"Dondequiera que estemos, lo que oímos es fundamentalmente ruido. Cuando lo ignoramos, nos perturba. Cuando lo escuchamos, nos resulta fascinante"
John Cage. Silence.
VALENCIA. Hay unos días de la semana en los que el museo MOMA de Nueva York abre sus puertas de forma gratuita. Es el momento en el que los turistas convencionales, con sus mochilas y sus gorras, invaden los pasillos del edificio y se entregan desatados a la simpática y moderna práctica de hacerse selfies con los cuadros más conocidos. Es agobiante e incluso desagradable.
Pero hay una planta en la que se puede uno deleitar como si sólo hubieran abierto el museo para él solo. Es donde se encuentran las partituras de John Cage. El turista que se cuela por ahí no se detiene, pasa como una exhalación. Ni sabe de qué se trata y mejor que sea así para evitar episodios de violencia aunque la entrada sea gratuita.
¿Pero quién era John Cage? Pues uno de los músicos vanguardistas más importantes del siglo XX. Para hacer una composición de lugar, digamos que su pieza más famosa es 4´33´´. Tardó años en escribirla y fue estrenada el 29 de agosto de 1952 en Nueva York.
El pianista que la interpretó se sentó delante del público, cerró la tapa del piano y permaneció en silencio 30 segundos. Luego la abrió y la cerró otra vez, como señal del segundo movimiento, y siguió sentado, sin moverse, dos minutos y 23 segundos. La obra concluyó abriendo y cerrando la tapa de nuevo y quedándose sentado frente al piano y su partitura en blanco un minuto y veinte segundos.
Todo aquello, por supuesto, fue calificado de broma y tomadura de pelo, pero para Cage su obra estaba compuesta por todos los sonidos que se habían producido alrededor. En aquel caso, la gente levantándose y yéndose antes de acabar. Supondremos que muchos de ellos profiriendo maldiciones.
El porqué de todo esto se debe a un experimento. En 1951, Cage intentó buscar el silencio absoluto y para ello se aisló en una cámara anecoica en la Universidad de Harvard, con la sorpresa de que, una vez dentro, se encontró con no había nada de ese mito que es el silencio. Escuchaba los sonidos de su cuerpo y el latir de su corazón, con lo que dedujo que el silencio no existía.
Por este motivo, más adelante, decidió introducir en su música eso que las gentes llamaban silencio, que a su juicio eran las personas que tosen, los movimientos de muebles, sillas, entradas y salidas del lugar, etcétera.
Así surgió su famosa creación citada, en la que no quería imponer una estructura a los sonidos, un corsé melódico o armónico, con la intención de que el espíritu de cada sonido fuese el que es, sin que pudiera volver a repetirse. Y añadió como consigna filosófica: "Lo que es verdad para los sonidos, vale igualmente para los hombres".
Con estos hallazgos, Cage consideró que la labor de un compositor en el siglo XX era disponer el contexto para que los sonidos -llamémosles mundanos- pudieran ser libres transformándose así, entendía, en esculturas: "los refrigeradores, el tráfico, el aire acondicionado, sonidos que la mayoría de la gente considera molestos y hasta irritantes, si son suficientemente atendidos, puede darse uno cuenta de que van definiendo un espacio, se van convirtiendo en escultura".
En España, Cage tuvo unos discípulos. Se llamaban ZAJ y su obra más impactante era una en la que le frotaban un helado por el culo a un perro hasta que se derretía. Una puesta en escena poco convencional sobre todo teniendo en cuenta que desarrollaron la parte más intensa de su carrera en pleno franquismo. Esther Ferrer, una de las integrantes de ese grupo, escribió sobre el maestro John Cage en El País a principios de los ochenta.
"John Cage llegó a la conclusión de que toda la vida puede convertirse en música, con una sola condición, la de que aceptemos dejar de lado lo que se define habitualmente como música. Y como el espíritu se encuentra en todos los objetos de este mundo, como afirmaba Fischinger, y para liberarlo basta con tocarlos ligeramente, obteniendo así un sonido que es su alma, lo que los convierte automáticamente en posibles instrumentos musicales, John Cage decidió dedicar su vida a liberar este alma, tarea que le pareció más importante que la de darse a conocer como compositor".
Hechas las presentaciones, Usted ahora podrá tirarse de los pelos y decir que John Cage era un sinvergüenza y que donde estén sus Coldplay y su Junco que se quite todo, lo mismo que dice del cocido de su abuela cuando le citan al Bulli. O en caso contrario, podrá no criticar lo que ignora o no entiende y tratar de buscarle una explicación, que si luego le convence o no ya es otra película. Pero recursos no faltan, como el libro La escucha oblicua, una invitación a John Cage que acaba de publicar Carmen Pardo, doctora de Filosofía por la Universidad de Barcelona.
Es un trabajo que -por desgracia, hay que señalar- no se sumerge en la biografía de Cage, sino que exclusivamente trata de explicar su obra y su carrera. Para Cage, según Pardo, la música hasta el siglo XX está llena de prejuicios, delimitaciones y sobreentendidos, está dramatizada. "Para escuchar es preciso dejar de pensar el sonido, para no revestirlo con aquellos elementos emocionales o intelectuales que sólo pertenecen a quien los piensa", se quejó el compositor.
Todo esto sólo se puede entender desde las filosofías orientales. Cage, sigue contado la autora, descubrió el budismo zen en los años treinta. Desde entonces, entendió que las emociones humanas, al contrario de lo que pretendía la música hasta entonces, debían ser debilitadas, porque su origen sólo podía situarse en un "ego endurecido" y se movían por "referentes establecidos".
Para llevar a cabo todo esto, Cage propuso también que "toda huella debe ser borrada". Dice Pardo que el compositor "no quiere lugar en ninguna biblioteca, ni siquiera en llamas". Su legado fue pues una crítica al antropocentrismo y un intento hacer desaparecer del concepto de ‘obra de arte'.
Si tras conocer los trabajos de Cage, de Fluxux o de los españoles ZAJ, le reconcome la curiosidad y la duda, algo le grita por dentro '¿pero esto por qué?', aquí tiene su libro. Una publicación necesaria, que como el legado de estos músicos vanguardistas, sigue dibujando media sonrisa en la cara de los privilegiados que parecen ese vicio tan dulce que es la curiosidad.
La escucha oblicua
Carmen Pardo
Editorial: Sexto Piso.
Colección Ensayo
200 páginas
20 euros.
jajaja carles pues no me diga que no acabo de crear yo una estimulante pieza de arte de vanguardia
Buen texto, Álvaro. Y los tiros van por donde apunta Bunnymen. Creo.
Escuche que si tu pillas tu bolsa de basura y en vez de echarla al cubo la pones en un marco has creado arte. Yo pienso que sirve como introducción al arte conceptual, y no es peyorativo lo dicho anteriormente. Se basa en el pensar por pensar, claro que entran en juego tal cantidad de subjetividades que hay una fina linea entre lo que es arte conceptual y lo que es paja mental de snob con infulas.
hola de nuevo, hoy más sobrio la verdad, don Álvaro, mi pregunta es donde lleva después de eso , cual es el siguiente paso. En Olot tenemos el honor de haber disfrutado de algo similar en el campo de la fotografía: se expusieron con toda la pompa y parafernalia siete carretes, siete (hablo por supuesto de cuando aún había carretes), se supone por revelar, a cargo de una artista cuyo nombre olvidé. Obviando la respuesta airada o la risotada garrula, la pregunta que desmonta tamañas obras conceptuales es "Y después de esto qué?" Mis respetos para usted
buenas tardes y con todos mis respetos y todo eso pero tener que esperar que un perro se derrita a base de restregarle un helado en el ano es más cabronada que arte conceptual. Es usted buen escritor, con unas zarpas que ya quisieran para sí depredadores en lo alto de la pirámide alimenticia, pero Hobswan en su libro Fractured Times, recopilación de conferencias suyas, da cuenta de todas las vanguardias y manifestos en precisamente la conferencia "Manifestos".
JC era un charlatán. Da para escribir muchas cosas, pero la de que tardara años en "escribir" 4'33"... el que se crea éso que se haga monárquico si es que no lo es ya, porque tiene la disposición de ánimo necesaria.
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