"Anoche tocamos en Burgos; ojalá no lo hubiéramos hecho. Por la tarde estuve hablando por teléfono con Pedro San Martín, que pasaba unos días en una casa rural cerca de allí, con unos amigos. Estaba tan divertido como siempre, me reí un montón y le dije que se viniera al concierto, que hacía tiempo que no nos veíamos. Por la noche cogieron el coche él y su amigo Iñaki, pero nunca llegaron. Deseo con todas mis fuerzas que Iñaki salga de esta. A Pedro no lo volveré a ver, pero jamás dejaré de echarle de menos. Ojalá nunca hubiera dado ese concierto en Burgos. Qué mierda".
VALENCIA. El mensaje publicado por Nacho Vegas tiene fecha de 15 de mayo de 2011, el día de aquella inicial manifestación y posterior concentración primero en Madrid y más tarde en tantas otras ciudades. Pedro San Martín, compositor y bajista de una de las bandas de referencia para el pop español, La Buena Vida, había fallecido en la madrugada del concierto que Vegas dio junto a Refree en la sala Hangar de Burgos y este hecho hizo que el músico asturiano tardara días en darse cuenta de la que se había levantado en Madrid.
Observador compulsivo, capaz de generar virulentas críticas y afectos talibanes entre indies y verdaderos amantes de la música, algunas cosas importantes en su particular visión se habían trastocado en cuestión de horas para influirle aun más si cabe en las canciones que componen ahora su nuevo álbum, titulado Resituación (Marxophone, 2014). Reconocido por sí mismo como "un pesimista", este nuevo trabajo trata de mostrarle si cabe más desprotegido en cuanto a las ideas políticas y totalmente transparente con respecto a las canciones -que las hay- más personales.
Grabado junto a su banda (La Trama Asturiana) por Paco Loco en el Puerto de Santa María, el álbum cuenta con las acertadas colaboraciones de Maite Arroitajauregui (Mursego) el Coro Ladinamo o el Patio Maravillas, estas dos últimas en la reivindicativa y central ‘Runrún'. En el ecuador entre el lanzamiento de Resituación y su presentación en Valencia, programada para el 21 de mayo en el Espai Rambleta, el gijonés atiende a la habitual ronda de promoción. Un ‘zona sucia' de su trabajo que no está siendo especialmente llevadera teniendo en cuenta la reacción de una parte de la crítica musical con respecto a este nuevo disco.
-Después de unos cuantos discos en solitario, ¿cómo te vas sintiendo con estas rondas promocionales según avanza tu carrera?
-No me gusta quejarme de esta parte del trabajo, como puede que quizá le pase a otros. También porque, en realidad, me gusta hablar de lo que hago, hablar de música. Pero, aunque no es precisamente bajar a la mina, si que asumo que hay algunas semanas un poco más intensivas con las entrevistas..., son agotadoras. Intento no repetirme mucho y acabo haciéndolo, así que esos días si que reconozco que acabo un poco deprimido.
-En esta ocasión se ha armado un gran revuelo con la entrevista y la crítica del disco para Rockdelux. ¿Cómo lo has vivido?
-Bueno, lo comentas con tu entorno y cada cual tiene su opinión sobre lo sucedido. Lo que sé es que no valoro estas cosas cuando el disco acaba de salir, cuando está tan cerca; no tengo esa distancia para verlo con la suficiente perspectiva. Un periodista y amigo me dijo bromeando cuando publiqué La zona sucia que tenía ganas de hacerme la entrevista para ser el primero en criticar el disco. Con este ya llega tarde (risas).
-Con lo que propones en Resituación y tanta entrevista, debes estar dando muchas explicaciones políticas durante estos días. ¿Te da reparo hablar de política fuera de la canción, cuando no estás interpretando?
-Para mí es algo indivisible. Si escribo esas canciones es porque vivo así y porque está pegado a la realidad que me rodea. Los temas que canto son los que vivo. Y no solo los que son más políticos o sociales, sino los que hablan sobre experiencias más íntimas. En cualquier caso, observo lo que pasa alrededor y hablo de ello inevitablemente.
-Da la sensación de que la acción política y social de la que hablas, especialmente con tu alineación en la Fundación Robo, ha influido profundamente en la creación de este disco.
-Definitivamente. Es una cosa que hablaba recientemente con Roberto Herreros, otro miembro de esta organización a la que fui a parar después de la gira de La zona sucia (2011). Fue larguísima y no paraba de pensar en el mundo de la música, en cómo se estaba organizando la llamada escena indie, lo que me rodeaba. Eso me activó para comenzar a trabajar con la Fundación Robo, con gente de movimientos sociales y que ahora están presentes en ‘Runrún', una canción grabada con la ayuda de la gente del Patio Maravillas y el Coro Ladinamo.
-Con el prolongado escenario de crisis parece que ‘vuelve la canción protesta', como dirían Los Planetas. En tu caso las ideas son muy concretas, casi de la calle, nada utópicas.
-No. No creo que haya nada de utópico en las protestas de la calle que estamos viviendo. Influye que en las canciones más íntimas que había hecho hasta ahora hay una especie de pesimismo, algo endémico... un tono derrotista. Pero eso es algo que viene mucho de los asturianos, creo, porque reivindicamos que tienes que decir de donde vienes y mi tierra está muy vinculado a lo que hago. Hay mucho de las reivindicaciones de mi zona, que tiene una situación muy complicada. Eso y la tendencia hacia el individualismo de las últimas décadas.
-Vuelves a incidir en la tristeza de Gijón, dedicándole varios mensajes en este sentido a lo largo del disco. ¿La gente te dice algo cuando estás allí, por la calle?
-Disfruto mucho de la ciudad. La adoro. Pero la veo maltratada, como casi toda Asturias, que es una zona muy maltratada. La reconversión industrial y los años 90 en general llegaron a desmontar las protestas obreras. Se empezó a ver como algo habitual, algo que, al final, no tenía incidencia. Eso es algo que ha cambiado el 15-M, la percepción de lo que puede hacer la calle y los colectivos que es capaz de activar. Pero volviendo a Asturias, mi recuerdo es el de los amigos que se marcharon porque no podían seguir viviendo allí... aun así, en las canciones hay voluntad de querer.
-¿La gente de allí lo percibe? ¿Qué te dicen?
-Hace poco, pese a lo que pueda parecer, una chica me dijo que precisamente le daba subidón ‘Ciudad Vampira' (Vivo en la ciudad más triste que jamás / una mente triste pudo imaginar). Otro día me encontré con un conocido que me decía: "¿cómo dices que que Gijón es la ciudad más triste? ¡La más triste es la mía!". El tío es de Mieres... (risas).
-Mencionas al 15-M y sus secuelas. ¿Qué vigencia percibes de este movimiento a unos días de su tercer aniversario?
-Creo que ha conseguido un montón de cosas. Se creó un clima, un impulso sobre el cual han surgido numerosos movimientos sociales y formas de autoorganización. Era un impulso necesario del que ha salido gente como la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) con Stop Desahucios y todo lo que han conseguido. Pero no solo esto. El cierre de los CIES (Centros de Internamiento de Extranjeros), las mareas verdes y blancas en las diferentes ciudades... la gente cree que los cambios que genera algo como el 15-M llegan de la noche a la mañana, pero no, creo que llegan de estas maneras y ahí están, sucediendo.
-Por cierto, el 15-M de este año estarás actuando en Madrid. ¿Qué sensaciones te produce?
-No sabía que era exactamente ese día. Me gusta. Es un aliciente para ver qué nos encontramos al salir, porque Joy Eslava está muy cerca de Sol. Pero bueno, supongo que ya se encargará la policía de que ese día no se monte nada por los alrededores...
-Tu interpretación de las canciones no es precisamente estética, pero en cambio parece imposible entender algunas letras si no se escucha tu ironía, por ejemplo.
-Es tramposo escuchar mis letras sin escuchar el tono en el que las interpreto. Si silbas una melodía no es igual que si la cantas, porque intentas utilizar diferentes formas de interpretar para hablar de temas espinosos, utilizas recursos, frases hechas... Todo esto lo aprendo de la música popular, que es una constante influencia. Me interesa mucho cómo se utilizan acordes mayores y arreglos alegres para hablar de verdaderos problemas personales o sociales.
-Te gusta la música popular, pero a menudo desprovees a tus canciones de estribillos. ¿Te ha preocupado alguna vez a lo largo de tu carrera hacer un tema pop, de esos que la gente entiende como ‘redondo'?
-No, no me ha preocupado nunca. Es una cosa que hablaba con mucha gente al principio de hacer música en solitario. Veía cierta obsesión a mi alrededor por ‘la canción pop perfecta', pero al final trabajar en ese camino creo que te lleva a una especie de creción simplista. Para mí el hecho genuino de las canciones es la imperfección. Lo que me atrae de la música popular es esa parte libre, la ideas originales. Y frente a ello soy consciente de que el rock y el pop son géneros cerrados, por eso también me interesa dejarme llevar por influencias diferentes.
-El disco reúne, por cierto, estilos muy distintos. Desde el extremo casi hawaiano de ‘Liberteriana Song' hasta un tema de pop-rock mucho más estándar como ‘Adolfo Suicide'. Y casi están unidos en el álbum. ¿Te planteas si hay canciones que no tienen cabida por su estilo?
-Sí. De hecho, en La zona sucia descarté canciones porque chocaban especialmente unas con otras. Luego hay formas de producir, de instrumentar las canciones. De no ser por esto ‘Adolfo Suicide' y ‘Runrún' no hubieran podido convivir en el disco. Pero bueno, esto hay gente que lo critica, que cree que son demasiados estilos dentro de un disco.
-Llama la atención la portada del disco. ¿De dónde sale esa fotografía?
-La vi en un libro llamado EE.UU: 150 años de lesbianismo. La foto en sí me pareció muy poderosa e investigué para ver si tenía un propietario para poder utilizarla de alguna forma. Contactando con una representante de una asociación de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales de San Francisco supe que aquella fotografía tenía referencias al caso de Alice Mitchell y Freda Ward, una pareja de lesbianas de 19 y 17 años en la que la más mayor degolló a la otra bajo la presión social. Salió a flote el lesbianismo en la sociedad estadounidense de la época, haciéndose popular el caso y hablando de ello en un momento en el que era mucho más que un tabú. Lo que me interesaba era como había roles que se habían perpetuado desde entonces en la sociedad.
-Pareces más relajado en este disco, con tonos graves mucho más cercanos a tus registros más cómodos. ¿Es así?
-Mi registro vocal es muy limitado, pero hace tiempo que esto no era una barrera para hacer canciones. Esto me dio ánimos hace tiempo, porque aunque nunca he formado mi voz, cosa que me gustaría hacer pero que nunca encuentro tiempo para ello, puedo cantar diferentes tipos de canciones y contar cosas. Trabajo mucho los cambios de tono cuando creo la canción, hasta hallar el más adecuado y en este caso han surgido así.
-Por cierto, ¿la industria discográfica está más cerca de 'resituarse' o de saltar por los aires?
-Necesita 'resituarse', pero mucho más. Hace tiempo, en una entrevista, dije que creía que era bueno que la industria se viniera abajo. Me llovieron los palos porque nadie me entendió. Creo que hay una industria que ha sido muy negativa para la música y para la gente que hace música y para los que escuchamos música. Los grandes sellos machistas y opresores. Pero los artistas cada vez más van por el camino de la autogestión y ese creo que es el camino. Es más, me gustaría que nos mirásemos más en los movimientos sociales de los que estábamos hablando.
-Dentro de esa faceta tan reconocida tuya como observador, en este disco te muestras ("Nachín") más que nunca, insultándote un poco, distorsionándote entre los versos. ¿Cuánto hay de juego y cuánto de verdad en todo ello?
-Hay un poco de ambas cosas. Siempre había hablado de mí en las canciones a través de otras personas, con personajes. Al final, terminaba desarrollando en tercera persona porque te da la posibilidad de crear perspectivas y de cuestionar cosas. Pero en este caso hay un contrapunto: cuando la canción apela a algo más común, común a todos, me utilizo a mí mismo para describirlo.
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