Antonio Cabrales me ha pedido que, con motivo de la abdicación del Rey, explicara mi defensa -expresada en El Dilema de España- de la monarquía y la unidad de España como lo único que no deberíamos cambiar en el país. Me cita una frase "Un proceso que cuestione la monarquía y la unidad de España es un camino del que es difícil imaginar el final." Aquí va mi respuesta:
VALENCIA. ¿Sabían ustedes que, cada vez que cantan su himno, los holandeses recuerdan (vía Guillermo de Nassau), en la primera estrofa, su fidelidad eterna al Rey de España? ("den Koning van Hispanje heb ik altijd geëerd"-al Rey de España siempre le he sido fiel (clickear aquí para escucharlo, y aquí para leer la traducción). Creo que a nadie le puede caber duda de que, como esta promesa, la monarquía es un absurdo lógico, tanto en España, como en Holanda o el Reino Unido o Japón.
A cualquier demócrata le debe disgustar, como principio, el principio dinástico. ¿Cómo puede nacer uno más importante que los demás? No debemos ser meritocráticos y democráticos en todo? Tal razonamiento nos lleva inevitablemente, como llevó por ejemplo a James Madison (Federalista 39) hacia la república como única forma a priori justicable de gobierno.
¿Por qué defender entonces, hoy, y ahora, la monarquía y la unidad de España como los dos principios desde los que empezar a regenerar y reconstruir el país?
Un país como España es un compromiso histórico de muchos para vivir juntos. No es una bandera, un himno, una emoción. Son muchas banderas, himnos y emociones, no sólo para cada pueblo, sino para cada ciudadano. Contrariamente a lo que imaginan los nacionalismos identitarios que ponen al Volk, el pueblo, como centro de referencia de todas las cosas, cada uno tenemos muchas identidades a la vez que podemos elegir según el contexto, como Amartya Sen (indio, hindú, premio Nobel de economía, profesor en Harvard) ha argumentado con elocuencia en "Identity and Violence".
No somos nosotros contra ellos. Yo, por ejemplo, soy, dependiendo del contexto, vallisoletano, español, europeo, castellano, economista, discípulo de Gary Becker y de Sherwin Rosen, europeísta, utrechttés, de "la London" (LSE), exalumno de jesuitas, positivista-Popperiano, madridista (aunque DelBosquista y antimourinhista), liberal, demócrata, de clase media, proAlmodóvar (y por tanto, antiBoyerista), Bergmaniano (de Ingrid, no de Ingmar), y muchísimas cosas más.
Al leer mi lista, el lector tendrá diferentes reacciones emocionales: simpatía ("qué bien, un liberal, como yo"), disgusto ("qué horror, es del Madrid, yo que creía que era del Barca"), incluso enfado ("será tonto el tío, mira que no darse cuenta de que Almodóvar es un fraude y Boyero la fuente de toda sabiduría").
Nadie se puede "identificar" emocionalmente con todas estas identidades, pero nadie, seguramente, sentirá disgusto por todas -incluso el politólogo postmoderno, bergmaniano (sector Ingmar), arabista/anti-europeísta, seguidor del Barca (sector Laporta) estará dispuesto a tomar conmigo con rabia y vehemencia la bandera común del antimourinhismo. En fin, que ni yo, ni nadie, tiene una identidad, sino muchas, y todas conviven.
El trágico error de Wilson, el de la autodeterminación (que llevó a la "unificación" de todos los alemanes, incluidos por ejemplo los de Austria y Sudentes, en 1938, y lleva ahora a la "defensa" por Putin de los "pobrecitos" indefensos ruso-parlantes de Ucrania Oriental) es tratar de hacer coincidir las fronteras de los estados con las de una de estas identidades (¿y por qué no nos autodeterminamos los economistas o los madridistas anti-mourinhistas o incluso, como proponen algunos billonarios americanos, los ricos?).
Lo contrario es el proyecto europeo que intentamos construir desde 1951, y el proyecto de España que tratamos de construir desde 1978. Se trata (o se trataba) de dejar a un lado los proyectos identitarios, construidos a partir de identidades exclusivas y emocionales, el orgullo de ser castellano o la historia única de los andaluces o la identidad histórica de los asturianos o catalanes o vascos, y ser, simplemente, ciudadanos-partícipes en una serie de derechos y obligaciones comunes, en un área de libertad individual y de libre comercio y circulación, española y europea.
Porque identidades fuertes, con soporte histórico, les guste o no a mis amigos catalanes y vascos, en España hay muchas y todas con similares derechos históricos e historias emocionales. El "yo más" no es una reacción infantil, es que la historia e identidad histórica de Asturias, de Andalucía (el Reino de Granada), de Canarias o de Aragón (eso si fue un Reino, al contrario que otros) tienen al menos la misma legitimidad emocional e histórica que la suya (lo de las comparaciones interpersonales de utilidades, y sentimientos, está prohibido por la lógica en un mundo mínimamente racional).
Por ello, el peligro de un proceso en el que se pongan en cuestión los fundamentos mismos del Estado, la monarquía y la unidad de España es un proceso en el que se abre la veda para que, como los átomos de un gas que se expanden sin fin hasta ocupar todo el espacio disponible, todas estas emociones se lancen a una abierta competencia (yo más) que sólo puede terminar en el ¡Viva Cartagena!, la exclusión de los "traidores", la división de familias y amigos, etc.
Este proceso desintegrador, en un caso extremo pero desgraciadamente no imposible vista la historia de nuestros pueblos, es descrito de una forma bellísima por el reciente libro de Muñoz Molina "La noche de los tiempos" (que reseñé aquí y en El Mundo, y que, debo reconocer, me entusiasmó a mí mucho más que a los que comparten la identidad de "críticos literarios").
El libro narra como de un día a otro, en el verano de 1936, la ciudad Universitaria de Madrid pasa de ser un oasis de tranquilidad para el estudio y la reflexión a un monumento a la salvajada y el odio, con fusilamientos diarios de los diferentes bandos. Quizás me gustó tanto el libro, porque siempre, como economista, he reconocido lo delicado de los arreglos informales e instituciones que ahora, en los últimos 300 años, han conseguido el progreso económico y la libertad de los hombres, y que está de nuevo, como ha estado siempre, amenazado por populistas, bolivarianos, absolutistas y radicales de todo signo -nacionalistas de derecha (FN) y neocomunistas de izquierda.
Lo contrario es reconocer las limitaciones de cualquier arreglo humano, que para eso es humano. Nunca vamos a estar cómodos en él, siempre vamos a tener que aceptar muchas imperfecciones. Pero España sólo ha pasado unas pocas cortas décadas como democracia constitucional en toda su historia. Se trata de aceptar las limitaciones de lo que tenemos, de la monarquía y de nuestra imperfecta democracia, para, trabajando de forma incremental y progresiva, conseguir ir hacia un estado más democrático, seguramente plurinacional, imperfecto también, sí, pero que permita a los ciudadanos realizar sus aspiraciones como personas.
Y el príncipe Felipe, la monarquía, es un símbolo de esta unión imperfecta bajo la que aceptamos unas reglas comunes. Comenzar un proceso republicano supondría dar el primer paso hacia una redefinición de España de la que, como decía al principio, sería difícil predecir el final.
Por eso, desde la esperanza, el posibilismo reformista y regeneracionista, y el deseo de lo mejor para nuestro país, le deseo a Don Felipe de Bórbón y Grecia un largo y próspero reinado.
PS. El artículo terminaba con "deseamos". Un compañero del blog me ha hecho notar, con razón, que no soy la voz del blog. Mil disculpas, cambiado a "deseo".
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Este artículo es una reproducción autorizada de su original en el blog Nada es Gratis
el estado esta dirigido por mafiosos y corruptos esto son evidencias no conspiraciones yebo tatuado en mi consciencia al exilio los bolbones
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