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ENTREVISTA

Josep Maria Pou: "Me gusta más ser espectador que director o actor"

BEGOÑA DONAT. 09/04/2014 'A cielo abierto' contrapone la cultura de la empresa a la vocación social en una arrebatada historia de amor

VALENCIA. Josep Maria Pou tiene en gira Los hijos de Kennedy, dirige el Teatro Goya de Barcelona y prepara el estreno como director de El zoo de cristal, obra cumbre de Tennesse Williams, para mayo.  Por si no fuera suficiente, este estajanovista de la escena visita Valencia del 10 al 13 de abril con A cielo abierto, un duelo actoral con Nathalie Poza. La pieza escrita por el dramaturgo inglés David Hare ya le deparó dos temporadas de éxito en la Ciudad Condal hace una década. El nuevo montaje, que no reposición, porque esta vez Pou asume la dirección y la traducción, es una reflexión sobre los ideales y los afectos en los tiempos de la crisis. Como apostilla su responsable, "puro teatro de urgencia".

-¿Qué te ha llevado a retomar una obra que ya estrenaste en 2003?
-En su momento, me quedó pendiente hacerla en castellano y para toda España. Ahí se quedó, aguardando el tiempo adecuado. Hace año y medio, viendo un telediario donde se hablaba de crisis, recortes, distintas ideologías y enfrentamientos, tomé la decisión de que había que retomarla como teatro de urgencia. Curiosamente, una función inglesa de 1985 parece escrita para lo que ahora nos está pasando a los españoles. En 2003 vivíamos en una burbuja maravillosa y todo era fantástico. El argumento de la obra se entiende ahora muchísimo mejor. Esta nueva versión ha sido un éxito en Barcelona y en Madrid, lo que me viene a demostrar que no estaba equivocado. El público ve una función que le habla desde el escenario de lo que le está sucediendo.

-No obstante, más que una obra política o social, es una historia de amor.
-Es una función donde las emociones y los sentimientos están a flor de piel, una historia de enorme y sincero amor y del dolor que provoca el desamor, pero situada en un colchón de una sociedad determinada con unos conflictos concretos. David Hare deja de manifiesto que ni siquiera en lo más íntimo podemos realizarnos sin estar condicionados por lo exterior, por la situación social, por las ideas políticas. Más allá del contacto con la piel, del sexo, del afecto y de la pasión, hay un momento en toda pareja en que hay que estar de acuerdo en otras muchas cosas, y a ellos les separa brutalmente la concepción del compromiso con la sociedad.

-Después de montar esta pieza, ¿te cuesta entender la vigencia del matrimonio entre el diputado popular José María Lasalle y la diputada del PSC-PSOE Meritxell Batet?
-Supongo que depende del grado de convicción de cada uno. En la función hay una actitud que quizás es criticable, la de Kira, enormemente radical, que está dispuesta a vivir una historia de amor con Tom, pero a cambio de que renuncie a todo y se vaya a vivir con ella a un barrio marginal para ayudar a familias desfavorecidas. Un comportamiento tan extremo puede hacer imposible una historia de amor. En otros casos, como el que me cuentas, las creencias pueden no ser tan firmes y permitirles convivir.

-¿Nunca te has visto tentado a ceder el papel protagonista?
-Todo lo contrario, como actor me parece una maravilla de personaje que da pie a un trabajo muy profundo. Renunciaría a todo menos a interpretarlo. Soy un actor que además dirige y traduce y dirige un teatro, da conferencias y escribe en los periódicos, pero actor por encima de todo.

-Has declarado que el teatro es cultura, confesionario, lugar de encuentro, foro de debate y entretenimiento. ¿En qué porcentajes lo es A cielo abierto?
-Repártelo entre las cinco. El teatro es todo eso, sin porcentajes posible. En mi carrera he decidido que no me interesa ese teatro que simplemente hace reír o llorar de manera vacua. Creo en un teatro enriquecedor, al tiempo que entretenimiento. Después de más de 40 años de profesión, cuando el público asiste a un teatro al que mi nombre está ligado, ya sabe qué va a ver: una función que no le va a hacer perder el tiempo, que le va a plantear unos problemas, le va a obligar a posicionarse, a reflexionar, a hacerse una serie de preguntas o a encontrar respuestas.

-Actualmente tienes de gira Los hijos de Kennedy. Una vez diriges una obra, ¿tu vínculo con ella, al igual que con los hijos emancipados, se diluye, ya vuela sola, o llama por teléfono de vez en cuando?
-Aquí entra aquel refrán de el ojo del amo engorda el caballo, en el sentido de que hay que estar encima para que las cosas funcionen. El oficio está establecido así, uno dirige un espectáculo, lo conforma, marca el estilo, decide con qué intensidad y grado de emoción acercar esa historia al público, y convence a los actores, casi como el director de orquesta, a adoptar un tono y un ritmo. El día del estreno, el director deja el espectáculo absolutamente redondo, como el pan sacado del horno. Después, la obligación de los actores y del personal técnico es no sólo mantener el nivel de calidad, sino mejorarlo al ir añadiendo funciones. Algunos crecen para bien y otros se independizan para mal. Por eso soy feliz cuando actúo y dirijo. Es imposible que A cielo abierto se independice de la idea original de su director, porque el director está cada día en escena y vela porque salga tanto o más perfecta que como se concibió. También me sucedió con La cabra, Los chicos de historia y Llama un inspector. Es un trabajo que supone una doble carga, pero cuando sale bien, también una doble dosis de satisfacción.

-¿Qué tipo de espectador de teatro es?
-Soy un gran público, me gusta muchísimo sentarme como un espectador ingenuo y dejarme atrapar. En mis ratos libres procuro ir mucho al teatro. Es más, entre los compañeros tengo fama de ser un bicho raro. Me voy a Londres, a Nueva York, a París y a Berlín a ver teatro. He aprendido más a hacer teatro viéndolo que haciéndolo, porque es casi como si asistiera a clase. Incluso te diría que me gusta más ser espectador que director o actor. Estoy deseando que se abra el telón y surja una historia que me agarre del cuello y durante dos horas me haga olvidarme de otras cosas.

Pou junto a Nathalie Poza en 'A cielo abierto'

-¿Sabes distanciarte de la parte profesional?
-Mi lado profesional sólo aparece cuando lo que está pasando en el escenario no me interesa. Automáticamente empiezo a encontrarle fallos y defectos.

-De 1985 a 2000 dirigió un programa especializado en musicales en RNE, La calle 42. ¿Qué siente ahora que el género está tan consolidado en España?
-Me gusta creer que cierta responsabilidad me compete. En 1985, el musical no era un género asumido ni establecido entre el público español. Se hacía uno cada 10 ó 12 años. Se había hecho Jesucristo Superstar y Paloma San Basilio había protagonizado Evita. La calle 42 empezó para tres meses y al tercer o cuatro programa la respuesta mediante cartas y llamadas fue tan enorme que se prorrogó 15 años. El espacio sirvió para aglutinar alrededor de la radio a un montón de aficionados al teatro musical que no podían conocerse entre ellos porque no había muchas oportunidades de ver espectáculos de este tipo.

-¿Crees entonces que tuviste un papel en la educación de los espectadores actuales de musicales?
-La mejor prueba y lo que me da ahora mayor satisfacción es que cuando entro en los camerinos a saludar a los actores de musicales, el 90% me comenta: "Ah, señor Pou, ¡qué alegría conocerle! Descubrí la comedia musical escuchando su programa cuando era niño y desde entonces me entró el gusanillo".

-¿Por qué no has dirigido ningún musical?

-Algunas ofertas he tenido. No lo descarto, pero de dirigir uno sería de pequeño formato, nunca uno espectacular, porque requiere unos niveles de producción que difícilmente se dan en este país, a no ser que entren empresas extranjeras, tipo Los miserables o El Rey León, que no necesitan de un director, porque ya vienen montados de fuera. En esos casos, no hay una labor de director, se sigue la pauta del director original en Broadway o en Londres.

Pou junto a Nathalie Poza en 'A cielo abierto'

-¿Qué tipo de musicales te gustan?
-Los que tienen una gran calidad teatral, una buena historia que contar a través de unos personajes bien definidos y una música que complementa. Pero bajo el epígrafe de teatro musical se están estrenando muchos espectáculos musicales que no son teatro. Recomiendo al público distinguir muy bien, hay montajes que son una sucesión de canciones una tras otra y se venden como teatro musical.

-¿Qué hay de su sueño de interpretar al profesor Higgins de My Fair Lady?
-Ese es mi sueño maravilloso, pero practicamente lo he abandonado. He estado 40 años esperando, pero cuando me lo han ofrecido no he podido por cuestión de agenda. Me daría con un canto en los dientes si pudiera hacerlo en la versión teatral de George Bernard Shaw, Pigmalión, pero soy consciente de que es un solterón que tiene como mucho 50 años y uno está rondando los 70. Y tampoco es cuestión de salir al escenario con un desfase de edad que haga que el público no se crea al personaje. No obstante, quiero creer, y permíteme que sea coqueto, que en el escenario todavía puedo pasar por 50 años.- 

-¿Qué otro personaje se te ha quedado pendiente?
-Cyrano de Bergerac. Pero no me arrepiento en absoluto, porque he hecho personajes maravillosos. Con haber interpretado al Rey Lear, me doy por bien pagado. Es el más gran personaje hecho para un actor, así que ya puedo prescindir de los demás. La vida me ha llevado a hacer otros personajes que me han hecho igual de feliz.

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