VALENCIA. En la calle San Vicente, a la altura del número 160, justo por la comisura del acceso a la estación "provisional" Joaquín Sorolla de Valencia, reside el estudio de Fran Silvestre. Primera etapa de una ruta por caras jóvenes (algunas más, otras menos) de la arquitectura valenciana, que forman parte ya de un debate universal en torno al sentido que los arquitectos deben dar a su trabajo en las grandes ciudades, una vez saturada (o no) la obsesión por los edificios icono. En Valencia el debate tiene una resonancia todavía más práctica si cabe.
Fran Silvestre, colaborador del Pritzker Álvaro Siza, se hizo arquitecto porque quería volcar su pasión primera por la ciencia y la creatividad. Admira a Siza ("trabajo artesanal, respeto hacia el lugar, el paisaje y la tradición en la obra") y al suizo Peter Zumthor ("expresividad material, carácter atemporal").
Hay una palabra que le revolotea y es tendencia en su mente: cubiertas. "Los patios interiores de manzana en el Ensanche estaban pensados originariamente como jardines, pero poco a poco se han transformado y el resultado es un conjunto de cubiertas de establecimientos comerciales. Estas cubiertas podrían convertirse en jardines; mejoraría la calidad de vida de la ciudad".
–Tras la resaca, ¿cómo valoras la era de los edificios icono?
–Lo más positivo de ese momento fue la gran cantidad de oportunidades que existían en la ciudad. Lo más negativo fue sobre todo la velocidad con la que se producían los cambios y con la que se ha construido.
–¿Qué herencia debe dejar vuestra generación a la ciudad?
–Si la construcción del Parque Central y todo el proyecto alrededor del puerto se acaban satisfactoriamente, significarán una buena herencia para las generaciones futuras de valencianos como ha sido la transformación del rio Turia.
Ramón Esteve, uno de los emblemas del momento, vive profesionalmente en el epicentro del barrio del Carmen, dedicándose a lustrar "lugares donde apetece vivir, desde edificios de gran escala hasta el diseño de mobiliario". Hace pocas semanas promovió la exposición XL/xs, repleta de objetos diseñados por arquitectos.
–Ramón, ¿qué hay de la arquitectura valenciana?
–Primero habría que preguntarse si existe una arquitectura valenciana. No hemos sabido crear una identidad propia como lo han hecho otras áreas españolas. Para que haya buena arquitectura, primero la sociedad y las instituciones han de tener sensibilidad por la arquitectura. Nos hemos creído que por hacer grandes obras ya estaba todo hecho. Sin embargo, una ciudad es el resultado de la suma de todas las intervenciones de distintas escalas, pero todas con mucha calidad, como por ejemplo pasa en ciudades que son referencia. En definitiva, la arquitectura es la materialización de las ambiciones de una sociedad.
–¿Qué necesita la ciudad de vosotros?
–Valencia necesita una labor activa de los arquitectos e implicarse más en las decisiones sobre la configuración de la ciudad. Esto implica la búsqueda de la excelencia tanto por parte de las intervenciones públicas como privadas, es decir, desde planificación hasta el diseño de un local en la ciudad.
–¿En qué etapa está la ciudad?
–Ahora estamos en otra coyuntura socioeconómica que implica que tenemos que hacer cosas de calidad pero a otra escala, y esto no tiene por qué ser menos interesante.
–¿Cómo valoras la etapa de ‘edificios reclamo' que nos precede?
–Dio una notoriedad internacional a la ciudad, pero el exceso de aplicación de esa política ha hecho que se descuidasen y que no se invirtiese lo suficiente en entornos que reafirman la identidad de la ciudad como el casco histórico. La política de los ‘edificios reclamo' tiene más sentido en lugares que no tienen una tradición histórica como nosotros, en concreto Valencia tiene más de dos mil años, con edificios como Lonja, precisamente un edificio monumental de su tiempo que tiene una forma, estructura y proporciones bellísimas.
Siguiente parada: la calle Rambla, en el Benimaclet norte. Es allí donde el arquitecto Manuel Cerdá tiene su propia casa, la casa AYM, "un laboratorio de ideas". Su estudio, MCP Arquitectura -especializado en vivienda pública- se sitúa en la calle Navellos, viendo de frente la Plaza de la Virgen. Cerdá es profesor de la Escuela de Arquitectura de Valencia y, me dicen, un analista punzante. "Desde el principio me emocionó la posibilidad de crear espacios, pasar mis dibujos a la realidad y poder habitarlos, pasearlos, sentirlos...".
–¿En qué momento está la arquitectura valenciana, Manuel?
–En un momento álgido, pero no por sus afamados nombres ni por la situación económica. Los jóvenes arquitectos valencianos son, somos, muchos y de alta calidad. Hay que recobrar el crédito y el afecto de la sociedad hacia un colectivo que demasiadas veces ha sido objeto de fuertes críticas, lamentablemente bien merecidas. Y hay que hacerlo con trabajo serio, callado y eficiente, como siempre se ha hecho en la buena arquitectura.
–¿Ha acabado la era de las construcciones monumentales?
–Ahora estamos viviendo las consecuencias más nefastas, pero en otros momento sus consecuencias fueron más que aceptables. No hay que demonizarlas ni ensalzarlas excesivamente. Lo importante es aprender para no repetir errores y extraer lo bueno que tuvieron. En el caso de Valencia fue positivo la posibilidad que muchos tuvimos de acceder a trabajos de carácter público, social, mediante concursos, y ofrecer nuevas ideas a la gente, y evidentemente lo negativo fue la errónea gestión económica, como se ha comprobado.
En Blanqueries 17, con La Saidia a lo lejos, está instalado Jose Ramón Tramoyeres y su Green Geometries Laboratory. Ha trabajado con Zaha Hadid y Santiago Calatrava. Sus obras son un torrente tecnológico. "Tecnonatural, tecnoemocional...", dirá él. "El gran reto -desenfunda- es que nuestros proyectos vuelvan a ser relevantes cultural y socialmente, que seamos capaces de generar conocimiento".
–¿Qué necesita Valencia de vosotros?
–Necesita que demos espacios que potencien la creatividad y la imaginación.
–¿Han muertos los años de la monumentalidad?
–No creo que se haya terminado esa era. A lo largo de la historia siempre se han construido edificios icono, muy importantes para la sociedad. Lo que sería genial es que antes de hacerlos pensáramos en su sostenibilidad medioambiental, social, cultural y económica, que durante el proceso de construcción nadie robara del dinero público. Quizá con transparencia en el proceso todo esto se solucionaría.
Cambio de interlocutor. Diana Sánchez Mustieles, la joven doctora especializada en rehabilitación de edificios y en el estudio del patrimonio industrial. Me advierte que en casi todas sus fotos está cerca de escenarios algo adustos pendientes de resurrección. "De la arquitectura me sedujo su historia, los grandes vestigios de épocas anteriores y el hecho de poder estudiarlos y pensar en restaurarlos en algún momento. Cuando paseaba cerca del Mercado de Colón, cuando todavía estaba cerrado, pensaba: "que me espere, cuando sea arquitecto lo restauraré", ése era uno de mis sueños de niña".
–¿Qué rehabilitación consideras un buen ejemplo?
–La del antiguo matadero de Valencia, el actual centro deportivo La Petxina, rehabilitado por Carlos Campos González. Se trata de un gran conjunto de la época industrial de Valencia que mantiene casi toda su trama y tiene una gran fuerza y belleza.
–¿Qué camino debe tomar la arquitectura en nuestro entorno?
–Precisamente el camino que se debería seguir es el de la recuperación y reutilización de las construcciones existentes, por lo tanto los arquitectos deberíamos enfocarnos más al campo de la rehabilitación que a la obra nueva. Valencia necesita arquitectos que conozcan las necesidades reales de los futuros usuarios de sus construcciones, ya no se trata de hacer monumentales construcciones, a veces inútiles, se trata de hacer o rehabilitar construcciones para que sean habitables y funcionales para usos concretos.
El valenciano Javier Hidalgo -Hidalgomora Arquitectura-, admirador de la Finca Roja, pasaba de pequeño "muchísimas horas jugando con un montón de piezas de madera" con las que hacía sus primeros "edificios". Hoy los levanta imbricándolos con el paisaje y la tradición del lugar, en un momento en el que, asegura, "la arquitectura se ha convertido en un producto de consumo y los arquitectos en víctimas de esta situación. En España el número de arquitectos se ha multiplicado por tres en 30 años, por lo que existe mucha competencia profesional aunque desgraciadamente no se basa en la calidad de los servicios sino en el precio".
–¿Cómo describes el momento de la arquitectura valenciana?
–Se ha gastado mucho en proyectos a veces innecesarios y ahora estamos pagando las consecuencias. Arquitectos y administraciones debemos apostar por la optimización de los recursos económicos, que son limitados. Hay que invertirlos de una manera racional donde se necesita, desde la austeridad y la sensatez.
–¿Cuál es tu balance de la última época arquitectónica?
–Esa época nos ha dejado muchos edificios interesantes, algunos de los cuales sin duda permanecerán y serán parte de la historia de la arquitectura, otros sin embargo quedarán como tristes símbolos del despilfarro y de la megalomanía de políticos y arquitectos.
Otro giro. Llego a Mixuro, una suerte de mix arquitectónico que resuena a alternativa y desliza sus acciones en las entrañas de la ciudad. Una de sus integrantes, María Oliver, a la que de mayor le gustaría parecerse a Renzo Piano ("sobre todo en su prehistoria"), recibe con una proclama rotunda: "Valencia necesita que los arquitectos salgamos de nuestros estudios y nos mezclemos con la gente, escuchemos sus necesidades, nos ciñamos a sus presupuestos, trabajemos con y para ellos. Esta ciudad tiene muchas "urgencias" arquitectónicas y urbanísticas y nosotros tenemos la obligación de atenderlas".
–¿Qué siguiente paso debéis provocar los arquitectos de aquí?
–Recibimos un legado magnífico de infraestructuras que en estos momentos se encuentran vacías de contenido. Tenemos un gran número de profesionales muy bien formados con capacidad para darles contenido, y unos vecinos con necesidades concretas por cubrir. Nos enfrentamos al reto de la gestión viable de estos recursos.
–¿Qué sensación te queda tras el paso de la era Calatrava?
–Esos son momentos con operaciones de alto riesgo, que necesitan una gran inversión pública y deben garantizar un beneficio privado concreto y en las que el beneficio social suele ser más difícil de cuantificar. Espero que los ciudadanos no estemos ya por la labor. Es curioso ver como edificios cuyo único objetivo inicial era satisfacer las necesidades de un barrio, terminan convirtiéndose en iconos para la ciudadanía sin que este objetivo estuviera en la agenda de nadie. Es el caso de La Rambleta, que se gana su prestigio gracias a su propia actividad y a una arquitectura que lo permite sin renunciar a su calidad intrínseca.
–¿Qué otros espacios te parecen relevantes?
–Es difícil encontrar un barrio con una relación tan directa entre el patrimonio material y el inmaterial, entre la arquitectura y el urbanismo, entre los vecinos y el espacio público, como el Cabanyal.
La séptima parada se produce cerca de allí. En el puerto, frente al mar, tiene sus cuarteles generales NYC Arquitectos. Aparece Álvaro Navarro. "Seduce que creaciones tuyas vayan a determinar el hábitat de muchas personas durante mucho tiempo".
–¿Cuál debería ser el futuro arquitectónico de la ciudad?
–Debería pasar por recuperar las joyas ya existentes. Olvidarse de grandes proyectos de crecimiento, y crecer desde dentro. Trabajar la rehabilitación y trabajar la ciudad para sus habitantes. La nueva ley urbanística la veo como un buen comienzo para todo esto. Valencia necesita que sus arquitectos les hagamos apreciar lo bueno que ya tiene Valencia. Existe ese aprecio, pero muy focalizado; debería globalizarse. Hay que aprovechar las grandes instalaciones construidas sin uso, y redireccionarlas a nuevas necesidades.
–¿Qué regusto te queda tras los últimos años?
–La arquitectura icónica ha conseguido que el turismo venga a conocer la ciudad. Lo bueno es que, aunque el reclamo haya sido ése, una vez aquí el turista ha podido conocer, con gran sorpresa, lo rica que es esta ciudad históricamente, todo lo que tenemos que ofrecer, con por ejemplo edificios como el Mercado Central, que por continente y contenido me lo dan todo. Lo negativo, en cambio, es que con los sobrecostes se podría haber invertido en la recuperación de Velluters, El Cabanyal... Sin olvidar que el contenido de esos edificios icono deja bastante que desear.
Frente al jardín del Turia, al cruzar el puente de las Artes desde Na Jordana, espera el estudio especializado en regeneración urbana Bipolaire, comandado por el belga Bruno Sauer y los valencianos Blanca Pedrola y Miguel Arraiz. "Lo que incluso nosotros pensábamos que era el trabajo del arquitecto ha desaparecido bajo nuestros pies", señala Arraiz. "La arquitectura, no sólo en Valencia, está sufriendo un proceso de adaptación. Nos debería llevar a aprovechar nuestras capacidades más allá de la construcción".
–¿Qué le debe exigir Valencia a sus arquitectos.
–Básicamente que abandonen el silencio en el debate urbano, que se impliquen con asociaciones de vecinos, entidades ciudadanas, que vuelvan a pensar la ciudad pero con una metodología más participativa. No se trata sólo de hacer ciudad, hay que enseñar y aprender a hacerla entre todos.
–¿Cuál es tu edficio favorito, Miguel?
–El Mercado de Colón antes que rompieran ese espacio central con unas escaleras y un hueco para bajar al sótano. Siempre me ha apasionado, pero nuevamente cedimos a los intereses económicos antes que generar un espacio pensado desde otra óptica.
–¿Ya pasó el fervor por las construcciones icónicas?
–Son siempre fruto de momentos de gran opulencia y en los que gobernantes y ciudadanos han perdido la referencia y creen que la riqueza es infinita. Pero en el momento en el que estamos evidentemente esa época ha terminado. Por fortuna. Esperemos que dure.
–¿Qué es lo mejor y lo peor que ha dejado esa era?
–Se generó tal cantidad de trabajo que conseguimos formar a unos profesionales con una alta cualificación técnica y mucha experiencia. Eso nos ayuda ahora a ser demandados como profesionales fuera de nuestro país. ¿Lo negativo? Que ahora buscamos trabajo fuera no como un proceso de diversificación empresarial, sino como la única herramienta de superviviencia. ¿Otra cosa negativa? Que hemos consumido un territorio con mucha celeridad y sin una sostenibilidad económica detrás; ahora eso genera estructuras fantasma. ¿Lo positivo? Hemos hecho un master de lo que no hay que volver a hacer.
La profesión debe darse a conocer nuevamente. Los arquitectos somos instrumentos que canalizamos las soluciones de las necesidades que se generan entre el ciudadano y su entorno. Para ello debemos educarnos de nuevo y educar a la sociedad que acabe viéndonos no como un enemigo que se enriquece de los tramites que deben realizarse para conseguir un fin si no como la ayuda que necesitan para conseguirlo.
Buenos días: "después de la tormenta viene la calma" la "era Calatrava" fue como aquel que coge la chequera no tiene ni puñetera idea de planificar la ciudad y dice "todo abajo".- Si, algo tiene esta ciudad de Valencia son sus edificios y sus arquitectos. Tiene edificios que ya son emblemáticos(al menos para mi) y un referente sin duda.-Volver a la senda de una arquitectura adaptada a los tiempos actuales y dejar de lados "mausoleos" debería ser la tónica.Hay sangre nueva en la arquitectura valenciana apoyada sin duda por los arquitectos con años de experiencia que pueden colaborar.- Se han realizado cosas importantes para embellecer la ciudad yo al menos y aunque ya esté pasado "su momento" mencionaría tres 1.-El edificio adelantado a su tiempo que hay a la entrada de Valencia desde Barcelona.- 2.-La Pagoda de Viveros 3.-La finca roja Pero, si uno toma la zona de Ruzafa comienza a encontrarse con edificios del siglo pasado y del 19 verdaderas joyas que aún se mantienen en pie salvado de la picota.Hay que rehabilitar y buscar creatividad "en Valencia" y no en otros lugares.Espero que la "fiebre Calatrava" haya pasado y la lección se haya aprendido.No siempre contar con la "manguera de liquidez de la Generalitat produce "creatividad".- Atte Alejandro Pillado Marbella 2014
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