VALENCIA. Como ocurre con todas las películas existentes sobre un personaje histórico afroamericano, se dijo que la iba a dirigir Spike Lee, pero finalmente ha sido un director blanco, Tate Taylor (Criadas y señoras, 2011), quien se ha encargado de llevar a la pantalla la azarosa vida de James Brown, en una cinta titulada Get On Up, que se estrenará el próximo verano y en la que Chadwick Boseman encarna al padrino del soul según las coordenadas del tradicional biopic hollywoodiense. Las historias de ascenso, caída y redención siempre han sido un filón para la industria americana, y en la mitología rock son especialmente abundantes. Desde The Buddy Holly Story (Steve Rash, 1978), considerado el título fundacional del subgénero, han sido incontables los films que han revivido desde la perspectiva de la ficción "basada en hechos reales" las vidas de los santos y mártires de la música popular.
La mayoría de veces, se trata de películas que, más allá de su interés, se someten a las convenciones establecidas por el cine mainstream, ofreciendo relatos cronológicos ajustados en mayor o menor medida a los hechos históricos, salpicando el metraje de flashbacks, potenciando los aspectos melodramáticos del argumento, aliñando el metraje con una banda sonora plagada de hits y empaquetando el producto con un diseño de fotografía de aire retro. Tina (What's Love Got To Do With It, Brian Gibson, 1993), Ray (Taylor Hackford, 2004), Gran bola de fuego (Great Balls of Fire!, Jim McBride, 1989) o En la cuerda floja (Walk The Line, James Mangold, 2005) son algunos ejemplos. Y hay otros en camino, como la anunciada Pieces of My Heart, acerca de Janis Joplin, la avanzada Midnight Rider (de Randall Miller, sobre Gregg Allman), o los largamente rumoreados proyectos sobre Freddie Mercury y Debbie Harry (Blondie).
DISECCIONANDO AL MITO
Pero no todos los biopics musicales son iguales. Todd Haynes, amante a partes iguales de los retos y de la cultura rock, afrontó con éxito en I'm Not There (2007) la conversión en imágenes de la compleja figura de Bob Dylan saltándose todas las normas establecidas. El cineasta plantea una disección del personaje (literal: el filme comienza con una autopsia) que resulta parcial (imposible abarcar al completo la poliédrica vida del artista), pero triunfa por partida doble: como aproximación a uno de los más grandes creadores del siglo XX y como personal película de autor. Utilizando seis encarnaciones distintas de Dylan (es obvio el guiño pirandelliano), interpretadas por otros tantos actores, completa un intrincado puzzle que exige la participación del espectador, obligado a ser elemento activo de una experiencia visual en la que debe encajar las piezas para, al final, comprobar que sólo obtiene un retrato fragmentario e incompleto, plagado de claves, pero reacio a sacar conclusiones.
Es muy probable que el dibujante de cómics Joann Sfar conociera la película de Haynes, ya que su Gainsbourg (Vida de un héroe) (Gainsbourg (Vie héroïque), 2010) recoge hallazgos de I'm Not There en su aproximación a la figura del controvertido artista francés. Combinando la animación, la reproducción fidedigna de pasajes biográficos y la materialización en pantalla de los fantasmas de Gainsbourg, logró unos resultados muy atractivos, que sin embargo no contentaron a los fans del polémico cantante. De hecho, Sfar no ha vuelto a trabajar con actores reales.
Otros fantasmas, los de la niñez, son los que rememora Kevin Spacey en su recreación del malogrado cantante Bobby Darin. Beyond the Sea (2007) fue la segunda y última película como director del reconocido actor, que no logró sortear algunos de los lugares comunes del biopic, pero puso todo su empeño en una película en la que no solo cantó, sino que además tuvo que enfrentarse a las reticencias de los ejecutivos de Paramount, que le veían demasiado mayor para el personaje (ellos preferían a Leonardo DiCaprio).
PERSONAJES APÓCRIFOS
A menudo, la producción de un biopic musical se encuentra con el obstáculo insalvable que supone la imposibilidad de adquirir los derechos sobre los personajes que se pretende retratar. Pero eso no ha sido un impedimento para que algunos directores pudieran contar la historia que deseaban. Fue el caso de Todd Haynes, que mucho antes de I'm Not There ya había lidiado con asuntos rock en Velvet Goldmine (1998). En principio, iba a ser una película sobre David Bowie (de hecho, es el título de una canción suya), pero el cantante aseguró que estaba trabajando en una adaptación cinematográfica de su personaje Ziggy Stardust (que aún esperamos, obvio es decirlo). En lugar de cancelar el proyecto, Haynes cambióstoria que deseaban. Tlugar de cancelar el proyecto, Haynes cambió los nombres a sus protagonistas, confeccionó la banda sonora (magnífica) a base de versiones y filmó una estupenda película glam en la que no resulta difícil localizar infinidad de situaciones inspiradas en la vida real del propio Bowie, en el personaje llamado Brian Slade (Jonathan Rhys Meyers), y de Iggy Pop, en el de Curt Wild (Ewan McGregor).
Tampoco se llama Kurt el protagonista de Last Days (Gus Van Sant, 2005), sino Blake, pero su imagen es inequívoca: El actor Michael Pitt es, sin ningún género de dudas, Kurt Cobain, el líder de Nirvana, y la película se centra en los últimos días de su vida, retratando a un personaje alejado del mundanal ruido, ensimismado y ausente, al que Van Sant se aproxima con tanta comprensión como respeto, en una obra trágica y preñada de angustia, que conecta con el sobresaliente trabajo que había realizado en Gerry (2002) y Elephant (2003). De hecho, son los títulos que conforman su llamada "Trilogía de la muerte".
Con menos ambiciones autorales, pero enmascarando igualmente al personaje real en que se basa su argumento, el melodrama La rosa (The Rose, Mark Rydell, 1979) es una versión apócrifa de la vida de Janis Joplin (hasta el punto de que el film iba a titularse inicialmente Pearl), aunque resulta complicado imaginarse a Bette Midler desempeñando tal cometido, por mucho que se le muestre agarrada a la botella de Southern Comfort. También se pueden buscar referencias más o menos veladas a Phil Spector, Carole King y Gerry Goffin en Grace of My Heart (Allison Anders, 1996). Y Rock Star (Stephen Herek, 2001) está protagonizada por Mark Wahlberg, en la piel de un tal Izzy Cole, líder de la banda de heavy metal Steel Dragon. Sin embargo, todo aquel que vea la película y conozca la historia de Judas Priest se dará cuenta sin problemas de que, en realidad, el protagonista debería llamarse Rob Halford.
ASPECTOS AL MARGEN
Una vía alternativa en el terreno de los biopics musicales es la de mostrar los aspectos menos conocidos de las estrellas. En el caso de los Beatles, por ejemplo, queda poco que explotar, pero cualquier excusa es buena para exprimir un poco más la mitomanía en torno a su leyenda. Así, Backbeat (Iain Softley, 1994) focalizaba su atención en sus peripecias por Hamburgo, mientras que Nowhere Boy (Sam Taylor-Wood, 2009) opta contar los primeros pasos del joven John Lennon, un chaval díscolo e inconformista que aspira a ser como Elvis Presley, y que poco a poco se va introduciendo en la música, formando pareja con otro chico despierto e intuitivo, pero más modoso, llamado Paul McCartney. En el transcurso del metraje pesan más las relaciones familiares de un Lennon chulesco y arrogante con su madre y su tía que la evolución de un grupo amateur fascinado por Buddy Holly que busca dejar atrás el skiffle (el folk inglés de la época, influenciado por el jazz y el blues) y aventurarse en nuevas sonoridades. Curiosamente, aunque ya se apuntan los primeros choques con McCartney en el seno de The Quarrymen, y el título hace alusión al tema ‘Nowhere man', no se nombra a los Beatles en ningún momento, pese a que el protagonista anuncia a su madre al final de la película que se marcha a Alemania con su grupo, al que ha cambiado el nombre.
Del mismo modo, Stoned (Stephen Wolley, 2005) no es un film sobre los Rolling Stones, ni siquiera una biografía de Brian Jones, sino una ficción alucinada sobre los hechos que condujeron a su muerte, según la teoría que asegura que el guitarrista fue víctima de un asesinato cometido por Frank Thorogood, un albañil que trabajaba haciendo reformas en su mansión campestre. Es la única cinta como director de Wolley, conocido productor londinense (Entrevista con el vampiro, En compañía de lobos, Michael Collins) que no pasará a la historia por su trabajo tras la cámara.
Otros, como Oliver Stone en The Doors (1991) o Floria Sigismondi en The Runaways (2010), aprovecharon el biopic para introducir en sus films cuestiones al margen tan interesantes o más que la historia de los grupos que los protagonizaban, aunque quizá el más astuto de todos fue Malcolm McLaren, que ni siquiera tuvo que firmar Dios salve a la reina (The Great Rock'n'Roll Swindle, Julien Temple, 1980) para ofrecer al mundo su versión distorsionada de la carrera de los Sex Pistols y así arañar unas últimas migajas de los suculentos beneficios que le reportó el grupo. No sería raro que, ahora que ha muerto, a alguien se le ocurra llevar su vida al cine.
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