VALENCIA. José María Tomás Llavador aguanta con estoicismo el sol que le cae mientras permanece fijo en un paso de cebra a merced de la ráfaga fotográfica. "Moreno agromán se me está poniendo". Su adaptación camaleónica ante el calor se perfecciona desde que hace tres años aterrizó en el aeropuerto de Bagdad. Este señor construye en Irak.
Lo visita con frecuencia. Modula fragmentos urbanos inmensos -"de la distancia entre Viveros y la Malvarrosa"-, como clavando órganos vitales en huecos vacíos. Ha contribuido ideológicamente al modelaje de Valencia en los primeros años de la democracia urbanística, y más tarde en lo concreto a través de actuaciones como L'Oceanogràfic (junto a Félix Candela), la reconversión de la Llanera en el hotel Westin, el plan maestro del puerto ante el encaje con la America's Cup..
Estamos en las interioridades de su estudio, a pasos contados de la Plaza Xúquer. El ala oeste habitada, tranquilamente bulliciosa, justo como aparenta su personalidad; el ala este, bien fresca cual bodega, deshabitada. "Parece un zulo". Es el rastro de cuando trabajaban 120 personas y llenaban toda la sede. Estos días hay cerca de 30 trabajadores, un requilibrio de fuerzas movido por una presión mayor: el 90% de la actividad de este estudio arquitectónico que fue mastodonte ha pasado a plasmarse en áreas extranjeras: Irak, Marruecos, Centroamérica... ¿Por qué entonces sigues aquí?, le preguntaré más tarde.
La apariencia del lugar confunde y transporta a Oriente. Carteles escritos en árabe, edificios levantados en pleno desierto. José María Tomás Llavador se expresa y se mueve con una calma terapéutica. No sólo piensa, rumia sus pensamientos. Llaman por teléfono pero no escucha ni atiende a las vibraciones. Le hacen señales desde el patio pero no interrumpe ni en un instante para averiguar qué ocurre. Forma parte del cuerpo intelectual de Valencia. Y no sólo construye fragmentos -con forma de hoja- en ciudades remotas, sino que al tiempo tiene un plan, una idea de cómo deben ser las cosas en su entorno más próximos. Es un guionista de futuros.
-¿Por qué quiso ser arquitecto?
-Siempre he tenido la vocación, quería representar espacios, paisajes. Creo que fue por las lecturas, o por películas como El manantial que recrea, en cierto modo, la vida del arquitecto (Frank Lloyd) Wright. Pero en el colegio tuve una crisis de fe, no sabía si quería ser arquitecto o si ser médico, como acabaron siendo la mayoría de mis compañeros.
-¿En qué se parece la medicina y la arquitectura?
-En la fase analítica, minuciosa, en diseccionar los problemas y buscar las soluciones. En la construcción de los ensanches el colectivo de médicos tenía gran importancia, los planes tenían memorias muy sanitarias, por algo los ensanches se hicieron para evitar epidemias, por la necesidad social de higienizar. Hoy las necesidades son otras...
-¿Cuál es la enfermedad que hay que curarle a la ciudad?
-Se ha ido haciendo la planificación aplicando coeficientes, estándares. Pero las ciudades no son coeficientes. No se pueden aplicar las normativas sólo de una forma fría, sin contar con la gente, la ciudad es otra cosa, se tiene que adaptar, tiene que estar en permanente necesidad de equilibrio. Y hay un desafío: las ciudades deben comenzar a evolucionar en función de la tecnología. Progresaron cuando se inventó el ascensor, cuando se inventó la telefonía, cuando se inventó el automóvil... tres elementos determinantes en el cambio de vida en la ciudad. Y ahora estamos en ese momento: la nueva tecnología provocará una nueva revolución urbana.
-¿Queda mucho para esa revolución?
-Se ha avanzado muy poco. Queda pendiente dar un salto mayor, que estará caracterizado por la mezcla entre la vivienda y el trabajo, por compartir mucho el espacio público, todo ello aderezado por la aportación tecnológica tan potente que empezamos a tener. Yo desde Bagdad me comunico con Valencia todo el tiempo a través del iPad, eso cambia la forma de las ciudades. E insisto en el espacio público, que se va a vivir de otra manera, que tiene que tener ya no sólo una función de paisaje. Qué bonito sí, ¿pero para qué sirve? Hoy no es un problema de cantidad, sino de calidad. La morfología de las ciudades, gracias a la tecnología, va a cambiar.
-¿Qué le define en su profesión de hombre que actúa sobre las ciudades?
-La escala. La escala territorial que manejo, dimensiones muy grandes, que me permiten ver el bosque desde fuera.
-¿Cómo se ve a si mismo en estos momentos?
-Estoy empezando (sonríe flemático). Es un momento de repensar mi entorno, nuestra oficina, hemos llegado a nuevas culturas. El 90% de la facturación que hacemos es fuera de España.
(Desde el patio hiper soleado, conectado por un amplio ventanal con el espacio donde José María Tomás Llavador contesta, le llegan indicaciones que no logramos descifrar: "Todos pasan por aquí y me hacen señas...", dice él).
-Algunos de sus proyectos más importantes los está ejecutando en Irak.
-Sí, la primera visita fue con el ICEX. Hay tantas cosas que hacer allí, tal cantidad de destrozo, que es una intervención de urgencia.
-Una cirugía.
-Una cirugía de choque. Es muy atractivo poder actuar en un proceso que, aunque la estrategia está por definir, permite una gran cantidad de intervención.
-¿Cuándo llegó usted a Irak?
-Hace tres años. Cuando llegué todo era increíble. No había ningún avión, imagínate, sólo el nuestro. Uno de los aeropuertos internacionales más importantes hace 30 años y 30 años después no había nada. El desierto alrededor, ni un árbol, era un poquito inquietante. Después vimos la ciudad, que tampoco tenía árboles porque seguramente los habían quemado en la guerra, una guerra que dura 30 años. Sigue bastante destrozada. Bagdad era la ciudad de las palmeras, y llegué y no había ni palmeras.
-¿Es por eso por lo que sus proyectos allí tienen cierta forma de elementos vegetales?
-Puede ser. Lo que ellos necesitan es reponer equipamientos. Restituir las universidades. Los dos primeros objetivos que han marcado, antes incluso que las carreteras, son los espacios públicos y las universidades, universidades productivas con institutos de investigación. Están obsesionados con hacer universidades. Y no sólo necesitan reconstruir, necesitan reconstruir incorporando tecnología. Aquello que en otras ciudades se hace por razones de moda, allí es por necesidad, como incorporar energía fotovoltaicos en los edificios, sistemas de limpieza incluidos en los propios materiales, vidrios que filtren la luz...
(Se levanta y explica, junto a un póster, el proyecto del Students Sport Club-Al Talaba, una de las nuevas construcciones para la capital iraquí: "Es un equipamiento urbano de referencia para la ciudad, con todo un complejo de usos deportivos". A posteriori, muestra el oceanográfico en el frente marítimo de Casablanca. Es explicando sus últimas aportaciones al mundo cuando sus palabras avanzan más rápido y con mayor fluidez, cuando le brota la emoción).
-¿Qué ha aprendido de los iraquíes?
-Su capacidad para soportar un entorno totalmente degradado, derruido, y hacer de ese espacio precario un espacio vivo.
-Si el 90% de tu facturación la hace en el exterior, ¿no ha pensando en marcharse?
-Creo que Valencia es una ciudad magnífica para estar, para vivir y para trabajar. Éste va a ser el futuro para muchos, trabajar para fuera viviendo aquí. Hay que aprovechar todo el esfuerzo que se ha hecho.
-¿Rita (Barberá) le vetó al principio?
-Tuvimos una época en la que no podíamos trabajar con el ayuntamiento. Desconozco el porqué. Quizá porque yo salía en ese momento de la primera Administración socialista... no sé si será por eso. Y ahora, pasados los años, son las necesidades económicas las que provocan lo mismo.
-Pasado en tiempo, ¿qué sensaciones tiene sobre la ampliación que hizo de Feria Valencia?
-Es un ejemplo a nivel tipográfico, un gran proyecto y un referente para otros recintos feriales como Roma, Milán, Colonia... Las ferias son un negocio en evolución en toda Europa, y espero que pueda volver a serlo en Valencia porque sería una gran ayuda para la ciudad.
-La ampliación recibió muchas críticas.
-Yo no discuto las críticas, las asumo.
-¿Qué opina del frente marítimo de Valencia?
-Es la conexión con el mar, un espacio público complejo a escala monumental. No sé a dónde va, la estrategia portuaria y la marina van cada una por un camino. Debería entenderse como una gran unidad, formando parte de un gran eje con el cauce y la playa.
-¿Y Blasco Ibañez-Cabanyal?
-El Cabanyal debe ser recuperado, es preciso. Debe volver la actividad, volver a ser un espacio de tranquilidad. Es prioritario. Dado su nivel de degradación, se puede generar un espacio de creatividad, de trabajo, vinculado a esa arquitectura popular típica de los poblados marítimos. Tiene un tejido viario muy potente y preservarlo es un activo para toda la ciudad, para toda.
-¿Qué hace diferente a Valencia?
-Dos características muy fuertes que son el parque lineal del Turia y el mar. No hay otra ciudad que tenga un parque lineal de esa calidad, además asociado a arquitecturas de épocas distintas. El parque del Turia le da escala de gran ciudad y el mar le da escala universal.
-¿En qué momento se encuentra la urbe?
-La ciudad tiene que estar en permanente competición con otras ciudades, y ése es el reto, estar en permanente competencia. En otra época las ciudades competían por el comercio, o porque tenían una armada mejor, estos últimos años competían por el boom de los edificios icónicos... Y a partir de ahora, en el futuro, la competencia se va a dar entre quienes sean más capaces de atraer talento, tecnología y tolerancia.
-¿Está Valencia preparada para ello?
-Tiene las bases, pero le queda bastante rato. Tiene que convencerse de que es una ciudad importante para dar y albergar ese salto. Y sobre todo, no se puede pensar igual que hasta ahora, se tiene que planificar de otra manera, las operaciones urbanas tienen que ir asociadas a la creatividad, al talento, a la tecnología, y para eso hay que congregar a más gente.
-¿A qué gente?
-Universidades, institutos, empresas de tecnología. Hay que preguntarles qué necesitan, qué les gustaría tener en la ciudad que eligen para sus desarrollos. No se puede crear ciudad desde una mesa porque podríamos volver a creer que, por poner un ejemplo, los laboratorios necesitan tres plantas y una chimenea y a partir de ahí planificar un barrio entero de tres plantas y una chimenea, y entonces no va a venir nadie. Vamos a ver qué inversiones necesitamos de verdad.
-Usted habla de competir en talento, tecnología y tolerancia. ¿Cómo es una ciudad tolerante?
-Entiendo la tolerancia como la forma de erradicar la exclusión. Las ciudades masivas americanas tienen un gran problema de exclusión, hay grandes porciones de la sociedad marginadas, se convierten en círculos de protección, círculos incluso vallados, que son más fortín que ciudad. Hay ciudades importantes como París que ya empiezan a tener problemas graves de exclusión como consecuencia de un desarrollo basado en los ratios, un desarrollo racional que nos llevó a creer que se podrían crear los escenarios sin tener en cuenta la realidad. Aunque lo de ahora es peor, ahora ya ni se dibuja.
-¿Por qué cree que Valencia es proclive a poder competir atrayendo talento y tecnología?
-Tiene un poso de industria, de comercio, un pedigrí... En todas las épocas ha tenido gran calado. La ciudad ha de saber que está en un entorno privilegiado y saberlo utilizar. Tenemos una oportunidad, y si no estamos en las tomas de decisión, las decisiones las tomarán por nosotros. La palabra la tienen los ciudadanos.
-¿Existe ahora una sociedad concienciada que lo demande?
-Bueno, en estos momentos nos damos cuenta de la importancia que tuvo la reivindicación para recuperar como espacio público el cauce del Turia y el Saler. Fueron unos años de gran progreso y de ilusión en mucha gente que consiguió transformar una ciudad gris en una ciudad con futuro y esperanza. Estamos en el momento de dar otra vuelta de tuerca. Si nos dormimos ahora, mal.
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