VALENCIA. Pasajes del terror aparte, La mujer de negro ha sido una rara avis en el panorama teatral desde su estreno en 1998 bajo la dirección de Rafael Calatayud. La adaptación del texto de Susan Hill a cargo de Stephen Mallatratt viene deparando hace ya 16 años no pocos sustos. Pero ahora se suman nuevos ejemplos que exploran la inquietud y el espanto en las tablas. Son los casos de Verónica y El coleccionista del mal.
La obra pionera en el arte del sobresalto se repone del 26 de junio al 13 de julio en el Teatro Olympia, con la novedad del debut en la dirección teatral de su protagonista, Emilio Gutiérrez Caba. El veterano actor da vida en La mujer de negro a un abogado llamado Arthur Kipps en un fantasmagórico relato sobre un exorcismo. "El terror es uno de los grandes géneros de la literatura, de la cinematografía y de la televisión, pero que contadas veces ha sido llevado a los escenarios", observa Gutiérrez Caba, quien, acto seguido, recuerda cómo las artes escénicas patrias no siempre han sido un terreno ajeno al pavor. "A lo largo de la historia del teatro español se ha cultivado el misterio e incluso el género diabólico. En los siglos XIX y XX hubo compañías que se dedicaban casi exclusivamente a ese tipo de espectáculos. En Valencia, en concreto, había un grupo excelente, el de Enrique Rambal, volcado en las historias de fantasmas y en las grandes aventuras. Y a mí me gustaban mucho las adaptaciones de obras de Agatha Christie, como La ratonera".
En los próximos días, el teatro de la calle San Vicente vivirá un momento inusual entre su público. El del bautismo de fuego de jóvenes en este género en coincidencia con asistentes que ya han visto La mujer de negro dos y hasta tres veces, pero interpretada por Jorge de Juan, cuyo papel recae en Iván Massagué en esta reposición.
Reincidentes o no, la audiencia compartirá un fenómeno único en cada una de las funciones. "Lo que se produce allí y en ese momento es irrepetible, no será igual al día siguiente. Es una emoción especial, porque lo que sucede en directo no puede reproducirse. Esa es la gran ventaja del teatro sobre el audiovisual", subraya Gutiérrez Caba.
Y a esa inmediatez se le añaden otros méritos, como la presencia física de los actores en tres dimensiones y el propio texto, el uso de la palabra, con el que, en cierta medida, se llega a hipnotizar al espectador. "Lo que tratamos es de llevarles al mundo de la imaginación a partir de la sugestión".
Si a este dominio del palco de butacas se suma un público predispuesto al desasosiego, el milagro está garantizado cada noche. Sólo ha habido una ocasión en la que la función se haya ido de las manos de los actores. Fue en Valencia. "El público estaba más impresionado de lo que queríamos y necesitábamos. Había un grupo de gente muy joven que se asustó más de lo corriente, entró en una espiral de gritos continuos y temimos que hubiera una estampida. En el escenario, Jorge y yo nos mirábamos atónitos, tuvimos que bajar el pistón de la sugestión porque el público estaba muy encrespado".
El gran inconveniente del género, en opinión del actor y desde ahora director, es que en el teatro no se puede jugar con muchos de los recursos que emplean televisión y cine. Sin embargo, afirma que tanto los efectos de sonido como la luz se suplen con un tratamiento "diferente y acusado".
Una sesión de espiritismo
El escritor y director de cine Carlos Molinero, Goya al mejor guión adaptado en 2002 por Salvajes, conoce bien las distancias entre los formatos audiovisual y escénico. Y ha sido el reto de buscar recursos para provocar pánico en el teatro lo que lo ha enrolado en la producción Verónica. La obra, programada hasta el 29 de junio en el Teatro Maravillas de Madrid, cuenta la historia del suicidio inexplicable de una chica en una fiesta para recaudar fondos para el viaje de fin de curso. Sólo tres de sus amigas saben que días antes participó en una sesión de espiritismo. 25 años después, el secreto vuelve a acongojarlas.
El argumento pica del cine de terror ochentero para reconvertirlo al lenguaje teatral. Molinero cita clásicos del calado de Al final de la escalera (Peter Medak, 1980) y El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), y también películas de serie B como The Amityville Horror (Stuart Rosenberg, 1979), Juego mortal (John Flynn, 1994) y Expediente Warren (James Wan, 2013).
"Ha sido un proceso muy divertido porque como no hay muchos referentes, no sabes qué va a funcionar. En el cine dispones del montaje, empleas un golpe de música y un plano que te subraya, pero en el teatro, todo el tiempo es un plano general, así que, al principio de nuestros tanteso, cuando pasaba el susto, la gente estaba pendiente de otro elemento y no se enteraba. Ha habido que hilar muy fino con los tiempos y dirigir la mirada del público", explica el director.
La solución principal ha sido transformar el teatro en un salón de actos. De esa manera, el movimiento de los actores no está acotado al escenario y suceden situaciones inesperadas en toda la sala. La cuarta pared se rompe para transmitir al espectador que ya no está a salvo. A diferencia de los pasajes y túneles del terror, donde el espectador vive una inyección de adrenalina, un corre que te pillo, aquí, no pueden escapar.
"Si ves una película de miedo en tu casa y te asusta demasiado siempre puedes apagar la televisión. En el cine siempre hay una salida. En el túnel del terror nadie puede tocarte, pero en Verónica no hay botón de apagado ni salida", advierten en la promoción de la obra.
La crisis, ese vivero
Los estudiosos del cine siempre han ligado el apogeo del género a los periodos de zozobra social y política. Ahí está la eclosión del expresionismo alemán durante los años veinte, coincidente con la angustia posbélica o el cine apocalíptico estadounidense y japonés durante la Guerra Fría. Molinero secunda esta opinión y la extrapola al teatro. "Como el mundo es un sitio hostil y peligroso, nos gusta que nos cuenten historias de miedo para tener la sensación cuando acaben de que no estamos tan mal. Vivir una situación extrema ayuda a exorcizar los terrores de la gente. En nuestros días, la crisis", considera.
El director y creador de la obra El coleccionista del mal, Raúl de Tomás, secunda el parecer de su compañero, pero desde otro enfoque. "El teatro siempre ha sido un catalizador de su contexto y una forma de plasmar los miedos contemporáneos, pero aunque nuestro proyecto ha sido fruto de la crisis, no lo ha sido para aliviar al espectador, sino porque al vernos abocados al paro, varios profesionales de las artes escénicas hemos optado por la autoproducción en lugar de esperar en casa a que suene el teléfono".
Fruto de ese giro hacia el autoempleo, el director ya ha estrenado con éxito tres producciones interactivas de terror, La pensión maldita, El psicópata, inspirada en el icono del cine reciente Hannibal Lecter, y El coleccionista del mal, que se mira en los compendios literarios de H. P. Lovecraft y Stephen King, así como en la película Poltergeist (Tobe Hooper, 1982).
"El público deja de ser espectador para ser protagonista de la acción teatral. El terror cobra vida, y el asistente forma parte de él", claman en la hoja de promoción de esta última obra, que ya lleva ocho meses de éxito en Madrid.
En cada sesión, 15 personas han de acudir a un lugar secreto del centro de la capital de España para que un antropólogo y chamán les muestre su colección privada de objetos malditos. Los espectadores sólo conocen la ubicación del espectáculo 24 horas antes y para poder acceder se les brinda una contraseña.
El equipo que ha puesto en marcha esa nueva forma de ocio en la cartelera madrileña se sirve de efectos especiales, maquillaje, hologramas y proyecciones para disparar la adrenalina del espectador, que se convierte en un personaje más. Tanto es así, que en el anterior montaje, El psicópata, para turbación del público, una niña sufrió un ataque de pánico.
Todos los exponentes del teatro de terror en la oferta teatral actual se nutren de los miedos de la infancia. Los ruidos inesperados y la oscuridad se hallan entre los pavores ancestrales del ser humano. Como afirma Gutiérrez Caba, esos terrores van a estar siempre ahí, "haya electrónica o progreso". Lo que cambian son los miedos cotidianos, de mayor calado real. "Pero sucede que no tienen cara de monstruos, sino de ejecutante de la hipoteca de un banco".
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