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VALENCIA. El 10 de marzo de 2013 Grigory Sokolov tocó en el Palau de la Música de Valencia un programa integrado por las dos series de Impromptus de Schubert y la sonata Hammerklavier de Beethoven. Este singular pianista ruso, que algunos consideran el mejor instrumentista vivo en su especialidad, nacido en 1950 en Leningrado (hoy San Petersburgo) sale al escenario, camina con pasos cortos y regulares, como mecánicamente, saluda se sienta y toca. Cuando acaba se levanta, saluda y, como movido por un resorte, se gira y sale del escenario con su caminar mecánico. Reclamado por los aplausos, al final del concierto, sale, saluda y se sienta para ofrecer lo que en el argot "clásico" llamamos una propina.

En ese concierto de hace poco más de un año las propinas fueron hasta seis: cinco piezas de Couperin y una de Bach. Pero no fue Valencia una excepción. Las mismas seis propinas tocó Sokolov en Barcelona y en Madrid, según he podido comprobar por las críticas de prensa. La generosidad es una de las características de este gran genio del piano.

Otras son la timidez, aseguran quienes lo conocen, y la proclividad a suspender conciertos anunciados. También se caracteriza especialmente por huir del montaje de marketing que rodea a muchos artistas. Digamos que en ese aspecto está en el polo opuesto de un pianista, como Lang Lang, envuelto en un gran lanzamiento publicitario, lo que no desmerece su gran categoría como músico.

Pero Sokolov es muy singular y desarrolla su actividad al margen de exigencias comerciales de todo tipo. Por ejemplo, tampoco suele hacer grabaciones de integrales, como las sonatas de Mozart, de Beethoven o de Schubert, sino que graba, y poco, solo aquello que le interesa y porque le interesa. Sus escasas grabaciones se pueden encontrar en el sello Naïve.

En eso se parece mucho a otro gran pianista tan fuera del sistema como él, el desaparecido Sviatoslav Richter, que nunca grabó una integral de nada. O al genial Ivo Pogorelich, de irregular carrera y muy personales versiones, otro artista anti marketing, que estuvo recientemente en Valencia en un concierto de la Sociedad Filarmónica al que solo asistieron unos cientos de personas.

Lo más importante es que Sokolov une a una impresionante técnica la capacidad de hacer unas versiones intimistas, personales, que invitan al oyente a entrar en un mundo marcadamente diferente aunque haya escuchado muchas veces antes la obra que está tocando en ese momento. Sokolov es de esa extraña especie de artistas que hacen su carrera a su gusto y fuera de las normas.

Quizás el ejemplo más señero haya sido el genial director Carlos Kleiber, ya desaparecido, de quien Herbert von Karajan dijo que solo dirigía cuando tenía la nevera vacía. Como dijo Enrique Franco, Sokolov es un pianista que solo se parece a sí mismo. En el Palau de la Música tocará la Sonata número 3 y 10 mazurcas de Chopin. Raro será que no haya cinco o seis propinas a poco que aplauda el público, porque Sokolov es singular, tímido, genial y generoso.