VALENCIA. Una distopía es una utopía negativa. La palabra aún no está registrada por la RAE pero todo se andará. Es tan habitual en el mundo del cine que vendría a ser como un subgénero. Las últimas décadas están llenas de ejemplos. El cine de serie B, más. Es un lugar común, un cliché, pero sigue funcionando. O hay productores que siguen creyendo que funciona, hasta el punto que ya es también un lugar común en el mainstream.
Desde el éxito de obras maestras como Robocop (1987, Paul Verhoeven) y medianías como Gladiator (1992) de Rowdy L. Herrington, hasta clásicos del cine de serie B como Escape from Absolom (1994, Martin Campbell), todas las productoras de fuste incluyen de forma periódica una película de acción ambientada en una época futura deprimente.
No hacen sino seguir un camino que se abrió sobre todo en los setenta con piezas como Cuando el destino nos alcance (1974, Richard Fleischer) o Rollerball (1975) de Norman Jewison y que llegó hasta principios de los ochenta con obras seminales como 1997: rescate en Nueva York del maestro John Carpenter o la mítica Calles de fuego (1984) del infravalorado, ninguneado y genial Walter Hill.
Eran películas que no hablaban en realidad del futuro, el objetivo original de las distopías, sino que introducían en ese porvenir negro una historia que se podría haber ambientado en nuestra época. Algo así como '¿qué pasaría si colocamos el argumento de... en...?', en la acertada parodia que hizo Robert Altman en El juego de Hollywood (1992).
El esquema es sencillo, pues. Se ambienta en una época futura pesimista con reminiscencias de la actual; se incluye corrupción, policías honestos, delincuencia, y se narra una historia de las de siempre, de bueno contra malo, con personajes turbios e interesantes. Esa es la base de la receta.
En este caso Brick Mansions (La Fortaleza), del debutante director francés Camille Delamarre, añade espectaculares acrobacias de parkour, esa disciplina paradeportiva (no es un deporte de competición pero es tan exigente o más) que consiste en ir saltando por las calles y que el también francés Luc Besson, coguionista y productor de la película, lleva años obsesionado en popularizar.
Para ello se ha partido de un guión del citado Besson y Bibi Naceri, el de la película Distrito 13 (Pierre Morel, 2014). Aquella cinta, que ya era una distopía, es rehecha milimétricamente en este innecesario remake (hasta los nombres de los personajes son idénticos o suenan parecidos) que no pasará a la historia por su singularidad. ¿Qué se ha cambiado? La ciudad, en la original era París, y un par de cositas más.
La ciudad optada en este caso para especular sobre el futuro es la siempre sugerente Detroit, que fue antes el escenario elegido por los guionistas del primer Robocop, el bueno, el de Verhoeven. En este Detroit del futuro las antiguas mansiones de ladrillo ahora dan cobijo a algunos de los delincuentes más peligrosos de la ciudad.
En un intento desesperado por proteger el resto de la ciudad, la policía construye un muro de contención alrededor de esas mansiones, tal y como sucedía en la cinta original. Mientras el agente secreto Damien Collier (encarnado por Paul Walker en la última película que rodó entera antes de morir en accidente de tráfico) libra día tras día una dura batalla contra la corrupción, un ex convicto, Lino, lucha por llevar una vida honesta (papel que interpreta David Belle, mito del parkour y actor ocasional, y que es prácticamente el mismo personaje que encarnó en la ya mentada Distrito 13).
Como cabe imaginar, ambos unirán sus fuerzas para luchar contra el malvado de turno, Tremaine, un capo de la droga que interpreta el rapero neoyorquino RZA, quien se encarga de provocar que ambos personajes acaben juntos, siguiendo el esquema clásico de los buddy film (peli de colegas). ¿Qué hace el malvado? Ni más ni menos que secuestrar a la novia del personaje de Belle. Bueno, en realidad quiere destruir la ciudad, pero eso es intrascendente. A quien hay que salvar es a la chica. Juntos, poli y ex presidario intentarán detenerlo en una sucesión de secuencias de acción calcadas en algunos casos de la película madre, Distrito 13.
El resultado es un largometraje de acción al uso, un poco naif, concebido por y para el público adolescente menos exigente, y que se ha convertido en el primer testamento cinematográfico de Paul Walker, un actor que podría haber sido algo más que una cara bonita pero que decidió optar por los siempre simpáticos caminos del cine de serie B, donde se había granjeado el rol de estrella, siguiendo los pasos de otros grandes nombres del cine de mamporros y tiros como su amigo Vin Diesel.
Precisamente, por lo único por lo que seguro será recordada esta película, producida entre Canadá y Francia, es porque se anticipa a la séptima entrega de Fast & Furious en el tributo a un intérprete que no será evocado por sus grandes interpretaciones, pero que dejó un puñado de películas tan banales como apropiadas para ver mientras se comen palomitas. Y Brick Mansions (La Fortaleza) es un buen ejemplo de ese tipo de cine.
son buenos actores y mi sueño seria actuar como ellos
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