VALENCIA. Están acartonados y achacosos, como corresponde a unos tipos que ya han cumplido los setenta años. Pero ojo: Cuando anunciaron que regresaban para ofrecer un show en el 02 Arena de Londres el 1 de julio de este año, agotaron veinte mil entradas en menos de un minuto: 43 segundos, para ser exactos. No está mal para cinco vejestorios. Claro, que no se trata de cinco vejestorios cualquiera, sino de John Cleese, Terry Gilliam, Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin. Los supervivientes de Monty Python, que perdieron a Graham Chapman, su sexto miembro, en 1989. De ahí que su nuevo show se titule One Down, Five To Go y que lo anuncien como un espectáculo Live (Mostly). En efecto: podrían ser los Rolling Stones.
Ante la expectación generada, decidieron ofrecer cuatro representaciones más durante los días siguientes, pero los tickets también se agotaron, así que añadieron otras cinco fechas, del 15 al 20 de julio. La última de ellas ha sido la elegida para llevar a cabo una retransmisión en directo que se podrá ver en algunos cines de toda España, en versión original subtitulada.
En Valencia la emisión se podrá contemplar en tres salas de cine: Kinépolis, Ocine Aqua y Yelmo Campanar. Igualmente en Alicante se podrá contemplar en los cines Yelmo Puerta de Alicante.
La pregunta es: ¿Hay para tanto? ¿Está justificado el revuelo provocado por cinco abueletes que, básicamente, se dedican a volver a poner en escena los gags que crearon en los años setenta, hace casi medio siglo? Por supuesto, es una pregunta retórica. Y la respuesta es un rotundo sí.
EL CIRCO VOLADOR
El 5 de octubre de 1969, la BBC comenzó a emitir el programa Monty Python's Flying Circus, la primera colaboración entre los seis integrantes del grupo. Antes, Chapman, Idle y Cleese habían trabajado juntos en The Frost Report, mientras que Palin y Jones colaboraban con el americano Gilliam en el show infantil Do Not Adjust Your Set. El mutuo interés por lo que hacían terminó por unirles en un espacio satírico que fijaba su objetivo en el propio medio televisivo: sus estirados presentadores, sus anquilosados formatos, sus servidumbres publicitarias y sus estúpidos concursos. Así nacieron, por ejemplo, The Piranha Brothers, un falso documental sobre una banda de delincuentes del East End londinense, o Blackmail, donde daban una vuelta de tuerca al amarillismo y el periodismo del corazón basado en los escándalos sexuales.
Organizado a base de sketches, el Circo Volador estableció a Monty Python como adalides de un humor ácrata, desenfadado, conectado con el absurdo, provocativo y, muy a menudo, cruel. Sus gags no dejaban títere con cabeza: Igual apuntaban a la típica ama de casa en bata y pantuflas que a los burócratas o los héroes del cómic, con mención especial para toda una galería de personajes disparatados, entre ellos el dependiente de una tienda de mascotas que se negaba a reconocer que había vendido un periquito muerto. Como ha señalado John Russell Taylor, "todo lo que hacían los Monty Python implicaba una feroz crítica de los condicionamientos sociales que han convertido a la sociedad británica en lo que es hoy en día. Sus chistes mostraban claramente su rechazo hacia la forma en que la gente acepta sin la menor discusión las porquerías que le sirve la televisión, y depende de una sociedad superprotectora en la que se puede conseguir todo lo que se desee".
La lista de sketches memorables del programa, como el partido de fútbol entre filósofos, sería infinita. De hecho, muchos de ellos fueron vueltos a rodar para formar parte del primer largometraje del grupo, Se armó la gorda (And Now For Something Completely Different, Ian MacNaughton, 1971), destinado a familiarizar al público americano con ellos. Como película carece de unidad, pero permitió a los cómicos adquirir experiencia en el medio cinematográfico, en el que darían su primer paso firme con Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python And The Holy Grail, 1975), ya dirigida por Terry Gilliam y Terry Jones. Una desternillante parodia de las cintas de aventuras artúricas, repleta de alusiones contemporáneas, que afianza su decisión de centrarse en el cine.
BRIAN DE NAZARET
Pero el mayor éxito de Monty Python en la gran pantalla llegaría cuatro años después, con La vida de Brian (Life Of Brian, Terry Jones, 1979). Una mirada irónica sobre las grandes producciones religiosas de Hollywood que no pudieron rodar ni en España ni en Israel, los lugares inicialmente previstos. "Si hubiésemos filmado en cualquiera de esos países las escenas con montones y montones de crucificados, probablemente hubiésemos encontrado objeciones", comentó en una ocasión Chapman. Así que se marcharon a Túnez, pero la elección de localizaciones no fue el único obstáculo que tuvieron que sortear: La productora EMI, temerosa de la polémica que podía generar la cinta, se retiró del proyecto, que solo pudo salir adelante gracias a la inversión de George Harrison, el excomponente de The Beatles.
La divertidísima historia de un infeliz judío que es confundido con el Mesías se convirtió en un fenómeno cultural de proporciones gigantescas, no solo por el enorme impacto de la película en taquilla, sino por la oposición que se encontró por parte de las autoridades eclesiásticas, que la acusaron de blasfema. Curiosamente, Jesucristo solo aparece una vez, y de manera muy breve, a lo largo del metraje, ya que el film es en realidad una certera crítica de la religión organizada. En 2011, Terry Jones declaró: "En la época en que hicimos la película, la religión se veía como algo desfasado. Rodarla fue como darle una paliza a un mono muerto. Sin embargo, ahora lo religioso ha vuelto con fuerza y nos lo pensaríamos dos veces antes de hacerla". Para la historia quedará, entre otros brillantes gags, el memorable final con todos los crucificados cantando 'Always Look In The Bright Side Of Life'.
DE BRASIL AL HOTEL FAWLTY
Todavía realizarían una película más como colectivo, articulada a base de episodios y titulada El sentido de la vida (Monty Python's The Meaning Of Life, Terry Jones y Terry Gilliam, 1983), pero con la entrada en los años ochenta los integrantes del grupo fueron dando rienda suelta también a proyectos personales en los que no siempre estaban involucrados sus compañeros. Terry Gilliam, que ya había dirigido por su cuenta La bestia del reino (Jabberwocky, 1977) y Los héroes del tiempo (Time Bandits, 1981), se situó entre los cineastas más interesantes de la década al estrenar Brazil (1984), una parábola de inspiración kafkiana y cercana a la ciencia-ficción que le catapultó como autor cinematográfico.
Su carrera posterior ha sido tan singular (posee un característico e inconfundible universo propio) como irregular, alternando títulos de interés como Doce monos (Twelve Monkeys, 1995), un afortunado remake de La Jetée (1962), la obra maestra de Chris Marker, con producciones mucho más indigestas y de forzada vocación trascendente, como El rey pescador (The Fisher King, 1991) o Tideland (2005). Su tendencia al barroquismo y la exageración megalómana le ha obligado a abandonar diversos proyectos a lo largo de su carrera, entre ellos The Man Who Killed Don Quixote, cuyo accidentado rodaje quedó inmortalizado en el excelente documental Lost In La Mancha (Louis Pepe y Keith Fulton, 2002).
Sin embargo, si hay que escoger uno solo de los trabajos realizados por alguno de los componentes de Monty Python al margen del grupo, la elección es clara: Fawlty Towers, la serie escrita y protagonizada por John Cleese y Connie Booth entre 1975 y 1979. Doce episodios disponibles en el mercado español que se encuentran entre las más altas cumbres del humor televisivo de todos los tiempos. Las aventuras que tienen lugar en el hotelito costero regentado por el mezquino y liante Basil Fawlty, su aguda esposa y el torpe Manuel, un camarero con problemas idiomáticos que recurre sistemáticamente a la frase "I'm From Barcelona" cuando se mete en algún entuerto, están plagadas de hallazgos cómicos y son un modelo de perfección tanto en la construcción de las tramas humorísticas como en los diálogos o en el tempo narrativo.
Juntos o por separado, los Monty Python han proporcionado al público centenares de horas de humor inteligente a lo largo de cinco décadas. Su triunfal regreso es la prueba de que la risa no tiene edad. Y también sirve para constatar que, si sus bromas siguen vigentes en pleno siglo XXI, es porque nuestra sociedad sigue estando seriamente averiada. Ya a principios de los ochenta, el Monty Python's Big Red Book señalaba que su trabajo es "un documento social profundamente perturbador que constituye un verdadero alegato contra el mundo en que vivimos". Hoy, como entonces, su afilado sentido del humor continúa siendo muy necesario. Quizá más que nunca.
Actualmente no hay comentarios para esta noticia.
Si quieres dejarnos un comentario rellena el siguiente formulario con tu nombre, tu dirección de correo electrónico y tu comentario.
Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.