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La burbuja cultural: premios y crítica en la era virtual

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 12/05/2014 "Que buen número de los premios literarios se rigen por una estrategia estrictamente comercial es algo indiscutible. Y no está del todo mal"

VALENCIA.  Cuenta Rafael Sánchez Ferlosio que una vez le pidieron "dos o tres folios" con algún texto suyo para participar en el catálogo de una exposición de pintores contemporáneos. Dos o tres folios, qué más da. El autor, al que siempre le faltó el humor (dicho sea de paso), mostraba su cabreo al calcular los gastos que supondría la extraordinaria muestra artística: varios escritores, a razón de 50.000 pesetas por texto, más pintores, más impresión de catálogo, más publicidad, más cóctel de bienvenida, vino y algo de picoteo, etcétera, rebasaba con mucho la serenidad calculadora del escritor. Y además, la exposición era de abanicos, o mejor, de arte en abanicos ("de China, Japón, y algunos más pequeños, Valencia").

Rafael Sánchez Ferlosio escribió por entonces un texto paradigmático del momento cultural que vivía España: La cultura, ese invento del Gobierno. en el que criticaba con ferocidad la política cultural (sobre todo minimalista, pueblo a pueblo, como queríamos construir España) de eventos, exposiciones, muestras y demás devaneo progresista. Era 1984, y estábamos de pleno en la recuperada etapa democrática, con Felipe González capitaneando un nuevo tiempo lleno de ayuntamientos del PSOE. Todo iba a ir mejor. España se abría al mundo, se subía por fin al carro de la Modernidad, Europa nos esperaba a la vuelta de dos años y la cultura, ese ente vilipendiado por el enanismo intelectual del franquismo, iba a florecer con la libertad, la amnistía y el Estatut d'Autonomia. Quizás por ese orden.

DEL DERROCHE AL RAQUITISMO

Todo eso era verdad, aunque Sánchez Ferlosio fuera como fuera.

Imagino que en 1984 nadie hacía caso a un aguafiestas así, y más si la ganancia era suculenta, como en el caso de la exposición de abanicos (o de arte en abanicos). Demasiados festivales, demasiada cultura (demasiada cultura banal, según Ferlosio), es la lección que nos dejaron aquellos fastos (sin acercarse de lejos a la ruina de grandes eventos de Rita Barberá o Francisco Camps, que jugaban en otra liga más trepidante y patética). Demasiados ayuntamientos, es lo que pensaron otros con peor sentido de la ciudadanía. Sin embargo, treinta años más tarde, La cultura, ese invento del Gobierno asombra por lo lúcido, lo sectario y lo premonitorio. Todo junto, lamentablemente.

La crisis económica se llevó por delante buena parte de la burbuja cultural. Lo más inmediato fue sacar de los presupuestos las partidas destinadas a fomento y promoción de actividades culturales, entre ellas los certámenes literarios de corto o medio alcance. Hacían ciudadanía, fomentaban una lengua o dos, pero no lo suficiente al parecer.

Vivimos el efecto contrario de lo que propugnaba Ferlosio, que no era austeridad sino criterio. Aun así, Valencia, Alzira, Sagunt, Torrent, Picassent, Mislata (recién resucitado), Gandia, Xàtiva o algún otro especializado en estudios locales, han sobrevivido a la merma de fondos públicos con que financiar el arte y el pensamiento.

PREMIOS COMERCIALES Y CRÍTICA LITERARIA

Que buen número de los premios literarios se rigen por una estrategia estrictamente comercial es algo indiscutible. Y no está del todo mal. Al final estos premios ligados a un fenómeno de ventas son convocados por empresas editoriales que, aparte de recibir subvención por la labor cultural y social en que delega el Estado, mantienen una visión de supervivencia en un mundo muy cercano a la asfixia económica.

El criterio del editor es distinto al del gestor cultural, al de la crítica especializada o al del lector; que tales criterios entren en conflicto es en cierto modo inevitable, y deseable en tanto que cuidan de todo un circuito literario que va más allá del propio acto de lectura. Sin embargo, lo significativo es observar hasta qué punto las esferas en pugna se disputan el concepto de autoridad en el campo del arte.

¿Crítica literaria? Depende. Teniendo superabundancia en la información de novedades, reseñistas de todo tipo y portales personales que cuentan lo que hay y lo que no en las obras literarias, el crítico ya no puede aspirar a bendecir obras y autores como quizás en otro tiempo. El poder simbólico se ha mantenido en los suplementos culturales y en los medios de referencia, pero la capacidad de influencia se ha desplazado hacia un terreno pantanoso, atravesado por la oportunidad y el márketing.

En el reino de la polifonía virtual, la crítica literaria tradicional solo puede contribuir a mejorar un debate en el que intervienen muchas más voces. Y sin embargo, la lucha por la hegemonía en la interpretación de lo literario, en mi opinión, no se está dando en la recuperación de un discurso crítico de autoridad, aplaudiendo o sancionando obras y autores desde criterios estéticos e históricos serenos, sino calculando los índices de impacto del texto. De otro modo, la crítica literaria, en su afán por dominar la esfera de la opinión pública, está acercándose peligrosamente a la nota de prensa como género. A la reseña. A la mera información comercial.

En este momento, dispersión de la crítica y raquitismo financiero se aúnan marcando el signo de nuestro tiempo, contrario a aquel en que invitaban a Sánchez Ferlosio a exposiciones de abanicos por 50.000 pesetas. La crítica literaria, en cambio (de los premios es mucho decir), debe elegir entre el raquitismo intelectual o la honestidad en el oficio: honestidad, serenidad y valentía. Y la autoridad solo lleva a la segunda opción.

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