VALENCIA. "Podemos empezar con la obertura, que ya sabemos lo que tenemos..." Davide Livermore señala al escenario. A su lado está Emilio, su asistente personal. Junto a la mesa de control de iluminación se halla Antonio Castro, del equipo del Palau de les Arts.
Estamos a una semana vista de la inauguración de la VII edición del Festival del Mediterrani. Livermore es el director de escena de La forza del destino, el montaje de la ópera de Verdi con el que se abre el festival. El director musical, Zubin Mehta, se encuentra estos días con la Filarmónica de Munich ofreciendo conciertos en Alemania. Ha asistido a los primeros ensayos.
Ahora, mientras el maestro se encuentra fuera de Valencia, Livermore aprovecha para perfilar los últimos aspectos del montaje. Luces, vídeos... Sobre el escenario un sillón vacío y una proyección ocupan todo el espacio. La proyección recuerda a la ventana de La ventana indiscreta, el clásico de Hitchcock. No es casualidad. El cineasta británico es una de las inspiraciones a la hora de realizar la producción. Su imaginería forma parte del montaje.
"La ópera es la forma de espectáculo multimedia más antigua", dice Livermore. "No hay ninguna forma de espectáculo que tenga tanto arte e intervenga tanta gente que sepa hacer arte. Es el arte total. Una vez estaba poniendo en escena una ópera en Japón y le pregunté a una cantante japonesa que me encantaba: ¿Por qué no has estudiado una forma de teatro más tradicional de tu tierra?; y ella me respondió, casi llorando: porque éste es el arte total".
Livermore aprovecha cualquier situación para dar indicaciones. Todo el aspecto del montaje es muy cinematográfico, una alusión que no sólo no le molesta sino de la que además presume. "El cine viene de la ópera. La terminología, la manera de hacer producción... Todo sale de la ópera. Una cosa que me gusta mucho cuando monto una producción de ópera es tirar mano de la imaginería del cine. Tenemos una experiencia de más de un siglo como espectadores. Tengo en cuenta siempre lo que pasa en el cine, lo que la gente tiene en cuenta del cine. Es una manera de reconocer las emociones".
Con todo, el turinés apunta que lo hace siempre desde el respeto a la música, a los compositores que lleva a escena. "Parto de la partitura, de la dramaturgia. Puedo comer, puedo comprarme una casa gracias a Puccini, a Verdi, a Monteverdi. Soy un descodificador de emociones. La ópera está siempre viva, no está en un museo. Hay una cosa horrible que pasa en la cabeza del espectador italiano que espera siempre una imagen clásica. No es mi trabajo escribir ópera, sino contarla, traducirla al espectador".
Cantante hasta 1990, músico, bailarín y coreógrafo, decidió dar el salto a la dirección de escena. Y lo hizo desde su conocimiento de primera mano de lo que ocurre cuando se interpreta una obra. Sin modelos a seguir, Livermore reivindica su búsqueda personal de un camino diferenciado. "Tengo una personalidad, con mis 21 años de experiencia sobre un escenario. No me gusta ir al teatro. Me encantaba una frase de Fellini que decía que no le gustaba ir al cine porque todos los demás cineastas eran mejor que él", ríe. "No es por envidia, no soy envidioso", añade.
Esa experiencia personal se ha traducido en que en sus montajes, pese a los riesgos estéticos que a veces toma, jamás se producen situaciones absurdas y son muy cómodos para los cantantes, algo que le gusta oír. "Yo sé cuándo un cantante puede cantar boca abajo, o cuando es un do de pecho... El ego del director de escena se lo pueden poner [algunos] donde la espalda pierde su casto nombre, sobre todo cuando hay una cosa bella que es una voz. El director de escena no debe servir sólo a su ego..."
Livermore defiende la influencia de otras artes y especialmente del cine a la hora de montar una ópera. "Tenemos maestros fantásticos si salimos de nuestro ego. Tenemos maestros increíbles. Yo siempre me pregunto cuando abro una partitura por primera vez: ¿Y hoy qué significa? ¿Qué significa para la gente de hoy? ¿Cómo puedo contar esta historia? ¿Cómo se puede poner esta música, esta partitura y esta historia más cerca de la gente, que le llegue a la gente que la conoce y sobre todo que le llegue a los chicos que vienen por primera vez, que puedan recordar que vieron una Forza del destino especial como la primera vez que estuvieron en el Palau de les Arts? ¿Cuándo vuelvan a su casa qué imagen se pueden llevar?", se pregunta.
UN COCHE SOBRE EL ESCENARIO
Para La forza del destino Livermore ha propuesto unos decorados insólitos. La ópera original está ambientada en Sevilla, a mediados del siglo XVIII. El montaje que ha creado para el Palau de les Arts se sitúa en una época indeterminada entre los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Cuando no son proyecciones con cuervos como los de Los pájaros, son ingeniosos troquelados que remiten a los escenarios de El gabinete del Dr. Caligari o la estética de Vértigo. Sobre el escenario, hasta un coche de los años cincuenta, un Morris, que ha sido pintado de gris porque su color original, el rojo, desentonaba con el conjunto. Todo ello sazonado con efectos de luces que están siendo medidos, calculados al detalle.
El asistente de Livermore sube al escenario.
–Emilio gírate...-le indica Livermore.
–Ven adelante. Da un paso adelante. Uno detrás. Uno pequeño detrás. En medio del escenario. Perfecto. Me gusta mucho más que en el lado izquierdo... No mancha la proyección. Cuando entra Curra, podemos o bajar la luz o cortarla del todo. Me gusta poner focos encima.
Antonio Castro interviene.
–Vamos a hacer que cuando Curra abre la cortina... vamos a mover el 4 80 y el 4 81 a los mismos niveles que el foco anterior... Y ella se queda dónde está ahora Emilio.
Livemore asiente.
–Súbelo.
–Algo así
–¿Puedes cortarlo de todo?
–Algo así...
–Más, más, más luz... Está bien. Perfecto. Déjalo así...
"Trabajar con gente como Antonio Castro es fantástico", señala el turinés. "Es magnífico poder crear imágenes para esta partitura con la calidad alta..." Para él es fundamental la colaboración del equipo técnico del Palau de les Arts. Cuenta con total libertad y la anuencia de Mehta, a quien parece gustarle este tipo reinterpretaciones de la ópera. Aunque Davide no quiere hablar de libertades creativas. "Adoro al maestro. Nunca he tenido problemas con músicos porque yo soy músico y hablamos el mismo idioma. No es una cuestión de que un músico sea abierto o no. Hablamos de la misma cosa, del significado potente que tenemos en la partitura. Hallamos la manera verdadera de llevarla a la acción", dice.
‘CÁNTICO DEL INFIERNO', LA ÓPERA DE NUESTRO TIEMPO
Tras La forza del destino, Livermore tiene pendiente de estreno otro montaje dentro del Festival del Miediterrani, Cántico del infierno, una ópera inspirada en el poemario del tetrapléjico Ramón Sampedro, del cual dice que es la mejor metáfora de cómo "ahora" se puede crear "ópera de nuestro tiempo".
"Se trata de poner la tecnología al servicio de la emoción, a contar una historia", comenta. "El teatro no es un capricho para intelectuales. No es dinero públlico malgastado. Es una vergüenza escuchar esto... sobre todo por parte de los políticos Italianos. Nuestra idea de fraternidad, de nación, surgió sobre un escenario", comenta.
Crítico con la televisión de su país, amante de los espectáculos teatrales, asegura que este montaje "es el futuro de la ópera". "No se habla de la historia de Sampedro, que ya contó Amenábar, sino sobre qué pasa en un hombre cuándo se está en esa situación. Él [Sampedro] escribió una poesía increíble, que le salió de las entrañas. Su obra demuestra que cualquier ser humano busca el valor de la vida y él lo hizo a través de la poesía".
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