VALENCIA. Escribo estas línea mientras escucho el suave y constante zumbido del aire acondicionado de mi casa. Mientras, en la calle, los termómetros marcan unos rotundos 35ºC a la sombra y el mercurio -o lo que sea que lleven dentro-, no parece tener ninguna intención de bajar.
Pensábamos que nunca llegaría este momento pero, ya está aquí el verano y sus días de calor sofocante. También, no todo iba a ser malo, las vacaciones para algunos afortunados.
Sin embargo, déjenme advertirles que el verano es una época llena de tentaciones y peligros. Y no me refiero a los helados, las paellitas, las quemaduras solares, los amores de una noche, las siestas eternas o los chulopiscinas. El verano es la estación más peligrosa del año en lo que a cuestiones de estilo se refiere.
En otoño e invierno, en cambio, la ropa disimula, esconde y estiliza, todos parecemos un poco más sofisticados con nuestros amplios abrigos oscuros. Sin embargo, en verano el destape es preciso debido a las altas temperaturas y, en más de una ocasión, muestra cosas que no querríamos haber visto jamás. O, también, puede ser que tantas horas de luz nos provoquen tal liberación de endorfinas que nos haga pensar felices que cualquier cosa que nos pongamos, vale.
No lo sé, pero lo que tengo muy claro es que el buen gusto en el vestir es inversamente proporcional a la temperatura.
LA ELEGANCIA SE VA DE VACACIONES
Errores garrafales cometidos con el pretexto de los 35ºC a la sombra y el convencimiento de que un cuerpo bronceado es capaz de convertir la horterada en invisible y hacernos perdonar. Se equivocan.
En verano no hay excusas ni perdón.
Me pongo así de intransigente porque lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido la imagen de esos señores que pasean sus calores enfundados en pantalones pirata, de algodón y camal anchote. Con muchos bolsillos, para rematar. Como si los antilujuriosos escasos centímetros de piel que dejan al descubierto fueran capaces de salvarles de un inminente golpe de calor.
La cosa, además, se pone muy seria si al bajar la vista por sus ya maltrechas pantorrillas, terminamos encontrándonos unas sandalias crocs. Llevan crocs porque, dicen, son muy fresquitas. Tampoco acepto esa excusa. No, no y no.
Desgraciadamente, esa creencia se extiende también entre muchas mujeres que deciden resguardar sus pies de las altas temperaturas en esas jaulas de plástico con agujeritos de colores vistosos. Sobre todo, cuando van a la playa. La otra opción, también terrible, es pisar la arena con chanclas con cuña.
Aunque, viendo la tendencia feísta de calzado de esta temporada, a lo mejor resulta que ahora esas sandalias son de lo más moderno y yo no me he enterado. Por si acaso, no se arriesguen.
Y hablando de sandalias, no se olviden nunca cuando se pongan unas que con ellas los pies quedan al descubierto. Es una obviedad sí, pero la recuerdo porque una de las trampas más comunes del verano es despistarnos e intentar que olvidemos ese pequeño detalle llamado pedicura.
Más de una vez me he cruzado con preciosas sandalias que no se merecían ir acompañadas de unos pies tan descuidados. Eso es de una crueldad inmensa, pobres sandalias.
Desde la terraza en la que me encuentro ahora sentada -he salido de casa porque en realidad odio el aire acondicionado- veo pasar a muchas mujeres en short. Haciendo una estadística rápida, 8 de cada 10 lleva, con mayor o menor fortuna, uno de estos pantaloncitos. La variedad de tipos de muslos es casi tanta como la de estampados y colores.
Los shorts, como las bicicletas, son para el verano. Hasta ahí nada que objetar. El problema surge cuando una se sube a la bici pero no sabe pedalear. Me explico, los shorts no favorecen a todo el mundo. Eso es así. Sobre todo cuando son casi tan cortos como un bikini o su cintura altísima -ahora tan de moda-. La combinación de ambos factores es para nota y solamente apta para unas poquísimas elegidas.
Y, por favor, nunca se pongan medias cristal -de esas que prometen transparencia, es mentira- bajo de los shorts. Eso sería, no sé, como ponerle ruedecitas a una mountain bike.
Sigo desde mi terraza observando al personal, entre short y short, se cuela también algún hombre en bañador. Uno de esos largos, como de surfero. Me fijo y no lleva toalla ni bronceador que le sirvan de coartada. No parece tener intención alguna de ir a la playa. Debe ser esa su alternativa al pantalón pirata, fatal alternativa, por cierto. Porque llevar bañador en la ciudad, aunque en Valencia la distancia que nos separe de la playa sea escasa, es un no mayúsculo. Me pregunto si lejos de Levante esto también ocurre, tendré que investigar.
Hay estilismos que solamente pueden aceptarse cuando estamos a pocos metros del mar como, por ejemplo, el total look blanco y los vestiditos ibicencos. Las camisetas de tirantes también son peligrosas en el caso de los caballeros. Y las de cuello pico que dejan a la vista un profundo escote capaz de superar el nuestro, en el peor de los casos.
Ocurre lo mismo con los complementos playeros como pulseritas, tobilleras y gafas de sol de colores que es mejor dejarlos para pasear por Ibiza que sobre el asfalto casi licuado de la ciudad.
LOS TURISTAS VISTEN DE CAQUI
Hay una fuerza oculta y sobrehumana que empuja a los turistas a vestir de caqui. Es uno de los grandes misterios de la vida.
Da igual que su destino sea cualquier ciudad europea porque ellos vestirán como si se fueran a Nairobi o al Amazonas. Porque viajar para ellos es aventura suficiente, aunque su selva sea únicamente una de asfalto.
Pantalones cargo, camisa con bolsillos y zapatillas de trekking -o sandalias de suela gorda y muchos velcros-.Una mochila con tiras elásticas y bolsillos de redecilla, su complemento estrella. Eso son sus básicos. Pero todo, absolutamente todo, en tonos caqui.
Y no crean que esto es solamente cosa de los turistas extranjeros que nos visitan, muchos españoles cuando viajan se ven llevados por esta energía sobrenatural y acaban vestidos de caqui. Con su conjuntito de Coronel Tapiocca y su mochila Quechua. El explorador que lleva dentro surge gracias a la magia de la moda, preparado para descubrir nuevos territorios.
El fenómeno caqui es digno de estudio, no me digan que no.
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