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'BITS DE SOCIEDAD'

El capricho japonés 'e il mondo cane' de George Clooney en Valencia

ALBERTO MONTEVERDE. 29/03/2014 ¿Dónde cenó el actor cuándo estuvo en Valencia? ¿Qué le pasó?

VALENCIA. Esta semana hice mi peregrinaje habitual al Komori, mi querido Komori del Westin, para cenar con dos de mis amigos más queridos que me han pedido que no escriba sus nombres en esta crónica. Y yo, que soy muy obediente, así lo haré.

Mis amigos, que no voy a decir sus nombres, de verdad, no insistas jefe, son unos grandes amantes de la comida japonesa (toda persona de bien tiene que serlo). Yo mismo, hasta no hace mucho tenía la sana costumbre de darme lo que yo llamaba ‘un capricho japonés'. Lo hacía cada dos o tres meses, lo que me deja mi maltrecha economía, y porque sí: cogía el último AVE y, tras un gin-tonic mundano, bebido a pequeños sorbos entre Requena y Tarancón, terminaba aterrizando sobre el número 6 de la calle Velázquez en la capital del reino.

Recibido en alguna de estas ocasiones por el genial empresario José Antonio Aparicio, propietario de Kabuki, todo lo que me restaba era enfrentarme a la cocina nipona de Ricardo Sanz. Palillos en mano, a veces con una cerveza helada como única compañía, allí me rendía a sushis y sashimis basados en una fusión de pescados por proximidad. Y ya saben, Madrid es "la mejor lonja de España".

Adoro tomar sushi sentado en la barra, descalzado de los talones, a unos pocos centímetros de esos enormes y afilados cuchillos capaces de generar tanta felicidad. Como el restaurante está situado en el hotel Wellington, no muchos pasos me separaban de un sueño lo suficientemente reparador. A primera hora de la mañana ya estaba de nuevo en el ‘cap i casal'.

Pero todo este plan se vino abajo cuando Nacho Honrubia, otro empresario del asunto del comer y propietario junto a su familia de restaurantes como La Principal o Aragón 58, decidió abrir una sucursal de Kabuki en Valencia: Komori.

Ahora, basta con levantar la mano y dejar que un taxi me abandone a las puertas del hotel Westin. Todo sucede en unos pocos minutos en uno de mis lugares favoritos de Valencia, con el murciélago (he leído en Internet que Komori eso es lo que significa en japonés) en su interior. He perdido mis viajes, pero bueno, al menos ahora no ceno solo, que es una cosa un poco triste, de artista bohemio.

Ha sido en una de estas cenas entre amigos, ya les digo, esta misma semana que me he enterado del secreto mejor guardado de Valencia: ¿dónde cenaba Clooney? Y es que durante su corta estancia (once días) no salió del Westin para nada, pero no se crean que comió en su habitación club sandwiches, no... Comía en el Komori.

Mi amigo se enteró de casualidad. Allí estaba una noche del mes de enero, disfrutando de buena compañía, cuando escuchó un griterío importante. Impropio, diría yo. Las salas de Kabuki y Komori son tranquilas, con una luz tenue. De repente toda esa quietud se interrumpió con un revuelo que tampoco le dio tiempo a ver gran cosa.

Lo que allí sucedió fue que George Clooney intentó cruzar el restaurante de Honrubia. Dicen que iba camino del baño, que se dejó llevar por un impulso sin tener en cuenta a su equipo personal de seguridad, y dicen también que fue una mujer la que, quién sabe si alertada por un radar que anunciaba en su cabeza la llegada del fin del mundo, se lanzó sobre el actor de Hollywood. ¡Vaya susto, George!

Como si la doña fuese un jugador de fútbol americano de la Universidad de Kentucky, en la que Clooney estudió, y necesitara placarlo para demostrarle todo su afecto, se abalanzó sobre él. Sin embargo, la seguridad del propio Clooney y la del hotel la redujeron para su posterior pataleo. ¡Qué vergüenza!

Clooney cenó en aquel reservado casi todas las noches menos dos, me dijo mi amigo.

Una de ellas lo hizo -Dios o quien le rodee sabrá por qué- en un restaurante italiano que ya comprobamos tuvo a bien orquestarse una auténtica pasarela de prensa por los medios valencianos al día siguiente. Toda una acción promocional al nivel de nuestro tiempo y nuestra ciudad. Ay, Cuchita, no digas lo que piensas, cariño mío.

¿Quién eligió ese italiano? ¿Por qué? Clooney no fue seguro. Sin embargo, no he encontrado ninguna referencia a Komori, que por cierto estuvo completo todas las noches durante la estancia del actor a partir del curioso incidente de la señora con espíritu de linebacker.

La otra noche que abandonó el reservado del Komori no lo hizo para ser infiel a la cocina de Sanz: se la sirvieron en el H Club, el estilista (y creo que desconocidísimo para muchos) local de copas del propio Westin. Se relajó y aceptó que abrieran las puertas al público. En 15 minutos el sitio estaba -según me cuentan- a reventar y el actor debió esfumarse por alguna puerta trasera.

Nada que ver con lo que pasó con su compañero de rodaje, el bueno del doctor House, perdón, Hugh Laurie, que los dos o tres días que estuvo en la ciudad, me dice mi amigo que se le podía ver pasear por las zonas comunes. Y qué cenaba en la terraza con su mujer, una señora encantadora, que me he enterado después que se llamaba Jo Green. O los niños protagonistas, ni idea de su nombre, que se pedían sus paellitas como Dios manda y también se las comían en la terraza.

Clooney no; Clooney vivió como un monje. Al actor, al que le gusta el fútbol, vio como el FC Barcelona cambiaba su habitual residencia en la ciudad (el propio Westin) para hospedarse en el hotel Las Arenas por coincidencia de fechas con lo más granado del rodaje americano de una cosa que se llamará Tomorrowland y que se ha rodado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

Ascensores interiores, puertas traseras, baños del servicio de cocina, coches blindados, seguridad privada en la puerta de la habitación, en la puerta del hotel, del restaurante, del set de rodaje, cámaras de fotos apareciendo a lo lejos, por cualquier rincón... y así once días sin disfrutar de nuestra (oh) hermosa ciudad.

Clooney iba a todos lados con dos amigos encantadores, uno gigante y otro no tanto, que le tenían el coche como los chorros del oro, que mi amigo vio como le limpiaban las alfombrillas. Dos amigos, por cierto, más amigables que la tonta asiática que acompañaba al director Brad Bird a todos lados, que me han dicho que era una pedorra de las que asustan. 

–Esa parece que mandaba mucho –me dijo mi amigo.

Durante días pensé alegre que la cocina del Komori era imposible de aborrecer y que Clooney, seguramente, se había quedado absorto con la propuesta culinaria que aúna el modelo japonés con lo mejor de nuestras lonjas.

Con el paso de la semana y los chismes que han ido surgiendo a mi alrededor y alrededor de ese edificio, crítpico con lo que durante once días había acontecido allí dentro, empiezo a pensar en la vida perra de Clooney. ‘Il cane mondo', que dirán sus vecinos de urbanización blindada en el lombardo Lago de Como.

La casa en concreto en la que pasa largas temporadas es una cucada de 20 millones de dólares (he leído en Internet). Una monada de la que os enlazo una fotogalería y adjunto foto para concluir el artículo y con la que se me acaba la condescendencia, sin perderle el respeto.

Me atrevo a pensar que a Clooney tampoco le hubiera molestado tanto aquel selfie con Amparito, la dels ‘ferraura'. La espero en algún cigarrillo furtivo de esos de los que saco tantas líneas para este, mi consuelo semanal.

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