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EL LENGUAJE DEL CINE

El sueño de Ellis
Charles Chaplin revisited

MANUEL DE LA FUENTE. 27/06/2014

VALENCIA. Hace cien años, la gran estrella del cine mundial se llamaba Charles Chaplin. Su predominancia quedaría refrendada en 1916 cuando firmó con la productora Mutual Film Corporation un contrato superior al medio millón de dólares de la época, lo que le convertía en el artista mejor pagado del momento. Aquel contrato le comprometía a la realización de doce cortometrajes en un período de un año. Además, dispondría de todas las facilidades de su estatuto de estrella, como el estudio que la empresa productora le construyó para que el cómico pudiese trabajar a sus anchas.

Chaplin fue estrenando la docena de películas, en las que iba perfeccionando su técnica cinematográfica y su denuncia política. Ya en aquellos films, el personaje del vagabundo le servía de excusa para poner el acento sobre las desigualdades sociales. En una de las últimas películas para la Mutual, esta denuncia era especialmente explícita: se titulaba The Immigrant (en español, Charlot emigrante, pese a que el título original también podía hacer mención a la chica protagonista) y narraba la historia de un grupo de emigrantes que llegaba a Nueva York para comprobar que aquel sitio en el que había que robar por un simple plato de comida no era precisamente la tierra prometida.

El film ha quedado como un clásico indiscutible, como una de los mejores ejemplos de que la comedia no es un género de evasión sino todo lo contrario: un mecanismo ideal para señalar los atropellos del poder. En la cinta, Chaplin nos mostraba una sociedad agresiva y hostil, desde los agentes de aduanas que trataban a patadas a los pobres hasta los propios trabajadores neoyorquinos, esos simpáticos camareros que se dedicaban a linchar a los clientes que intentaban irse sin pagar la cuenta. Los recién llegados eran empujados a la marginalidad sin ningún tipo de solución: el final feliz no era más que una leve promesa de prosperidad para la pareja protagonista.

Ahora, casi cien años después, llega a nuestros cines una película muy curiosa titulada también The Immigrant (aquí, El sueño de Ellis, en referencia a la Isla Ellis, aduana de entrada en Nueva York). Si la película de Chaplin se ambientaba en su momento presente, ésta echa la vista atrás para volver a aquella época, alrededor de la Primera Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se convirtió en la nueva meca de los europeos que huían de la pobreza (como refleja también James Cameron en Titanic).

Además, esta película parte del mismo juego que usaba la cinta de Chaplin: ese contraste entre la promesa y la realidad representado en la Estatua de la Libertad, la primera imagen que ven a lo lejos, en un plano frontal idéntico en ambas películas, tanto los emigrantes del film de 1917 como los de éste realizado en 2013. Los pobres que llegan a Nueva York buscan integrarse en la promesa del sueño americano, pero verán que el futuro que les espera es poco edificante: en Charlot emigrante, la única salida es la mendicidad, una opción similar a la que se enfrenta Ewa, la protagonista de El sueño de Ellis, que se ve obligada a prostituirse para sacar a su hermana del centro de internamiento en el que ha sido recluida a su llegada al país.

El sueño de Ellis constituye, así pues, un remake de Charlot emigrante, entendiendo que un remake consiste en un relato que establece diversos puntos de partida similares a los de otro relato precedente. Evidentemente, siempre vamos a encontrar diferencias entre ambos relatos: en esta ocasión, partimos del hecho de que el largometraje ni siquiera era el formato canónico para la realización de películas en la década de 1910. Pero el punto de partida es idéntico, incluso en las claves melodramáticas que manejaba Chaplin (es innegable su influencia gigantesca en el melodrama de Hollywood). Por el contrario, si consideramos que un remake es una copia plano a plano y personaje a personaje, en realidad ni ésta ni ninguna otra película podría catalogarse como tal.

En cualquier caso, el diálogo de El sueño de Ellis con la película de Chaplin es muy claro, desde la decisión, nada casual, de tomar el título de uno de los grandes clásicos de la historia del cine. Aquí hay un desarrollo narrativo de los temas vinculados a la pobreza, como la prostitución, los abusos o la enfermedad (la hermana de Ewa padece tuberculosis), para contarnos la peripecia de una inmigrante polaca que llega con su hermana a Nueva York en 1921 y que comprueba que la única manera de sobrevivir es prostituirse. 

La lástima es que este desarrollo no vaya acompañado de una afinidad ideológica con el de su principal referente. Hay un problema de partida: el director James Gray prefiere mirar al pasado en lugar de fijarse en el presente y darse cuenta de que aquellas injusticias permanecen igual hoy en día (como hacía The Visitor, la espléndida película de 2007 dirigida por Thomas McCarthy).

Porque El sueño de Ellis transmite la idea de pasado clausurado, como si aquellas historias de emigrantes ya no fueran con nosotros, con un aire de nostalgia que nos viene a decir que nuestros antepasados lucharon mucho pero supieron salir adelante. 

Esta idea va apareciendo según avanza la película desde el momento en el que Ewa decide prostituirse cuando ve el espectáculo del mago Orlando en el que dice que vale la pena luchar pese a las penurias. El colmo ya llega con la resolución de una historia que opta por la redención de Bruno, el proxeneta, que no duda en sacrificarse y expurgar su pecado: hasta el chulo es una buena persona que se enamora de la chica polaca y que entiende que tiene que dejar que ésta siga su camino. En la incipiente sociedad norteamericana, todos tienen su oportunidad, una conclusión mucho más perversa e hipócrita que la melancólica utopía chapliniana. 

La conclusión es que, una vez más, la nostalgia le ofrece a Hollywood una alta rentabilidad, con una reescritura del pasado para entronizar el presente: esta sociedad en la que vivimos es tan perfecta que incluso la mirada al pasado nos refuerza en esta sensación de confort.

El mensaje se cuela de manera casi subliminal hasta en este tipo de cine preciosista que encierra una gran trampa: la negación de la denuncia sobre el problema social retratado al dejarlo enterrado en tiempos remotos. Justo lo contrario de lo que hacía, cien años atrás, la mayor estrella de aquel Hollywood mucho menos retrógrado que el que sufrimos actualmente.

Ficha técnica

El sueño de Ellis (The Immigrant)
EE.UU., 2013, 117'
Director: James Gray
Intérpretes: Marion Cotillard, Joaquin Phoenix, Jeremy Renner, Angela Sarafyan, Antoni Corone
Sinopsis: Ewa y su hermana son dos jóvenes polacas que llegan a Nueva York en 1921 huyendo de la pobreza. Nada más llegar, Ewa cae en la red de prostitución de Bruno, un proxeneta que le promete ayudarla.

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2 comentarios

funambul escribió
27/06/2014 21:16

Como Chaplin, que necesitaba la libertad absoluta para crear, también Charlot, su personaje, era un espíritu libre, contrario a todo orden y autoridad, siempre fugitivo para no ser atrapado por la sociedad. Chaplin y Charlot se sublevaban contra una sociedad que quería masas dóciles y condenaba a la miseria a los inadaptados. Miseria que Chaplin conocía y mostraba en toda su crudeza. Este 2014 se cumplen 100 años de la primera aparición de Charlot, los primeros cien años de la eternidad: http://dudasdefunambulista.blogspot.com.es/2014/03/los-primeros-cien-anos-de-la-eternidad.html

Santi escribió
27/06/2014 13:30

Muy de acuerdo: los cuentos de guerras y miserias que se dan en el margen del desarrollo o en tiempos pretéritos, en películas de ficción o telediarios, no tienen función más importante que la de intentar convencernos, a diario, de que esto que nos ha tocado a nosotros es, en contraposición, paz y bienestar. En vez de retratar nuestros diarios sacrificios en los altares de nuestras fes modernas como repetición y renovación de los de aztecas, inquisiciones o, por acercarse a la efemérides, guerras entre imperios, se nos administra la dormidera consistente en convalidar nuestros sacrificios como naturaleza, o como precios inevitables a pagar por bienes superiores (como si Huichilobos hubiese alguna vez formulado alguna justificación distinta que esta, la nuestra). Que Charlot no se contentase con esto y que al mismo tiempo fuese un agente tan importante del sistema cultural de la época sólo puede explicarse como accidente (gracias a los diablillos, los accidentes son siempre posibles) o como síntoma de un medio de expresión totalmente nuevo y cuya integración por los poderes eternos estaba en proceso de establecimiento.

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