VALENCIA. El Palau de les Arts tenía el jueves el aire especial de las grandes ocasiones al acoger el estreno en versión escénica de la ópera Maror, de Manuel Palau, compuesta en 1956 con libreto valenciano de Xavier Casp, y que ha debido esperar casi 60 años para ser representada. Cabe decir que hace ya 12 el Palau de la Música la ofreció en versión de concierto, cuando todavía vivía el autor de la letra; no así el de la música, fallecido en 1967. En el patio de butacas, mucha presencia de personalidades de la música y la escena. En el palco presidencial se notaba la ausencia del presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, aunque estaba la consellera de Cultura, María José Català, y el vicepresidente de las Corts, Alejandro Font de Mora.
En primer lugar hay que celebrar el hecho de que por fin se haya estrenado esta ópera en su completa versión escénica, pues presenta un indudable atractivo que conjuga interés formal y raíces populares. Cuando por fin Valencia goza de una intensa vida musical, pese a los recortes de los últimos tiempos, con dos privilegiadas sedes de conciertos sinfónicos y de representaciones operísticas, es poco explicable que la mayor parte de la amplia obra de Manuel Palau no haya sido grabada y se ejecute solo rara vez. Es loable, no obstante, el trabajo que está haciendo el Institut Valencià de la Música, que grabó y editó sus conciertos para guitarra y piano y que tiene en proyecto más grabaciones de su música de cámara.
Sea como fuere, el público, nutrido pero que no llenaba por completo el aforo, aplaudió con entrega a Manuel Galduf y al amplio equipo que unió sus esfuerzos para ofrecer una representación redonda en la que todo estuvo en su sitio. También hubo aplausos después del muy valenciano ballet del segundo acto. Galduf, buen conocedor de la música de Palau, dirigió con precisión y acierto una orquesta que sonó tan bien como acostumbra, con el Cor de la Generalitat y el concurso de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.
En cuanto a los solistas vocales, todos de muy buen nivel, destacaría a Javier Palacios en el papel de Tonet, con potencia y fuerza dramática, y a Sandra Ferrández, que hizo una Teresa de bello timbre. De voz noble y dramatismo contenido fue el Toni de Josep Miquel Ramon, marido de una Rosa interpretada con fuerza por Minerva Moliner, quizás algo excesiva de potencia en los agudos.
La dirección escénica de Díaz Zamora fue efectiva, con una sencilla y adecuada escenografía de Zuriaga y un vídeo de Miguel Bosch que presentaba diferentes estados del mar según las exigencias de cada acto. El resultado fue un espectáculo completo y de calidad en un estreno del que solo hay que lamentar que se haya producido con casi 60 años de retraso.
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