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LITERATURA

Escribir desde la política

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 26/05/2014 "Si algo queda a la intelectualidad española, tan apartada de instituciones públicas o público-privadas y de celebraciones, medallas o amuletos, como se ve, es escribir"

Molina saluda a García Márquez en presencia de Mutis.

VALENCIA. El poeta César Antonio Molina fue director y gerente del Círculo de Bellas Artes de Madrid a finales de los años 90. En los 2000 fue nombrado director del Instituto Cervantes, Ministro de Cultura en 2007 y se ganó los votos suficientes para ser diputado por La Coruña a partir del año siguiente. Duró un tiempo en política ("un tiempo") y luego volvió a ser director de cosas: de la Casa del Lector, concretamente, institución o directorio creado ad hoc en 2012 dentro de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, vinculada al Ministerio de Cultura.

Tras recibir en 2005 el prestigioso nombramiento de Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras de manos del primer ministro de la República Francesa, el por entonces apuesto Dominique de Villepin (también esteta, aparte de conservador, bon vivant y enemigo íntimo de Nicolas Sarkozy), y tras recibir en 2009 la Gran Cruz de la Orden de Carlos III, la Gran Cruz de la Orden al Mérito de la República Italiana y la Orden de Bernardo O'Higgins de Chile, tuvo tiempo para reflexionar sobre la mala relación de los intelectuales con el poder.

La caza de los intelectuales se llama su último ensayo, y quizás su propuesta consolida el género "lamento", aquel que ya inauguraran en la Modernidad española (que la hubo) el coronel José Cadalso, el aristócrata Jovellanos o Larra, el pobrecito hablador. Desde púlpitos distintos, aquellos que nos deja la Historia y su barbarie.

César Antonio Molina se queja en su ensayo de que José Luis Rodríguez Zapatero no veía en él demasiado glamour, o quizás veía menos que en Ángeles González Sinde. Puede que La caza... debiera llevar por título La venganza o El desquite de los intelectuales porque si algo queda a la intelectualidad española, tan apartada de instituciones públicas o público-privadas y de celebraciones, medallas o amuletos, como se ve, es escribir. El papel como refugio. Frente a la fugacidad, la letra. Tras el cóctel, la reflexión. 

ESCRIBIR DESDE EL MINISTERIO DE CULTURA

Su sucesora en el Ministerio de Cultura, la guionista y directora de cine Ángeles González Sinde, también Gran Cruz de la Orden de Carlos III (2011), quedó finalista del Premio Planeta en 2013 con la novela El buen hijo, un par de años después de abandonar el Gobierno. Tras ella, su ley antipiratería (y la controversia que quedó por resolver), y sobre todo tras la llegada de Mariano Rajoy a la Presidencia del Gobierno, desapareció la cartera de Cultura del Consejo de Ministros, e imaginamos que buena parte de la producción literaria ministerial que había calado entre el gran público.

De la tríada socialista del periodo Zapatero (2004-2011), solo Carmen Calvo no se adentró en el mundo literario (léase ficción), aunque sí publicó ensayos y estudios ligados a la política social y el derecho, más propio de su actividad como docente que como intelectual a la altura de la Historia (siguiendo argumentaciones exaltadas). No recibió ninguna Gran Cruz, pero decidió auspiciar leyes como la Ley de Memoria Histórica, o decisiones como la de devolver los documentos republicanos y el patrimonio expoliado por los fascistas que se almacenaba en el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, o el retorno de la Dama de Elche a Elche. El glamour es una variable que no se reclama.

El Partido Popular nunca tuvo un Ministerio de Cultura propiamente. Siempre la cultura fue un aditamento de la Educación y/o del Deporte, con gentes tan dispares como José Ignacio Wert, Pilar del Castillo, Esperanza Aguirre o Mariano Rajoy. La suya es otra manera de intelectualidad. Y es que José María Aznar tuvo algunos ministros sensibles, como Manuel Pimentel, quien al tiempo que abandonaba el Partido Popular por hacer que España participara en la guerra de Irak, escribió más de media docena de novelas, aparte de ensayos y relatos, aun sin pena ni gloria.

Y junto a Pimentel, el ex ministro Miguel Ángel Rodríguez (Bajón), siempre dispuesto y disponible para el chascarrillo y la gracia de sobremesa, cultivó no solo el gran género, sino también cuentos infantiles y teatro, desde el año 89. Su estética (y su política) se divide entre la novela histórica y la ucronía: La cruz secreta del Emperador, por ejemplo, o El candidato muerto, también, esta última recordando al Vizcaíno Casas más agudo (¿qué otra cosa le quedaba sino agudeza, cuando ni talento ni historia tras 1975 le acompañaron?). Es una estirpe particular.

AQUELLOS SOCIALISTAS

Javier Solana, nada destacable, pero Jordi Soler, sí: monografías sobre política e historia. Quizás los ministros se dividan entre operarios y estetas, entre legisladores y diplomáticos. Carmen Alborch, la ministra felipista del IVAM, escribió entre el Ministerio y el Senado algunas obras polémicas en su momento, ahora inofensivas y amables (pero con su reivindicación femenina a cuestas): Solas (1999), Malas (2002), Libres (2004) o la última La ciudad y la vida (2009).

De entre los reverenciables, solo Jorge Semprún alcanza la categoría de histórico. Lejos de los lamentos (Molina) o de la escritura presentista y certera (Alborch), y mucho más lejos de la banal, La escritura o la vida (1995) culminó con toda una reflexión político-biográfico-estética que ya inició a modo de premonición con El largo viaje (1963). Adiós, luz de verano (1998) o Viviré con su nombre, morirá con el mío (2001) completan una trayectoria literaria ligada a la memoria europea de lucha contra el nazismo y el fascismo: permaneció recluido por los nazis en el campo de concentración de Buchenwald, organizó entre Francia y España la lucha antifranquista del PCE, de donde fue expulsado por Santiago Carrillo en 1964 junto a Fernando Claudín. La Autobiografía de Federico Sánchez también tiene algo de venganza, de desquite intelectual, pero es dolorosa e importante, del mismo modo que fue doloroso e importante que el PCE abandonara los presupuestos estalinistas y derivara hacia el eurocomunismo. Todo lo sólido, incluido el PCE, se disuelve en el aire.

Jorge Semprún fue la memoria del comunismo intelectual, la memoria de los republicanos exiliados y la memoria de los europeos supervivientes frente a nuestra propia historia continental. "El mayor peligro para Europa es el cansancio", escribió poco tiempo antes de morir, en un artículo estremecedor publicado en El País: "Mi último viaje a Buchenwald" Quizás fue de los diplomáticos, ministros o intelectuales que mayor reconocimiento merecen, después de sobrevivir a ellos mismos. Al menos él.

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