VALENCIA. Desde luego, si algo no le falta es aclamación crítica. El tercer álbum de Tórtel ha gozado de una unanimidad casi absoluta en la valoración de los medios. Una riada de beneplácitos que para sí quisieran decenas de luminarias del rock estatal. Publicaciones de dominio tan público como Rockdelux, El País, Mondosonoro, Rolling Stone o Efe Eme han hablado maravillas de él. "Ni pagando una buena promo hubiera salido mejor", proclama con cierta sorna Jorge Pérez, un tipo locuaz con el que siempre resulta fácil extraer miga a cualquier charla. Sabe que esa mera enumeración de extractos de reseñas que ha ido recopilando estos días en su página de Facebook es la mejor propaganda posible.
El disco, no cabe duda, lo merece. Esta misma noche presenta ese magnífico La gran prueba (Gran Derby/El Volcán) en casa, en la sala Russafa de Valencia, unas semanas después de haber congregado a cerca de dos centenares de almas en el Café Berlín de Madrid, por el que se pasaron Fernando León de Aranoa y Tim Robbins. Víctor Ramírez, Miguel Sancho, Jordi Sapena y Enric Alepuz le acompañan ahora sobre el escenario, como última encarnación de una banda abierta, en la que él es el único integrante fijo.
Mucho se ha hablado ya de su última colección de canciones, y como a estas alturas seguramente sea de lo más redundante ahondar una vez más en sus bondades, no parece mala opción encaminar el encuentro hacia una óptica más global. Abrir el diafragma para ampliar el campo de visión y considerar el caso Tórtel como el mejor paradigma local de la sustancial evolución sufrida por parte de lo más granado de esa escena indie estatal que aguanta en pie desde los 90: del indisimulado mimetismo por patrones anglosajones al redescubrimiento de las raíces más cercanas, asumiendo el legado sonoro autóctono como solución para trascender desde la autoafirmación.
Remontémonos, pues, al principio, donde empezó todo. "Por una parte, quienes empezamos a tocar en los 90 intentábamos alejarnos de los 80, y aunque yo no los viví mucho por cuestión de edad, sí estaba metido en esa dinámica por la que había que reafirmarse ante aquel amateurismo y aquella provocación que iba más allá de la pericia instrumental, salvo por cosas como Radio Futura o Golpes Bajos, claro, que eran propuestas excepcionales", nos cuenta sobre aquellos tiempos. Por aquel entonces, recién mediada la década de los 90, era relativamente fácil ver a Jorge Pérez sobre un escenario enfundado en uno de aquellos chándales que parecían vestimenta reglamentaria de la balbuceante independencia hispana. La culpa era de la primera formación de Ciudadano López, más tarde convertidos en Ciudadano, a secas.
En honor a la verdad, "al final también era un sonido bastante pobre el de los 90 en nuestro país, aunque los grupos americanos como Sonic Youth o Mudhoney y similares, sonaban de puta madre". El tránsito le resultará familiar a cualquier fan de Los Planetas, Sr. Chinarro o Nacho Vegas, por solo citar tres ejemplos. Todos comenzaron asidos con fuerza a referentes foráneos de la escena anglosajona. Todos acabaron aferrándose, con el tiempo, al fértil sustrato que ofrecía su rica tradición local. Los dos primeros, dejándose embriagar por los efluvios del flamenco más heterodoxo (con la figura de Morente emergiendo como cicerone). El último, arrinconando la rotundidad de Eliminator Jr. y los primeros Manta Ray en aras de una carrera en solitario que se desvía, ocasionalmente, al folklore tradicional asturiano en formaciones como Diaru y Lucas 15.
En síntesis, hacer de la necesidad virtud, incluso redefiniendo por el camino aquella figura, la del cantautor patrio, antaño tan denostada en según qué foros. Quizá llamarle "songwriter" hubiera lucido más. Jorge lo atribuye, en su caso, a que "cada vez era más complicado tocar en banda, y lo cierto es que antes descuidábamos más los textos y estábamos más pendientes de los sonidos, los pedales, y un montón de detalles que ahora nos parecen más secundarios". Las complicaciones de la vida en grupo, ya se sabe: "redescubres volver a tocar solo y olvidarte de las complicaciones de la furgoneta y demás, te interesas por hacer las canciones sin ruidos ni desarrollos. Es más cómodo poder tocar, y acaba surgiendo también como una respuesta a algo que ya nos empezaba a aburrir, como el concepto de banda rock anglosajona".
En su caso, fue determinante la figura de Julio Bustamante. Él no lo niega. Tras el canto del cisne de Ciudadano en 2006 (el notable Libros de viajes, Astro), Tórtel comenzó su andadura bajo la tutela del albaceteño Joaquín Pascual (Surfin' Bichos, Mercromina). Solvencia contrastada, pero más noventas. Otra vez más noventas. La semilla de la saga de Albacete, por si fuera poco, ha gozado en los últimos tiempos de una considerable fecundidad en tierras valencianas, motivo de peso para menoscabar el ansia de singularidad. La aparición en escena de Bustamante, mucho antes de la reivindicación común que ha primado en los últimos dos años por parte de músicos que podrían ser sus hijos, fue clave en la configuración del proyecto Maderita (junto a los ex Ciudadano Cayo Bellveser y Xema Fuertes) y, a su vez, en el espíritu de Entusiasmo (El Volcán, 2012), el segundo largo de Tórtel. Aunque la relación venía de mucho antes: "en los últimos tiempos de Ciudadano, la idea ya era electrificar a Julio (Bustamante), y al final resultó todo lo contrario, que fuimos nosotros quienes acabamos acercándonos a él".
La disolución de Ciudadano y la atomización del trabajo de sus componentes en múltiples proyectos (Maderita, Alondra Bentley, Josh Rouse), lejos de mermar su poder de influencia, no ha hecho más que incrementar su preeminencia y visibilidad como músicos de excepción, cada vez con más galones en la pechera. "Con Ciudadano nunca nos afectó la poca repercusión de lo que hacíamos, aunque quizá nos faltó creérnoslo más, o un poco más de valentía", recuerda, para a continuación sacar pecho con causa: "a mí cuando ahora me dicen que si estos están tocando con Josh Rouse por todo el mundo, o cómo molan Betunizer (Marcos Junquera recaló en Ciudadano), yo les digo: ya, es que yo les conozco desde los 16 años, no me puede sorprender. Para mí el mejor bajista que hay en este país es Cayo (Bellveser)". Y Cayo Bellveser no ha dejado de ser actor determinante en la espléndida factura de lo último de Tórtel.
El giro operado comenzó a granjearle a Pérez una repercusión mayor de la que hubiera podido atisbar con Ciudadano. Puede parecer hasta paradójico, si tenemos en cuenta que, a menos medios, más atención. A mayor desnudez, mayores parabienes. Lo curioso es que su trayecto tiene billete de ida y vuelta. O, mejor dicho, una escala local que en su última entrega expende también billetes para viajar al otro lado del charco, tanto a Norteamérica (Animal Collective) como al cono sur (los ensayos andinos o los esbozos de bossa).
Decían Vainica Doble que todo está en los libros. Así que con Tórtel recurriremos al dicho para adaptarlo: la explicación está en los textos. Concretamente, en la letra de "Canto oscuro, canto claro": "eso es lo que quiero decir cuando en esa canción canto aquello de que encontré por fin mi voz en un lugar lejano, lo que viene a significar que cuando más me he abierto de miras, más definido ha sido mi camino, lejos de perderme". Ahí reside la dificultad, que solventa con nota en La Gran Prueba. La superación de los antiguos prejuicios de la era del esbozo a carboncillo, ya que asume que "en los 90 éramos demasiado reflejo de muchas cosas sin poder llegar a ser ellas. Y nunca íbamos a poder sonar como Yo La Tengo, Luna o Galaxie 500".
Es más, los extremos se tocan mucho más de lo que nos pueda parecer. De ahí procede esta reflexión aventurada: "igual parece un disparate lo que voy a decir, pero hay una conexión entre Animal Collective y Julio Bustamante, porque ambos hacen tres o cuatro acordes mayores sin un cambio, y eso les permite a los dos hacer luz. Ambos trabajan igual, con mucha luz, lo que pasa es que los primeros emplean mucha tecnología y tienen el ritmo como factor determinante, que es algo que siempre me ha gustado. De hecho, siempre de crío me han flipado Talking Heads, por ejemplo".
Quizá el secreto resida en mantener una mirada tierna, una inmersión casi virgen en géneros sobre los que apenas se conocen cuatro fundamentos básicos. Jorge Pérez nos lo explica así, con esa naturalidad que otorga un aire casual a maniobras que en manos de otros resultarían singularmente farragosas: "mi acercamiento a los ritmos tropicales me da la frescura de quien no tiene mucha idea del tema, pero así me acerco sin prejuicios. Me puedo acercar a la cumbia, a la bossa o al reggaetón con ese espíritu de a ver qué rasco, consciente de que a alguien que domine esos géneros esto le puede espantar". Y lo explica así, con la misma fluidez y desenvoltura con la que sus canciones van desvelando su hechizo. Y no queda más remedio que creerle. Y a pies juntillas.
Estuvimos el sábado en su concierto en Valencia y no encantó, aquí os dejamos una pequeña crónica de como lo vivimos y una entrevistilla que nos dejó hacerle http://bit.ly/1eptlOO :)
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