienes planteados en estos momentos?
–Los de la vieja guardia berlanguiana somos supersticiosos. Tengo varios proyectos: una película y una serie que igual convierto en libro antes, y una novela policíaca que hace mucho tiempo que quiero escribir, pero no quiero concretar nada más porque da mala suerte. En estos momentos de mi vida, quiero organizarme. Ahora, a mis 76 años, puedo decir que estoy sentando la cabeza. Por muy estupenda que me ponga, pienso: "¿Qué me queda? ¿Hasta los 90? ¿Unos catorce años?" Pues en ese tiempo que me quede quiero ver lo que puedo hacer y disfrutar haciéndolo. Luego me meto en mil historias porque hay que mejorar las cosas, no hay que rendirse jamás.
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