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cine histórico

La leyenda de Pabst el olvidado, el cineasta que convivió con los nazis

C. AIMEUR. 11/06/2014 Cinema Jove recupera una de las grandes películas del austriaco, un director que fue imitado medio siglo después en 'El hundimiento' y 'Valkyria'

VALENCIA. Es el inasible, el olvidado, y durante un tiempo fue un autor de referencia. Estaba llamado a ser uno de los grandes de la historia del cine europeo y hoy es poco menos que una nota a pie de página. Georg Wilhelm Pabst ha sido arrasado por el paso del tiempo. A ello ha contribuido el desprecio sistemático al que fue sometido por su convivencia con los nazis, así como su propia decadencia artística tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su talento es tal que su huella puede verse en películas como El hundimiento y Valkyria.

Cinema Jove recupera en su nueva edición una de las películas más celebradas de Pabst, Cuatro de infantería, un alegato antibelicista que rodó en 1930 que hace que Sin novedad en el frente parezca "casi un cromo" en palabras de José María García Escudero. Se trata de su primera película sonora y una de sus grandes obras maestras. La proyección en el festival valenciano, en la sede del Instituto Francés el lunes 23 de junio a las 19.30 horas y el martes 24 a las 17.00 horas, es una rara avis ya que los largometrajes de Pabst son caros de ver. Hay pocas ediciones en DVD, pocos ciclos y sólo de tanto en tanto se le recupera, como sucedió en Huesca en 2007, que se proyectó una selección de sus películas, o el MoMA de Nueva York que lo incluyó en su programación en 2010.

La película de Pabst forma parte del ciclo dedicado a la I Guerra Mundial y contribuirá a revisar a un autor del que, por ejemplo, en España sólo se ha editado un libro sobre él, el meritorio opúsculo de Carlos Fernández Cuesta para la Filmoteca Nacional que se publicó en 1967, año de la muerte del cineasta austriaco. "Es un ilustre desconocido", asegura el jefe de Programación de la Filmoteca de Valencia, José Antonio Hurtado, "sólo reconocido por dos o tres películas y no por el conjunto de su obra".

Nacido en 1885 en la localidad checa de Raudnizt, Pabst fue hijo de su tiempo. Su padre era un alto funcionario de una compañía ferroviaria y él estaba destinado a ser ingeniero en el imperio austrohúngaro. Pero a los 20 años, con los estudios ya acabados, el veneno del teatro le pudo. Inició una carrera que le llevó a Nueva York. Como apuntan algunos historiadores, Fritz Lang soñó la ciudad; él la vivió.

EL PRIMER GOLPE DE MALA SUERTE, O NO

Tras una intensa experiencia teatral en Estados Unidos, Pabst volvió a su país con la ambición de reiniciar su carrea teatral e incluso cinematográfica. Pero tuvo tan mala fortuna que el estallido de la I Guerra Mundial en 1914 le pilló en París. Siendo de origen austriaco fue conducido a un campo de concentración donde pasó toda la contienda. Quizás salvó su vida.

Tras diversas peripecias llegó a Berlín en 1921 donde conoció al artesanal Carl Froelich (1875-1953), quien sería su maestro y socio. De su mano realizó su primera película importante, El tesoro (1923), y dos años después su primer gran éxito, Bajo la máscara del placer, con una joven actriz sueca llamada Greta Garbo que había llegado a Berlín de la mano de su descubridor Mauritz Stiller.

En este largometraje de corte social, en el que se podía percibir su visión socialdemócrata de la vida, Pabst comenzó a hacer gala de su habilidad para la dirección de actores. Empleó toda clase de argucias para que sus interpretaciones fueran lo mejor posible. Así, como quiera que la Garbo estaba muy nerviosa, era su primera película relevante fuera de su país, Pabst decidió grabarla a más velocidad, dos fotogramas más por segundo, para que cuando saliera en pantalla el personaje pareciera reposada y tranquila.

Con esta cinta comenzó la década maravillosa del austriaco que incluye tres obras maestras prácticamente seguidas, la antes mencionada Cuatro de infantería (1930), la célebre La caja de Pandora (1928) que contribuyó a crear el efímero mito erótico de Louise Brooks, y La comedia de la vida (1931), adaptación de La ópera de tres peniques de Bertolt Brecht.

La segunda es un buen ejemplo de lo que ha sucedido con parte del cine del austriaco. Según relata Fernández Cuenca, la película constaba de 4.265 metros recién sacada del laboratorio. La copia autorizada por la censura alemana el 30 de enero de 1929 sólo tenía 3.254 metros y la que consiguió recuperar la Cinemateca Suiza, tras cotejar todas las versiones disponibles, era de 2.880 metros. Así pues la duración final es de poco más o menos 100 minutos, pero se habla de versiones de hasta 152 minutos.

Igualmente la película sufrió toda clase de alteraciones del argumento. El personaje de Louise Brooks, "su imagen paradigmática, icónica" del sexo femenino, en palabras de Hurtado, era demasiado avanzado para su tiempo. La promiscuidad de la Loulou protagonista, que ha dado nombre hasta perfumes, escandalizó a la pacata sociedad de los años 30 y se alteraron los carteles y planos hasta el punto que algunos amantes se convertían en familiares de la protagonista y otros en secretarios. Es más, en una versión el personaje no es asesinado por Jack el Destripador sino salvado por los himnos del Ejército de Salvación.

UNA PELÍCULA MÍTICA EN LOS CINE-CLUBS

Tras el éxito de Cuatro de infantería, Pabst afrontó su película más conocida en determinados ambientes cinéfilos, Carbón (1931). Su mensaje de hermandad obrera, al que aludía el título original Camaradería, la hizo imprescindible durante décadas. "Funcionó bastante en el cineclubismo de los años setenta, era mítica", recuerda Hurtado. Para el propio Pabst era una de sus películas favoritas.

Ambientada en una mina en la frontera entre Francia y Alemania, narra la arriesgada operación de salvamento que emprenden un grupo de mineros alemanes cuando sus vecinos franceses sufren una explosión de grisú. Los alemanes atravesarán el subsuelo e incluso derribarán la reja que separa la zona francesa de la alemana. "Si los pueblos no quieren entenderse, nos entenderemos nosotros, los mineros", dice un personaje al final del film. Mientras, al fondo, se puede ver como un grupo de obreros vuelve a colocar la reja que separaba ambas partes.

El fracaso comercial de Carbón le llevó a buscar nuevos horizontes en Francia donde rodaría una versión de La Atlántida y posteriormente una peculiar versión de El Quijote (1933) producida con dinero de un financiero griego que residía en Londres y quería que la protagonizara el bajo de ópera Fiodor Chaliapin. El largometraje, más apreciado en España curiosamente que en el resto del mundo, es la última película de cierto nivel de esta primera etapa.

UN ROCAMBOLESCO ACCIDENTE QUE LE HIZO QUEDARSE CON LOS NAZIS

A pesar de los intentos desesperados de Goebbels, Pabst se había resistido a volver a su patria natal o a la Alemania de su esposa. Había desdeñado ya de sus ideales socialistas y su silencio no contribuyó a aclarar su oposición al nazismo, algo que con el tiempo se volvería en su contra. Aunque para ello también tuvieron que conjugarse una serie de incidentes desafortunados.

Todo comenzó cuando en 1939 volvió a Berlín para ir al entierro de su suegro y después a Viena para el de su padre, según le relató a la crítica e historiadora Lotte Eisner. Tenía pasaje para Estados Unidos pero a causa de las circunstancias tuvo que aplazar el viaje. Se ocultó en casa de su madre y apenas salía a la calle para que nadie le descubriera. Una vez enterrado su padre, compró nuevos pasajes para Estados Unidos. Ese mismo día Alemania invadía Polonia. Como quiera que Italia era aún neutral, decidió fugarse por Roma y cuando iba a salir de Viena se cayó por culpa del equipaje tan pesado que llevaba encima y se tuvo que quedar en Austria a recuperarse. Parecía que su fuga la hubieran escrito los hermanos Marx.

Convencido por su mujer, decidió volver a Berlín donde se resistió a colaborar al principio activamente con la propaganda nazi, al contrario que otros colegas como la directora Leni Riefenstahl. Durante su estancia en la Alemania nazi rodó tres películas, una de las cuales, una intriga sobre un robo de un Stradivarius, El caso Molander (1944), se acabó de montar ya bajo control ruso y está prácticamente inédita. La primera que filmó, Comediantes (1941), es un drama sobre el joven Gotthold Efraim Lessing y la redacción de Emilia Galotti, la obra que para muchos críticos es el verdadero origen del teatro alemán. El problema fue la segunda, Paracelsus (1944), sobre el científico y alquimista suizo, uno de los padres de la medicina moderna. El largometraje fue empleado hábilmente por el régimen nazi para difundir un mensaje en defensa de sus ideas. Pabst, por comodidad, por cobardía, accedió a la mascarada y se convirtió en un ejemplo de artista independiente dentro del nazismo. Le utilizaron y él dejó que lo hicieran.

Al acabar la guerra, con el rabo entre las piernas, Pabst se refugió de nuevo en Viena. Su exilio interior, convertido en un apestado por su colaboración pasiva con el nazismo, quedó retratado en la película Welcome in Viena (1986) del también austriaco Axel Corti, donde se puede ver a un émulo de él dirigiendo obras de teatro de autores estadounidenses como Thornton Wilder

Tuvo unos pocos destellos más de talento. El proceso, nada que ver con Kafka, fue su vuelta por la puerta grande con el premio a Mejor Director en la Mostra de Venecia en 1948. La película es un drama de corte histórico que denuncia... ¡el ansemitismo! El cineasta que había convivido con los nazis abrazaba así la denuncia de lo que había visto hacer. En ella un joven abogado húngaro decide defender a unos judíos acusados de la muerte de una chica, en una historia que se anticipa en años a Matar a un ruiseñor, la novela de la estadounidense Harper Lee publicada en 1960.

Siguió trabajando con cierta regularidad y en 1952 rodó en Italia La conciencia acusa, con guión de Cesare Zavattini y la participación destacada de un joven actor español, Fernando Fernán-Gómez, si bien por una cuestión técnica la película se le atribuye al semidesconocido Bruno Paolinieri que sólo fue su ayudante.

EL PRIMER 'HUNDIMIENTO' FUE SUYO Y TAMBIÉN LA PRIMERA 'VALKYRIA' 

Sus dos últimas películas reseñables demuestran su habilidad como narrador y cómo su influencia llega hasta nuestros días. Niguna de las dos es una obra maestra pero el hecho de que aún hoy se las tenga en cuenta evidencia cuán poderosa fue la mirada de Pabst. La primera, El último acto (1955), relata los últimos días de Hitler con un planteamiento que fue imitado por Oliver Hirschbiegel en El hundimiento (2004) medio siglo después; a destacar la interpretación magistal de Albin Skoda como el demente jerarca nazi.

La segunda, ese mismo año, se tituló Sucedió el 20 de julio y narra los mismos acontecimientos que llevó a la pantalla en 2008 Bryan Singer con Valkyria, el intento de atentado contra el Führer, también con el frustrado magnicida Claus von Stauffenberg como eje de la trama. De hecho son muchos los que consideran al film protagonizado por Tom Cruise una copia, con secuencias calcadas.

Mayor, convertido en un resto del pasado, Pabst intentó poner en marcha proyectos como una adaptación de la Odisea de Homero con Gregory Peck y su adorada Garbo, que habría supuesto el regreso de la divina pero el corazón comenzó a fallarle. Ya en los últimos años de su vida, sólo salía de casa para pasear en coche por los alrededores de Viena.

Sus últimas alegrías le llegaron desde España. En el último año de su vida, el Festival de Valladolid primero y la Filmoteca Nacional después, en Madrid y Barcelona, le rindieron homenaje. España era, posiblemente, el único país en el que no molestaba su connivencia egoísta y cobarde con los nazis. Tras su muerte Pabst fue carne de cine-club, como comenta Hurtado. Quedó como un gran representante de la Nueva Objetividad.

Más olvidado que menospreciado, su último minuto de gloria cinematográfico le ha llegado de la mano de Quentin Tarantino: Incluyó su nombre en los carteles de películas que adornan el cine en Malditos bastardos (2009). Ahora la proyección de Cuatro de infantería en Cinema Jove permitirá al público valenciano disfrutar, de manera excepcional, de un artista mayúsculo que aún espera a ser calibrado en su justa medida. 

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