VALENCIA. Un concierto de Sokolov siempre es un acontecimiento. El genial pianista ruso (Leningrado, 1950) es una de las figuras más singulares e interesantes no solo del piano, sino del panorama mundial de la música. En su recital del martes 3 de junio en Valencia no defraudó ni traicionó su fama de generoso. Después de la Sonata número 3 de Chopin que tocó en la primera parte y las diez mazurcas que ofreció en la segunda, correspondió a los insistentes aplausos del público con seis piezas de propina: Impromptus de Schubert y otro Chopin. Hasta 50 minutos más de música, como una tercera parte más del programa no escrita, que el público iba premiando con fuertes aplausos y bravos.
El Chopin de Sokolov es vigoroso e íntimo, con grandes contrastes y una muy sabia administración del rubato, enormemente personal y profundo, como cualquier gran obra pianística en los dedos de ese artista. En la Sonata número 3 el Allegro maestoso fue magistral por intensidad y expresión y el Largo, delicioso y celestial. Fue una lástima que una parte importante del público aplaudiese al acabar ese movimiento y antes del bello Rondó presto con que se cierra la obra.
Las diez mazurcas fueron una bien variada muestra de la capacidad expresiva y la variedad de sentimientos que es capaz de transmitir Sokolov sentado ante el Steinway sin un solo papel pautado ante sus ojos. En eso es completamente diferente de otros dos pianistas fuera del sistema: el desaparecido Sviatoslav Richter tocaba siempre con partitura y también lo hace Ivo Pogorelich.
Al acabar el programa previsto, el público aplaudía con entusiasmo. Sokolov, como siempre, saludaba impasible: inclinación de cabeza al patio de butacas, vuelta para saludar a las tribunas de fondo y salida. Una mujer le ofreció un bello ramo de rosas blancas que Sokolov pareció no ver, de manera que ella lo arrojó sobre el escenario y allí se quedó durante la larga e improvisada tercera parte.
El Schubert que sonó fue si no mejor, por lo menos tan bueno como el Chopin del programa y el que acabó cerrando la velada. Cerca de las once de la noche (el concierto empezó a las ocho) Sokolov saludó con su habitual economía gestual los últimos aplausos y bravos, y ya no hubo más bises. Un concierto memorable excepto por algunos móviles que sonaron y por los inoportunos que deciden que tienen mucha prisa en marcharse cuando el pianista acaba de comenzar una pieza. Esta fue la décima visita de Sokolov al Palau de la Música. Como en los cumpleaños, cabe desear muchas más.
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