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FABULACIÓN TELEVISIVA Y MÚSICA POPULAR

La música de las series: el material de los sueños
(o las pesadillas)

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 18/04/2014 Las bandas sonoras de 'True Detective', 'Breaking Bad' o 'Mad Men' reconfiguran la cartografía sonora norteamericana, rescatan a ilustres olvidados e ilustran pulsiones colectivas latentes en su ficción

VALENCIA. El irrefrenable auge de las series televisivas norteamericanas ha redibujado el interés del espectador medio, no cabe duda. Ya sea por la merma de talentos singulares del llamado séptimo arte, por el exceso de refritos hollywoodienses o por la escasa audacia formal que irradia la gran pantalla en su versión más comercial, solo visible con carácter muy puntual. El caso es que algunas de las series de mayor éxito en las últimas temporadas, articuladas en ocasiones en torno a largas tramas que podrían sostener filmes de duración prolongada, han logrado enganchar al espectador por la solapa, reflejando muchas veces la cara menos amable de esa imagen idealizada que convenimos en llamar el sueño americano

La música, como no podía ser de otra forma, constituye un elemento más de la ecuación. Seguramente no el más determinante, pero sí estimable por cuanto tiene de evocación de una realidad muchas veces turbia, a veces viciada por aires de psicosis colectiva y otras por la remembranza vintage de un pasado envuelto en benévolo celofán. Pero casi siempre enraizado en la particular idiosincrasia local que sirve como enclave para su argumento.

En ocasiones puede servir para la recuperación puntual de una vieja gloria huérfana de reconocimiento, al más puro estilo de las bandas sonoras de las películas de Tarantino, consideradas por muchos un pastiche postmoderno a la altura de las imágenes que ilustra. En otras, sirve para arrojar luz sobre proyectos contemporáneos cuyo eco apenas repercutiría más allá de su reducido núcleo de conversos. Y aunque sería de ilusos pensar que a estas alturas las ventas de los discos de Badfinger, The Handsome Family o Robert Plant vayan a experimentar un desproporcionado repunte, tampoco sería justo obviar el papel que estos soundtracks juegan a la hora de ornamentar la reformulación de un imaginario de calado tan universal como el que alcanzan en estos momentos las series más populares.

El caso de True Detective, el serial del que todo el mundo habla, es paradigmático por lo que tiene de recreación sonora de los fantasmas más oscuros del llamado gótico sureño (ya saben, que si Flannery O'Connor, que si Cormac McCarthy: rellenen la casilla literaria que más les convenza), como corresponde a un macabro hilo argumental escenificado entre Louisiana y Texas. El galardonado compositor y productor T-Bone Burnett (Elvis Costello, Roy Orbison, o Sam Phillips figuran entre los muchos beneficiados por los servicios de este ganador de un Grammy por la BSO de O, Brother!, el film de los Coen de 2000, y también responsable del soundtrack de la reciente A propósito de Llewyn Davis) es quien se encarga de seleccionar la música que ilustra las andanzas de Martin Hart (Woody Harrelson) y Rustin Rust Cohle (Matthew McConaughey).

Dos factores llaman poderosamente la atención en su caso: en primer lugar, que su selección se aleja intencionadamente del jazz, el blues pantanoso (swamp blues) y la música cajun, todos géneros tradicionalmente asociados a Lousiana. Y en segundo lugar, que pese a que los temas elegidos encajan temáticamente como un guante en la húmeda y siniestra atmósfera criminal de la serie, el elenco es lo suficientemente heterodoxo como para ser plato de gusto de un amplio espectro de público. Y como corresponde a estos tiempos globalizados, no se limita ni mucho menos a la presencia de músicos originarios del sur.

Ese es el caso, sin ir más lejos, de la hipnótica 'Far From Any Road', tema que sirve como cabecera de cada uno de los capítulos, firmado por The Handsome Family: una banda de Chicago que apenas ha gozado de repercusión más allá del círculo de devotos de ese gran cajón de sastre que entendemos por americana.

La selección para la serie que dirige Nic Pizzolato se completa con temas de la veterana cantautora folk británica Vashti Bunyan, el australiano Nick Cave al frente de sus Grinderman, los californianos Lucinda Williams y  Captain Beefheart, el tosco y sombrío grunge de Melvins desde el estado de Washington, o los 13th Floor Elevators de Rocky Erickson, estos sí, de Texas.

El propio Burnett ha reconocido en alguna entrevista que el trabajo ha sido para él lo más parecido a musicar una película de ocho horas. Un trasunto sonoro en el que también destacan bandas ignotas capaces de generar escalofríos en connivencia con lo turbador de algunas imágenes, como ocurre con los canadienses Cuff The Duke (lo primero que se destaca en su currículo es haber teloneado a Blue Rodeo, una banda tan veterana y solvente como ninguneada) y su 'If I Live or if I Die', que pone voz a uno de los finales más inquietantes de la primera temporada.

ESCUPIENDO AZUL

Breaking Bad no solo es homologable a True Detective en cuanto a su cálida acogida popular. Son también prácticamente vecinas. Su localización también estriba en un enclave sureño, en este caso en Alburquerque y demás localizaciones casi desérticas del estado de Nuevo Mexico. Y como corresponde a una trama desarrollada en un estado fronterizo, no falta en su música algún tema de Calexico, así como algún narcocorrido de los mexicanos Los Cuates de Sinaloa (casi inevitable ya que hablamos de una muy particular forma de afrontar el mercado de la droga cerca de la frontera con el sur) o un delicioso instrumental de Jesús "Chuy" Flores, otro músico de origen mexicano que ha trabajado con James Blunt, Pantera o Badly Drawn Boy (en concreto en en la BSO de About a boy, la adaptación del libro de Nick Hornby dirigida por Paul y Chris Weitz en 2002).

Su supervisor musical es el angelino Thomas Golubic, también responsable de la música de The Walking Dead. Pero fue  Dave Porter, un joven compositor que ha velado armas en el estudio de Phillip Glass, el encargado de componer la mayor parte de temas instrumentales que ilustran la serie. Entre ellos, la singular sintonía de cabecera, que imprime ese sello tan característico, de cruce entre electrónica humeante y aires fronterizos.

La música de Breaking Bad refuerza la inhóspita aridez de las imágenes que ilustra, el desenfrenado descenso a los infiernos de Walter White, ese profesor de secundaria metido, casi por casualidad, a consumado cocinero  y gurú de las metanfetaminas. No hay en ella, por tanto, mucho hueco para la dulzura ('A horse with no name', de America, es de las pocas concesiones en ese sentido), excepto cuando al final de la serie su director Vince Gilligan y Thomas Golubic se enfrentaron al dilema de escoger una canción que albergara la palabra blue en su seno, el color de la sustancia a la que con tanto ahínco había consagrado sus días de gloria el personaje encarnado por Bryan Cranston. La elegida fue 'Baby Blue', original de Badfinger de 1972, que suena en esa última escena y despachó  5.000 copias del tema en Itunes a las pocas horas. Una pequeña resurrección.

ALCALDES CORRUPTOS, JAZZMEN Y PUBLICITARIOS DE ÉXITO

Más convencional es la música de Mad Men, la serie ambientada en Nueva York a principios de los 60, y que gravita en torno al mundo publicitario de la Gran Manzana, bajo dirección de Matthew Weiner. Afronta ahora su séptima temporada, desde que echara a andar en 2007. Y quizá por lidiar con una trama urbana, en la que la mayor parte de la acción se sitúa en localizaciones interiores y el entorno (paisajes, carreteras) apenas condiciona su acción, puede decirse que su música, seleccionada por múltiples supervisores, obedece a claves de dominio más que público.

Su correlato sonoro está integrado por temas que remiten, por aplastante mayoría, a la década en la que se sitúa su argumento, y que tan emblemática resultó por su marchamo de cambio social, en paralelo a la frenética sucesión de ismos que hacían de la música popular una potentísima fuerza motriz en el terreno (contra) cultural. Por eso no es extraño que suenen el 'Don't Think Twice, It's All Right' de Bob Dylan, el 'Early In The Morning' de Peter, Paul and Mary, el 'Agua de Beber' de Astrud Gilberto, el 'Bleeker Street' de Simon & Garfunkel o el 'Manhattan' de Ella Fitzgerald. La excepción la constituyen algunas bandas contemporáneas en su veta más revivalista, como The Cardigans cuando bordan el lounge pop en 'The Great Divide' o The Decemberists cuando se ponen el mono folk rock en 'The Infanta': ninguno de los dos desentona entre tanto broche nostálgico.

Tal y como ocurre con muchas otras series homologables, una cosa es la selección que ilustra el grueso de sus episodios y otra bien distinta es su sintonía original, que no siempre ha de cuadrar con aquella. En este caso, las andanzas de John Hamm son siempre prologadas por este tema de cabecera, obra del DJ y productor de Oregón RJD2, y que tiene muy poco que ver con el resto del soundtrack.

Por su parte, Boss, la serie ambientada en Chicago, producida por Gus Van Sant y protagonizada por Kelsey Grammer (popular por Frasier) entre 2011 y 2012, contó en su banda sonora con los héroes locales Wilco ('Black Moon'), el ex Talk Talk Mark Hollis en su primera composición en 14 años ('Arb Section 1'), el líder de Blue Nile, Paul Buchanan (Swan Lake Michigan) y el dúo francés Air (Express). Un carácter eminentemente urbano y contemporáneo,  que no es nada extraño si tenemos en cuenta que es Brian Reitzell, batería de Red Kross, el creador de los temas originales y supervisor de su música. Reitzell ya trabajó en Lost in Translation (2003), por la que fue nominado al BAFTA junto a Kevin Shields (My Bloody Valentine), y María Antonieta, ambas de Sofia Coppola, y firma a medias los temas en los que Air y Buchanan intervienen.

Junto a las composiciones originales para la serie y otras creadas ad hoc, destaca muy por encima del resto la profética 'Your Kingdom Must Come Down', espinosa adaptación del tema tradicional a cargo de Robert Plant (incluido en su álbum Band of Joy, de 2010), y perfecta  cabecera para situar en ambiente al espectador de cara a la bajada a los infiernos protagonizada por un alcalde corrupto hasta las trancas, algo que nos resulta muy familiar a todos los que tenemos la suerte de habitar cerca de la costa valenciana.

Aunque si hemos hablar de música popular y ficción televisiva, no podríamos dejarnos en el tintero a Treme, la serie creada por David Simon y desarrollada en el Nueva Orleans post-Katrina, emitida entre 2010 y 2013. Como corresponde a una ciudad con tan caudaloso acervo musical, marcado por el funk criollo, el cajun, el jazz, el rythm'n'blues, el zydeco o el sonido de las brass bands que amenizan sus desfiles y funerales, son nombres como Louis Armstrong, Dr. John, Allen Toussaint, Little Queenie, Louis Prima, Aaron Neville, Fats Domino o Louis Prima quienes protagonizan la selección de una serie en la que la música es un personaje principal más. Algunos de los propios (Dr. John, Allen Toussaint, Kermit Ruffins) y extraños (Elvis Costello) interpretan algunos cameos en sus fotogramas.

El compositor neoyorquino Blake Leyh (quien ya había ejercido el mismo rol junto a David Simon en The Wire) fue su supervisor, y el tema original corrió a cargo del talento local John Boutté.

Todos ellos contribuyen a aportar unas significativas pinceladas a esta relación, someramente abordada en este texto (que no pretende ser exhaustivo), y en la que no puede negarse el carácter multiplicador que la conjunción de música e imágenes puede lograr. Ese vigor de las canciones cuando se funden con los fotogramas, y que hace que resulte difícil desligar las unas de las otras cuando se combinan participando de espíritus parejos. En este caso, un espíritu netamente norteamericano, que tiene en todas estas series un enorme abanico de ramificaciones y significantes en los que sumergirse.

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