VALENCIA. Comenzó en 2001 reuniendo a cerca de 8.000 espectadores en el Poble Espanyol de Barcelona, con Los Planetas como principal reclamo. Doce años después, lograba congregar a más de 50.000 asistentes diarios (170.000 si sumamos los tres días centrales, de jueves a sábado) en el recinto del Fórum, esa mole de hormigón que tantas críticas generó entre su ciudadanía en el momento de su creación. El número de escenarios se ha multiplicado, y también lo han hecho las kilométricas distancias que separan los unos de los otros, conformando un enorme hormiguero de cemento por el que transita una muchedumbre que, aparentemente, no estaba destinada a acudir en masa para degustar una oferta que (con todos sus peajes) no deja de circular por los cauces de lo que damos en llamar música independiente o alternativa. Ajena, en todo caso, a los señuelos más comerciales.
El Primavera Sound ha crecido de una forma abrumadora en los últimos años, incluso para sorpresa de sus propios gestores. Ha logrado atraer para sí un turismo foráneo cuya presencia, hasta hace solo unos años, tan solo se presuponía en enclaves deliberadamente playeros como Benicàssim. Y lo ha logrado convirtiéndose, por derecho propio, en una pasarela por la que desfila el grueso de propuestas más excitantes del panorama independiente internacional, especialmente (aunque no solo) el de sesgo anglosajón.
Un muestrario del estado de las cosas, prácticamente en tiempo real (que es cuando hay que ver a las bandas relevantes, no cuando se limitan a ser una caricatura de sí mismas), de lo más granado que el pop rock foráneo (y parte del estatal) tiene que ofertar. Ha podido también costearse una edición portuguesa, a celebrar una semana después en Oporto, orquestada como una suerte de menú degustación de la matriz catalana, aunque sin las aglomeraciones e incomodidades que esta comporta. Y por el camino ha logrado incluso montar su propio sello discográfico, El Segell del Primavera, en el que militan Refree, Joana Serrat o Grupo de Expertos Solynieve.
Con sus nostálgicas concesiones al pasado, pero también con sus evidentes muestras de olfato para acercar a aquellas formaciones que están en condiciones de demostrar que son algo más que flor de un día y trascender la condición de hype. En connivencia con la promotora británica All Tomorrow's Parties, que programa un escenario desde hace siete años, y en colaboración también con la referencial web norteamericana Pitchfork, que hace lo propio con otro escenario desde hace cinco ediciones. Ambas dejan marcada su huella, y de qué manera, en la programación de un festival que se ha sabido dotar también de unas singulares campañas de promoción: ya sea en forma de galas de presentación, spots en los que se ironiza con la socorrida figura del hipster (no sin razón: pasear por algunos tramos de su recinto trae más de una vez el recuerdo de una fiesta de disfraces cualquiera) o acciones virales como el reality show al que sometieron a las bandas que integraban su Touring Party en diciembre pasado, bastante menos concurrido.
EL PRIVILEGIO DE LA MARCA
Seguramente sea pronto para aventurar si la cita, que coloca a Barcelona como indiscutible epicentro urbano de la escena de festivales estatal (enclave también del Sónar y de los más modestos Cruïlla o BAM) y una de las más descollantes ubicaciones europeas, puede morir de éxito en un futuro. De momento, es una posibilidad que no parece estar en la agenda de sus rectores, quienes no siempre han encajado de buen grado las críticas de cierta prensa (aunque aquellas tampoco supurasen acritud), y que este año han superado cualquier expectativa implementando una medida que puede que sea común en gran parte de los festivales de cine de media Europa, pero resulta absolutamente inédita en nuestro país por lo que respecta a los festivales de música: que los periodistas hayan de pagar una tasa para poder acceder al recinto a ejercer su trabajo, sin que medie la menor pedagogía al respecto de la necesidad de tal tarifa.
Sin duda, una muestra más de la consciente situación de privilegio que vive el certamen, indiferente a la natural controversia suscitada entre unos profesionales que (intrusismos al margen) desarrollan su labor en unas condiciones ya de por sí muy devaluadas. Tampoco resulta extraño, viniendo de una cita que no dudó en autobautizarse a sí misma hace un año con el hashtag de #bestfestivalever. Sin falsa modestia.
DOLOROSAS COINCIDENCIAS
Si por algo se caracteriza el Primavera Sound es por la pantagruélica oferta que conforman los ocho escenarios repartidos por todo el Fórum. Su oferta ya desvela sus contenidos desde este mismo lunes, en salas como el Apolo o el Teatre Principal, pero lo mejor de su argumentario se reparte por el enorme recinto del Barrio del Besós, anexo a la costa y de miércoles a sábado, rodeado por enormes hoteles de cuatro estrellas y con esas ya características tres torres de la Central Térmica en el horizonte, delineando un skyline que recuerda a una versión local de aquella portada del Animals (1977) de Pink Floyd.
Cualquiera que no haya faltado a la cita en los últimos años podrá dar fe de los dolorosos solapamientos horarios que obligan a elegir entre propuestas que, las más de las veces, apenas se dejan ver más allá de las dos o tres capitales hispanas de rigor en cada gira. Y no es precisamente algo nuevo: sin necesidad de activar el recuerdo reciente, algunos aún guardamos en nuestro disco duro aquella jornada de la edición de 2005 (la primera que se celebró en el Fórum) en la que coincidían, a la misma hora, The Wedding Present, Echo & The Bunnymen, The Futureheads o Steve Earle. Todo un punto de inflexión. Y solo una muestra más de lo inabarcable de su jugosísima oferta.
Se antoja redundante recomendar un manojo de artistas. Cualquier intento de criba siempre resultará infructuoso ante su desbordante oferta, y púlpitos más agradecidos tiene la iglesia para explayarse con todo lujo de detalle, por suerte. Sí que es de ley resaltar la apertura de miras de un festival al que, desde diferentes trincheras mediáticas, le han llovido peticiones para que amplificase la representación pop rock autóctona, aprovechando su caja de resonancia mediática en el exterior. O para que incrementase la negritud de su código genérico.
En todo caso, y al margen de indiscutibles ganchos populares como puedan ser Arcade Fire, The National (ambos en clave de presente) o Pixies (más en clave de pasado, si bien por fin con un álbum nuevo)-bandas que no son inéditas en este festival y que seguramente arrastren la mayor masa humana del fin de semana-, conviene subrayar en rojo algunos nombres, de menor calado mediático, que nadie debería perderse. Como el legendario Dr. John, santo y seña del sonido más tradicional de Nueva Orleans; el insigne Caetano Veloso, inveterado epítome del folk y el tropicalismo brasileño; los míticos Slint, precursores del post rock cuando aún no se había inventado el término; la institución del rock industrial que son Nine Inch Nails o el renovador afrobeat de los neoyorquinos Antibalas.
Y para quien no quiera ponerse tan exquisito, siempre se podrá confiar en valores más aferrados (en mayor o menor medidad) a la ortodoxia indie norteamericana como Shellac, Superchunk, Mark Eitzel, Sharon Van Etten, Neutral Milk Hotel, The War On Drugs, Real Estate, Drive-By Truckers, Lee Ranaldo & The Dust, The Dismemberment Plan, Black Lips, Spoon, Queens Of The Stone Age o Dum Dum Girls, amén de sensaciones de temporada que deberían confirmar sobre el escenario la solidez de sus propuestas, como Future Islands, Hospitality, Cloud Nothings, Factory Floor, Julia Holter o Jamie xx.
Más veteranos que demandan atención sin reservas: Julian Cope, Mick Harvey, Television, Slowdive, The Ex o Linda Perhacs. Y a buen seguro que no andarán huérfanos de resortes para el baile los directos de Disclosure, Cut Copy, Kendrick Lamar, Chvrches, Metronomy, St. Vincent o Chromeo. Un cartel que (salta a la vista) nos obliga a derrochar tinta, y que se redondea con ese pelotón de bandas estatales (León Benavente, Refree, Súper Gegant, El Último Vecino) que no suele copar los carteles de los festivales clónicos que todos tenemos en mente, y en el que también destacan bandas valencianas como Tórtel, Jupiter Lion o Modelo de Respuesta Polar, entre algunas otras. Como siempre, mucho (y bueno) donde elegir.
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