VALENCIA. No contento con erigirse en el primer creador que subió el break dance a los escenarios, el argentino Dani Pannullo ha ido transgrediendo las sacrosantas tablas con toda suerte de expresiones de cultura urbana. Tras encaramar también la gimnasia rítmica, el parkour, el skate y el beat boxing, le ha tocado la vez al football free-style. El 5 de abril visita La Rambleta con Avalanche, coreografía en la que el virtuosismo del esférico se amalgama con el movimiento propio de culturas milenarias. Con el tiempo, el director de escena ha comprendido que sólo a través del respeto a la tradición se puede ser, como clamaba uno sus gurús, el poeta francés Arthur Rimbaud, "absolutamemente moderno".
-Viniendo de Argentina y afincado en España, dos países enloquecidos con el fútbol, ¿era inevitable que llegase este día?
-Al contrario, no soy nada futbolero, estoy más interesado en el movimiento del cuerpo que en el balón en sí. Cuando descubrí esta modalidad, me atrajo el lenguaje físico, no la parte acrobática o circense. Los que practican football-freestyle son como bailarines, emplean la pelota tal que un objeto inanimado. Tengo bastante rechazo a lo que representa el fútbol hoy, ya que antes que artista, soy un humanista.
-¿Qué pinta Memorias de Adriano en todo esto?
- Es un libro que me fascina y hay momentos en el espectáculo que pueden revelar algo más a través del movimiento si conoces la lectura. El espectáculo se llama Avalanche porque es una avalancha de movimientos, historias, músicas, lenguajes físicos... Hay emociones premeditadas y otras encontradas. Creo que este tipo de espectáculo puede llevar al público a apartarse y transformar su propia realidad.
-Qué ambicioso, ¿no?
-Mi intención es ayudar al espectador a huir del tiempo de la manera que lo hace una buena película o un buen espectáculo. Llegas a estar tan absorto, tan metido, que de alguna manera es curativo. Como decía Jodorowski, el arte tiene que ser sanador, si no no sirve para nada.
-Tengo una especie de neurosis por conocer el mundo, por ver qué pasa fuera. Aunque viva en una ciudad maravillosa como Madrid, no es una urbe que me inspire mucho. No quiero contar tristezas para aburrir al público, sino que quiero devolverle al mundo toda la riqueza del lenguaje que nos entrega.
-Tu eclecticismo también llega a las piezas musicales. La banda sonora de Avalanche se surte de música contemporánea de Egipto y de India, de composiciones de Philip Glass, de Mozart...
-La gente está muy embrutecida y hay que educarla de alguna manera. Si a nivel visual no les interesa mi propuesta, trato de captarlos con un cóctel musical fascinante. Se trata de la música que yo escucho, que va de la ópera a la música de lamentos o a los trances derviches. Pero no se trata de eso tan hippie de las músicas del mundo, que me da un poco de asco. Mi afán es que estas músicas que a mí me mueven algo en el interior, también muevan a la gente. De manera que si se duermen en mis espectáculos, seguirán escuchando una música fantástica.
-Vivimos en una sociedad de la inmediatez. Y a pesar de lo que dicen los grandes de la danza clásica: "Queremos que la danza pertenezca al gran público", los ballets suelen ser bastante aburridos. Muchas veces, lo que quiero relatar son cosas cortas y concretas, emociones directas, de modo que he decidido contarlo como se cuenta la sociedad hoy en día, en la que clickeas en wikipedia y ya tienes el resultado. No obstante, no soy así todo el tiempo, a veces estoy siendo más reflexivo.
-Has declarado que en este espectáculo exploras la tecnología y las relaciones humanas. ¿Te preocupa la incomunicación ligada a los avances tecnológicos?
-Hay buenas cosas que internet no puede darte. En mi investigación siempre hay una cierta inquietud antropológica y, de momento, no somos tripulantes de Star Trek, así que para conocer La India, Egipto, China o Japón, hemos tenido que movernos. Algunas experiencias son más cómodas que otras, pero pasar ciertas incomodidades es una experiencia de vida. Con el espectáculo queremos demostrar que hay muchas emociones que no son tan directas ni inmediatas como la época que estamos viviendo.
-Llama la atención ese mirar a la metrópoli sin olvidar las tradiciones atávicas. ¿Cómo conviven esas dos inquietudes tuyas?
-Con el tiempo y la edad, uno empieza a valorar las tradiciones. Antes me daba vergüenza confesar que me gustaba el folklore boliviano o viajar a Mallorca y ver bailar a las payesas. No creo que se pueda ser muy moderno sin conocer y respetar las tradiciones. Tengo planes de viajar a Sudamérica para investigar los chayas, un tipo de canciones que son lamentos que cantan los indios en las montañas. Son la herencia de la época precolombina. Tal vez en el futuro me inspire en ellas para volver a mi raíz en Sudamérica.
-A finales del año pasado estrenamos un espectáculo, Atma Malabar, en el Festival Internacional de Cine de Kerala basado en esta danza. Es una disciplina que tiene 5.000 años de historia y es el origen del yoga y de las artes marciales. Contrariamente a lo que la gente piensa, las artes marciales nacieron en la India y no en China. Tenía unas ganas tremendas de vivir esta experiencia. Hay una posibilidad de traerlo a España, pero en la época que vivimos es difícil.
-¿Cómo crees que serán las artes escénicas del futuro?
-Siempre pienso que van a ser mucho más silenciosas. El teatro, y aquí incluyo a la danza, va a ser mucho más físico. La gente va a querir decir con el lenguaje gestual. Se va a dejar un poco de lado la palabra.
Palabra de Pannullo. Nada desdeñable teniendo en cuenta las compañías frecuentadas y las corrientes sondeadas a lo largo de su trayectoria. Cuando el argentino arribó a Mallorca en los ochenta, su círculo de amigos estaba integrado por Rossy de Palma, Diabéticas Aceleradas y Juanba Cucarella, maquillador de Alaska, Marta Sánchez, Almodóvar y Penélope Cruz. A su llegada a Madrid, puso en marcha Productos Lola, una formación de cabaret donde actuaron el diseñador David Delfín y la actriz Mariola Fuentes, y House of Devotion en la Sala Morocco, que fue punta de lanza de la música house en Madrid y por la que pasaron, entre otros, el maestro de ceremonias y dj Johann Wald, la modelo Bimba Bosé, la actriz Lluvia Rojo, la bailarina de la CND Yoko Taira. Al agitador cultural de la Patagonia nunca le ha faltado olfato para el talento.
-Tengo entendido que de joven lo pasabas fatal al presentarte a la audiciones, ¿qué actitud tienes cuando realizas una?
-Me formé en danza y en teatro en Argentina, y fui un bailarín bastante mediocre, pero cuando decidí empezar a dirigir se me abrió un mundo con muchos más frutos. Al lleguar a Madrid vivía en Malasaña, tenía una casa estudio, donde pasaba gente de todo el mundo, era bastante familiar. Por lo general, desde que creamos la compañía la dinámica era que una persona traía a otra, pero desde hace un tiempo hemos recibido encargos así que, por obligación, he empezado a hacer castings. Ahora ya me siento cómodo, pero es un poco raro, porque en mi etapa de bailarín lo pasé mal. Era un tipo con gafas, era un cuadro. No me gusta hacer pasar a la gente por este tipo de pruebas, y he de decir que a los grandes talentos los he encontrado de manera natural. De la calle sobre todo, porque es la gran inspiradora de nuestro trabajo.
-¿Qué se cuenta la calle?
-A los 10 años me autodefinía como el gran observador. No era ni consciente de lo que estaba diciendo, pero la frase me fascinaba. La calle, si estás atento, ofrece un lenguaje increíble. Todo el tiempo surgen diferentes manifestaciones. Esto se da mucho en grandes ciudades como Berlín, París, Londres, y en EE.UU., que es el país que vomita grandes ideas. En ese aspecto soy muy passoliniano, almodovariano, una persona que ha estado atenta a su alrededor y no solamente mirándose al ombligo de su propio discurso.
-¿Por qué te repele tanto el término coreógrafo?
-Porque es un palabra muy denostada. Se ha convertido en un estereotipo relacionado con el mundo homosexual, al igual que peluquero, estilista, maquillador. No me importa, pero con todo el respeto que me merecen estas profesiones, hoy en día cualquiera se define como coreógrafo. Y no me gusta sentirme uno más. Me gusta sentir que en mi trabajo hay un sello.
-¿Cómo te llamo, entonces?
-Tal vez director de escena. Jan Fabré es uno de mis artistas favoritos. Es un genio del que de repente ves una exposición de insectos o una puesta en escena con una bailarina bailando en un techo de botellas de aceite de oliva. Él dice que es un artista que trabaja con el cuerpo y a mí siempre me gusta agregar: de los demás.
¿Primer creador que subió el break dance a los escenarios?? Vaya pretención y soberbia... esto no es verdad. Bajate un poquito del burro, Divo Pannullo...
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