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LA PANTALLA GLOBAL

¡Este niño es un demonio! Malvados desde la cuna

EDUARDO GUILLOT. 25/03/2014 Ante el próximo estreno de "El heredero del diablo", recordamos algunas de las criaturas infantiles más diabólicas que se han asomado a las pantallas cinematográficas



VALENCIA. El 25 de abril llega a los cines españoles El heredero del diablo (Devil's Due, Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, 2014), donde una pareja de recién casados regresa a casa tras un viaje de luna de miel en el que, por misteriosas razones, hay una noche que no logran recordar. Pronto descubren que ella está embarazada, y mientras el marido va grabando todo lo que sucede con la handycam, la mujer se comporta cada vez de manera más extraña. A medida que pasan los meses, resulta evidente que en su interior alberga algo muy siniestro.

No hace falta ser un lince para darse cuenta de los puntos de contacto de la película con La semilla del diablo (Rosemary's Baby, Roman Polanski, 1968). En el presente caso, el marido es un mero convidado de piedra, pero la novedad de El heredero del diablo es que se acoge a un subgénero que ha hecho furor en el cine de terror reciente y que se basa en el falso found footage, o metraje encontrado: Cámaras domésticas, cintas de videovigilancia, dispositivos móviles, etc. Si nos remontamos en el tiempo, la primera cinta de horror que explotó el recurso fue Holocausto caníbal (Cannibal Holocaust, Ruggero Deodato, 1980). De hecho, hasta se hizo pasar sus imágenes por auténticas en busca de un mayor impacto publicitario.

Desde entonces, son legión las películas que se han servido del mismo método, algunas con especial fortuna, como El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1999), pero fue a partir de 2007 cuando se convirtió en moneda de uso común, a partir del éxito de Paranormal Activity (Oren Peli) y [Rec] (Jaume Balagueró y Paco Plaza), ambas con varias secuelas en su haber. Al año siguiente, Monstruoso (Cloverfield, Matt Reeves, 2008) ratificaría la tendencia. Pero la verdadera moda a la que se apunta El heredero del diablo es la de los niños diabólicos, que cuenta con algunos precedentes realmente notables.

EL DIABLO, PROBABLEMENTE

Porque si de hijos de Satanás (literales) hablamos, la historia del cine tiene un par de ejemplos ilustres. El primero, y también el mejor, es la ya citada La semilla del diablo, inicialmente una película surgida de la sagaz mente del productor y director William Castle (célebre por crear imaginativos gimmicks para vender sus cintas de serie B), que cuando cayó en manos de Roman Polanski adquirió una nueva dimensión, con un John Cassavetes convertido en moderno trasunto de Fausto, que en lugar de vender su alma al diablo a cambio de conocimiento ilimitado y placeres mundanos, entrega la de su futuro hijo para obtener un ansiado éxito profesional.

Cuando se entera de que engendra al vástago demoníaco, Mia Farrow se resiste a asumir su destino, pero una vez contempla a su criatura en la cuna, el instinto maternal se impone. El recién nacido bien podría haber sido el que, años después, adopta Gregory Peck en La profecía (The Omen, Richard Donner, 1976). Deprimido porque ha perdido a su primogénito en el parto, acepta un bebé huérfano de origen desconocido que se revelará como el Anticristo. Surgida a rebufo de la moda diabólica instaurada por El exorcista (The Exorcist, William Friedkin, 1973), La profecía incluye la habitual ración de proselitismo católico, sugiere que el germen del mal anida en la clase política y cuenta con dos secuelas: La maldición de Damien (Damien: Omen II, Don Taylor, 1978) y El final de Damien (The final conflict, Graham Baker, 1981). Además, dio lugar al telefim La profecía IV: El renacer (Omen IV: The Awakening, Jorge Montesi y Dominique Othenin-Girard, 1991) y fue objeto de un remake: La profecía (The Omen, John Moore, 2006).

INOCENCIA INTERRUMPIDA

Los niños de origen diabólico no son los únicos que han sembrado el mal en las pantallas de cine. Como es lógico, una indefensa criatura representa la inocencia en estado puro, y la tentación por parte del cine de terror de pervertir esa imagen ha dado como resultado algunos personajes memorables. Como la niña de La mala semilla (The Bad Seed, Mervyn LeRoy, 1956), una película que se planteaba si el malvado nace o se hace, y donde la carrera criminal de la candorosa protagonista solo se detenía por intervención divina.

No menos inquietante resultaba el niño de la magistral El otro (The Other, Robert Mulligan, 1972), quien, afectado por un trauma psicológico, rememora el recuerdo de su hermano gemelo muerto a través de una serie de actos de inusitada violencia. Una cinta turbadora, que prefiere sugerir antes que mostrar, y que se sitúa cerca de la mirada que ofrece sobre la perversidad infantil otra película magnífica: Suspense (Jack Clayton, 1961), adaptación de la novela Otra vuelta de tuerca, de Henry James, y cuyo título original resultaba mucho más evocador: The Innocents.

Otro escritor capaz de penetrar con bisturí en la psicología de sus personajes es el británico Ian McEwan, que en su primer guión escrito directamente para el cine también optó por indagar en la maldad infantil. Aunque no quedó satisfecho con el resultado final, El buen hijo (The Good Son, Joseph Ruben, 1993) es una curiosa película, en la que Macaulay Culkin encarna a un pequeño príncipe destronado que reacciona con virulencia cuando deja de ser el foco de atención de sus padres. En similares coordenadas, Tenemos que hablar de Kevin (We Have to Talk About Kevin, Lynne Ramsay, 2011) va bastante más lejos en su retrato de un niño abducido por el mal.

En el extremo opuesto, lejos de los intentos rigurosos de estudiar en profundidad las mentes perturbadas de los más pequeños, el cine de género se ha servido a menudo de los niños para vehicular sus amenazas. Los rubios clónicos de El pueblo de los malditos (Village of the Damned, Wolf Rilla, 1960), fruto de un misterioso embarazo colectivo, sirvieron para sacar a la luz los miedos de la sociedad de la época. El film daría pie a una secuela, Los hijos de los malditos (Children of the Damned, Anton M. Leader, 1963), y a un remake: El pueblo de los malditos (Village of the Damned, John Carpenter, 1995).

Otros niños con irrefrenables instintos asesinos fueron los de Cumpleaños sangriento (Bloody Birthday, Ed Hunt, 1980), los zombies de Abrazo mortal (The Children, Max Kalmanowicz, 1980), el solitario chico de The Pit (Lew Lehman, 1981), que lanzaba a un pozo en el bosque a todo aquel que le molestaba y, por supuesto, Los chicos del maíz (Children of the Corn, Fritz Kiersch, 1984), cuyas sangrientas tropelías, producto de la pluma de Stephen King, dieron hasta para siete secuelas. Y hablando de sagas, tampoco conviene olvidarse de Larry Cohen y ¡Estoy vivo! (It's Alive, 1974), donde a causa de la ingestión de píldoras anticonceptivas (ojo con el recado provida), una mujer dar a luz un mocoso deforme y con irrefrenables ansias criminales. El propio Cohen retomaría a su criatura en Sigue vivo (It lives again, 1978) y La isla de los vivos (It's Alive III: Island of the Alive, 1987). Y tampoco se libraría del consabido remake: It's Alive (Josef Rusnak, 2008).

MALDAD INFANTIL SIN FRONTERAS

Fuera del ámbito anglosajón también abundan los niños con sed de sangre. Sin ir más lejos, el segundo y último largometraje del español Narciso Ibáñez Serrador fue ¿Quién puede matar a un niño? (1976), donde se utilizaba nuevamente la inocencia infantil para articular un perverso relato sobre la violencia. Hace un par de años, la industria americana retomó la novela de Juan José Plans en que se basaba la película para realizar una nueva versión: Juego de niños (Come out and play, Makinov, 2012).

En las muestras de género procedentes del continente asiático ha sido habitual encontrarse en los últimos años con terroríficos espectros infantiles, ya sea en The Ring: El círculo (Ringu, Hideo Nakata, 1998) o en La maldición (Ju-on, Takashi Shimizu, 2002), dos estupendas películas japonesas que tuvieron abundantes secuelas y versiones americanas. Y desde Corea del Sur llegó la sugestiva Dos hermanas (Janghwa, Hongryeon, Kim Jee-woon, 2002), donde dos chicas adolescentes que han pasado una larga temporada en una institución mental regresan al hogar y comienzan a provocar truculentos sucesos inexplicables.

La penúltima parada del trayecto nos lleva hasta Francia, donde ha surgido una nueva generación de cineastas que se han aproximado al terror desde una óptica que algunos han denominado "poética de la crueldad", y que tuvo un inspirado antecedente en Baby Blood (Alain Robak, 1990), donde una extraña criatura se aloja en el útero de una mujer y la empuja a cometer atrocidades. Ya dentro de esa tendencia contemporánea del nuevo cine de terror galo, donde destacan nombres como los de Alexandre Aja, Pascal Laugier (ambos asentados ya en Estados Unidos) o el tándem formado Alexandre Bustillo y Julien Maury, encontramos Ellos (Ils, David Moreau y Xavier Palud, 2006), en la que una pareja es acosada con extrema violencia por un amenazador grupo de feroces niños.

Ante tal avalancha de hemoglobina, cerraremos el recorrido con algo más de sutileza, regresando al principio y recordando Historias extraordinarias (Histoires extraordinaires, 1968), una película de episodios en la que Roger Vadim, Louis Malle y Federico Fellini adaptaban tres relatos de Edgar Allan Poe. Fellini escogió Nunca apuestes tu cabeza al diablo, que actualizó con el título de Toby Dammit, y donde ofreció una imagen del demonio que ponía los pelos de punta: Una niña rubia, vestida de blanco, con una pelota entre las manos. Si se les aparece en un callejón oscuro, corran sin mirar atrás.

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