VALENCIA. Todo el mundo conoce su historia. Su monumental hype comenzó a mitad de 2011 con la difusión del clip del single "Video Games", su tema más celebrado (sí, aquel que sirvió de sintonía a las cortinillas de TVE). Born To Die (Interscope/Universal), el álbum donde terminó incluido, editado en enero de 2012, vendió más de 3,6 millones de copias durante todo aquel año, convirtiéndose en el quinto disco más vendido del ejercicio. Actualmente lleva más de 7 millones de copias vendidas. Casi todo en su carrera parece llevar el sello de las afirmaciones maximalistas. Se destaca de ella que fue la primera mujer en actuar en el programa Saturday Night Live antes de salir su álbum de debut,un hito hasta entonces solo al alcance de Natalie Imbruglia, en 1998.
Sus detractores minimizan sus logros bajo la premisa de que todo en su propuesta es envoltorio, cáscara desprovista de sustancia. La acusan también de ser un producto prefabricado: se hacía llamar simplemente Lizzy Grantcuando editó su primer EP en 2010, un trabajo que pasó completamente desapercibido. Hasta que alguien (quizá ella misma, tampoco es cuestión de negarle el beneficio de la duda) decidió que lo mejor era reencarnarse en una suerte de sirena pop de aires retro, de nombre Lana Del Rey. Un epígrafe de marca al que muchos adjudican su génesis como cruce entre la actriz Lana Turner y el modelo de un coche Ford. Y con un rostro esculpido por la cirugía estética, para terminar de redondear el cuadro.
Sus defensores, como es lógico, esgrimen su esplendorosa voz, no exenta de magnetismo, y la magnificencia de esos arreglos orquestales que ornamentan sus canciones como argumentos que cabe poner en valor. Kanye West (quien pidió expresamente que actuase en su boda) y Rufus Wainwright la adoran. Resaltan su apariencia de estrella del cine negro clásico, su perfil de icono hollywoodiense, su marchamo de mujer fatal que podría salir de cualquier enigmático filme de David Lynch.
El sesgo vintage que luce por los cuatro costados su propuesta, tanto en su estética visual como en sus claves sonoras, casa a la perfección con los tiempos que vivimos. Pero no termina de estrechar el abismo existente entre quienes opinan que el fenómeno Lana Del Rey no es más que una gran operación de marketing con coartada retro y quienes sostienen que detrás de todo ello hay madera de artista.
Quizá quienes remarcan el carácter artificioso de todo lo que la envuelve olviden al mismo tiempo que esa ha sido la naturaleza de muchas de las maravillas que nos ha dado la música pop a lo largo de su historia, gestadas en una probeta. Y puede que, en paralelo, quienes se dejan seducir sin miramientos por sus encantos ni siquiera se vayan a molestar en su vida en descubrir a algunas de las figuras contemporáneas que le sirven de referente, aunque sustancien trayectos bastante más consistentes.
Ella, mientras tanto, acaba de sacar al mercado la secuela de su exitoso debut, un Ultraviolence (Interscope/Polydor) cuyo contenido presenta el próximo sábado en la primera edición del Vida Festival de Vilanova i la Geltrú, dentro de una cita en la que comparte cartel con Rufus Wainwright, M Ward, Yo La Tengo o Timber Timbre. Repasamos en esta pieza algunos de los motivos que suscitan una controversia con posiciones tan polarizadas.
SU VIDA PERSONAL: AVERÍA Y REDENCIÓN # MIL
En una sociedad tan proclive a congraciarse con las historias de redención personal, no es de extrañar que su travesía vital haya despertado la misma fascinación que la de Lady Gaga, Madonna, Elvis o cualquier otro fenómeno popular de extracción humilde. Es el eterno cuento del patito feo trocado en estrella de masas. Su biografía cuenta que desarrolló una grave adicción al alcohol con solo 14 años, algo que motivó que su padre la enviase a un internado privado en Connecticut solo un año más tarde. Una vez allí, no era precisamente la alumna más popular del centro.
Otro caso más de white trash en vías de reciclaje como producto apetecible para el gran mercado. Seguramente no haya nada más tentador para el público medio que la eterna plasmación del sueño americano: el reflejo de lo lejos que todos podríamos llegar alguna vez con solo prosperar en la dichosa tierra de las oportunidades.
DESLICES PÚBLICOS
Pese a que la neoyorquina no sea precisamente un dechado de prudencia ante los micrófonos, hay que reconocer que su figura representa una diana fácil para los medios de comunicación. Su juventud, la dependencia de su imagen, su aparente fragilidad de carácter y el hecho de ser mujer (en un sistema esencialmente sexista) facilitan, junto a cierta incontinencia verbal, que cualquier desliz sea maximizado.
Una de sus amenazas más repetidas es su anunciada intención de retirarse, inaudita en alguien que goza de un estatus como el suyo. La última ocasión en que deslizó esa posibilidad fue en diciembre del año pasado, tras la grabación del cortometraje Trópico, producido por Rick Rubin y dirigido por Anthony Mandler.
La cantante, también objeto de chanzas por las 100 canciones (todas de su primera época) sobre las que alega haber sufrido un robo (y su correspondiente goteo no autorizado en la red), tampoco se ha cortado un pelo a la hora de calificar a compañeras del gremio. Precisamente en unas de esas grabaciones semiclandestinas arremete contra Lady Gaga con esta saña: "Stefani, apestas, sé que estás vendiendo 20 millones, desearía que hubiesen visto cuando te abucheamos en Williamsburg" o "Chica, te veo caminando con tus perlas, pensando que eres la número 1, eres tan graciosa porque, cariño, no lo eres".
Es conocida también por su obsesión por la muerte, que en ocasiones parece rozar la glamourización (tiene tatuada la frase "die young" en el dedo anular derecho, al margen del revelador título de su primer largo). Y la última marejada mediática en la que se ha visto envuelta es precisamente sobre eso: consultada por el periodista Tim Jonze (The Guardian) en una reciente entrevista acerca de si consideraba atractiva esa idea, Del Rey contestó que casi todos sus iconos (Elvis, Kurt Cobain, Amy Winehouse) habían muerto jóvenes. Incluso llegó a frivolizar con el atractivo que representaría que ella misma estuviera ya criando malvas. Luego se retractó, pero Frances Bean Cobain (hija de Kurt Cobain) no tardó en replicar a través de Twitter: "La muerte de músicos jóvenes no es algo que se deba idealizar. Yo nunca conoceré a mi padre, y parece que esa idea deba ser seductora solo porque gente como tú la consideren cool".
Otra tormenta en un vaso de agua, que casa con el espíritu autoflagelatorio de una estrella acostumbrada a lamentarse públicamente de lo desgraciada que se siente.
LA AMBIVALENCIA DE SUS DISCOS
La molla de su controvertida propuesta. Al fin y al cabo, aquello que más nos debería importar, ¿no? Su primer álbum, producido por Emile Haynie (Eminem, Lil Wayne) y Kid Cudi, fue recibido por la crítica de forma bastante tibia, cuando no directamente hostil. Lógico, si tenemos en cuenta la asepsia que transmiten sus acercamientos al hip hop o la escasez de aristas de sus incursiones en la métrica del trip hop, introducida con calzador y promedio altamente convencional. Demasiado contrapeso para que el tema titular o la celebrada "Video Games" no quedaran oscurecidas.
Curiosamente, el reciente Ultraviolence seguramente obtenga una repercusión infinitamente menor, cuando es un trabajo bastante más sólido que su debut. Lo ha producido Dan Auerbach (The Black Keys), a quien conoció mientras este estaba ultimando las mezclas del Supernova de Ray Lamontagne, y se ha grabado prácticamente en directo con una banda de siete miembros, en los estudios Easy Eye Sound de Nashville que regenta el propio Auerbach.
Es más homogéneo, menos poblado también de singles potenciales, pero a la vez bastante más consistente. Lejos de cualquier estridencia, se trata de un manojo de canciones que pueden invocar a Mazzy Star, Anna Calvi o los Goldfrapp más gélidos sin suscitar una maliciosa mueca sarcástica. Tampoco faltan esos arabescos vocales tan de mezzo soprano que uno nunca sabe si adscribir al influjo vestal de Kate Bush o a las simas de insondable vacuidad de Enya, pero quizá esa sea parte de su gracia: pocas dicotomías resumen mejor la ambivalencia de su música.
El factor diferencial, y es algo hasta cierto punto razonable en un ámbito en el que tanta primacía recae siempre sobre la ingeniería de sonido, es la mano de Dan Auerbach. Temas como 'West Coast' arrastran el traqueteo ralentizado de los Black Keys más pesados, 'Sad Girl' o 'Power Money Glory' también ostentan la parsimonia blues rock de sus producciones, y "Shades of Cool' o "Pretty When You Cry' cuentan con sus flamígeros solos de guitarra, tan clasicotes como eficaces.
El capítulo de versiones, cifrado solo en una toma de 'The Other Woman', original de Jessie Mae Robinson popularizado por Nina Simone, tampoco chirría en un competente disco de torch songs con el punto narcótico marca de la casa.
EN VIVO, ¿MUCHO MEJOR?
Sus prestaciones sobre el escenario no han sido precisamente su mejor carta de presentación. No al menos en nuestro país, en donde aún se recuerda la languidez casi anémica de los dos conciertos que ofreció el año pasado, uno en Madrid y otro en Barcelona, respectivamente en mayo y julio.En apariencia más pendiente de compadrear con su enardecida claque de incondicionales que de insuflar sangre a un cancionero que seguramente reclame sobre el escenario unas dosis extra de sangre, la manga hispana de su Paradise Tour pasó por aquí con más pena que gloria, dando argumentos a su legión de detractores. Parece ser que sus versiones de 'Blue Velvet' (Bobby Vinton) o 'Knocking On Heaven's Door' (Bob Dylan) tampoco fueron precisamente memorables.
Con tales precedentes, su concierto del próximo sábado en el Vida Festival representa una oportunidad para el desquite. En caso, claro está, de que ella misma (o su entorno) apenas considere la necesidad de rehabilitar su maltrecho crédito sobre los escenarios.
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