VALENCIA. Debe de ser que el histórico batacazo de taquilla de La Isla de las Cabezas Cortadas (Renny Harlin, 1995) seguía pesando mucho en la mente de los productores, pero hasta ahora nadie se había atrevido con una serie de piratas en la televisión americana. De hecho, salvo por Roman Polansky (Piratas, 1986), el género no daba un doblón desde que enterraron a Errol Flynn. Que se lo digan a Pilar Rubio y a Tele5. Parecía gafado. Tanto que cuando triunfó la franquicia Piratas del Caribe nadie se atrevió a seguir sus pasos.
Pero la plataforma americana Starz se ha atrevido a romper la maldición (dentro de su apuesta por producir series propias) y ha logrado el estreno más visto de su historia. Un éxito que se suma al de otras como Spartacus o Los Demonios de Da Vinci, pero que no alcanza ni de lejos a lo mejor de Fox, AMC ni mucho menos HBO. Ahora llega a España esta serie que, aunque no marcará época, sí que reúne ingredientes suficientes como para darle una oportunidad.
Aún así, las aventuras del taimado Capitán Flint por salir de la miseria a costa de hacerse con el botín de La Urca de Lima (un galeón español con las despensas llenas de oro) gustará a los que busquen entretenimiento puro y duro. Los que esperen encontrarse con el nuevo Breaking Bad o algo así se van a dar con un canto en los dientes.
Aunque el reclamo de Michael Bay (Transformers, Armageddon,...) como uno de los productores hacía pensar en un desparrame de acción desde el minuto uno, lo cierto es que las escenas de acción no son su plato fuerte. Es su primera incursión en la pequeña pantalla (con permiso de la no estrena The Last Ship), pero en realidad no es más que uno de los cinco productores ejecutivos y su labor se ha limitado a tres capítulos.
Black Sails (‘Velas negras', un homenaje a la Bruja Lola no deseado) juega en la liga de esas series que no pasarán a la historia, pero reúne suficientes ingredientes para aguantar unas temporadas. De hecho, ya se ha confirmado que habrá segunda entrega tras los ocho capítulos iniciales. De algunas producciones se dice que lo bueno no es nuevo, y lo nuevo no es bueno. Este no es el caso. Nuevo, hay poco y mala no es.
UN PRESUNTO REALISMO
La trama se desarrolla en Nueva Providencia (el Caribe), a principios del siglo XVIII. La isla parece el paraíso de los bucaneros mileuristas, pero algunos se temen que los buenos viejos tiempos van a pasar pronto a la historia pues, como dice el Capitán Flint (Toby Stephen), "la civilización está llegando y quiere exterminarnos". Una vez asentada como imperio, los únicos piratas que va a tolerar la corona británica son los que se sienten en la City.
Con esta pretensión de serie crepuscular (la factura es demasiado bonita para poder creérselo), el Capitán Flint se las ve y se las desea para dar su último golpe, el que le permitirá retirarse antes de que los tiempos que le han tocado vivir le pasen por encima. Un planteamiento que en el western dio luz a una ristra de obras maestras (Grupo Salvaje, El hombre que mató a Liberty Valance...) pero que aquí no acaba de cuajar por mucho pirata diciendo tacos que pongan.
Ya que hablamos de vaqueros, se puede citar a Deadwood y su visión entre desmitificadora del western como referente, pero a cada aficionado (en función de sus gustos) le vendrá a la cabeza más de una serie con pretensiones de realismo. De ahí la presencia de personajes basados en piratas reales –como Jack Rahman (Toby Smith), Carles Vanes (Zach McGowan) o Anne Bonny (Clara Paget)– y un intento de convertir la isla y su día a día en un personaje más.
Junto a estos, un homenaje a la literatura en la figura de un joven John ‘Long' Silver (Luke Arnold), más pendiente de recordar a Jack Sparrow que al mítico personaje nacido de la pluma de Robert L. Stevenson. Demasiado guapo este morenazo de ojos azules como para que te lo creas.
GUAPOS Y GUAPAS
Uno de los puntos fuertes de la historia es que es creíble y la ambientación, extraordinaria. Hay que reconocer que los exteriores (construidos en Ciudad del Cabo) hacen que no echemos de menos el Caribe. Lo que pasa es que desde que hemos visto lo que han sido capaces de hacer los de Stargate con los exteriores de El Príncipe, igual lo han rodado todo en un descampado y no nos damos cuenta. Los barcos, en cambio, huelen a Photoshop a la legua (marina).
Pero que nadie espere personajes de esos multicapas que crecen a medida que avanza la serie. Aquí son todos monocromo y desde el primer capítulo al último apenas hay variaciones. La complejidad se hace a base de ir añadiendo traiciones, algún secreto oculto y poco más. Cada uno juega su papel y de ahí no se mueve. El bueno, el ingenuo, el malvado... son de una pieza de principio a fin.
Aún así, no están mal. Quizás la menos creíble es Hannah New, que lo hizo bien como Rosalinda Fox en El tiempo entre costuras, pero que no da la talla en su papel de malvada–ambiciosa–máquina sexual–maquinadora hija del gobernador de la isla, Eleanor Guthrie. Demasiado angelical (y lo sabe) para una de las protagonistas más importantes de la serie.
En cambio, Clara Paget sí está a la altura en su rol de pirata malota pero está muy desaprovechada. Aunque sin duda el personaje femenino más logrado es el de la prostituta Max (Jessica Parker Kennedy) y también uno de los que más juego da.
Por supuesto, el sexo es uno de los reclamos de Black Sails. El público femenino tendrá que conformarse con los torsos desnudos de los protagonistas y una pilila flácida filmada desde lejos. Para el masculino, algo más. Desnudos sin venir a cuento como en una película española de destape, tetas de vez en cuando, alguna que otra entrepierna, escenas de lesbianismo light para añadir algo de morbo y putas para parar un tren.
También hay violencia, por supuesto. Alguna que otra concesión al salvajismo pero sin exagerar. La acción, aunque no brilla por su ausencia, tampoco es por lo que más destaca la serie. Una apuesta que no deja de sorprender: una peleíta por aquí y otra por allá no es lo que se espera de un relato de piratas. Se echa en falta algo más.
Black Sails es una serie que pierde fuerza y se lía innecesariamente cuando busca trascendencia, pero que gana enteros cuando apuesta por la simple diversión y es consciente de sus limitaciones. Es difícil no verla como una especie de hermana pequeña de Juego de Tronos o como un Spartacus rebajado con agua (sobre todo en lo que a sexo y violencia se refiere). No es de las que te tragarías de una sentada, pero sí de las que te soluciona una noche a la semana y a la que se agradecen sus gotas de humor.
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