VALENCIA. La cosa viene de lejos, y no tiene visos de remitir: hay superhéroes para rato. Atribulados por su tormentosa vida interior o con ingenuo regusto camp, los justicieros enfundados en leotardos están dispuestos a que sus capas sigan ondeando en las pantallas de cine de todo el mundo, para mayor gloria de la industria cinematográfica estadounidense.
El 28 de marzo llega Capitán América: El soldado de invierno (Captain America: The Winter Soldier, Anthony & Joe Russo, 2014), el 18 de abril será el turno de The Amazing Spider-Man: El poder de Electro (The Amazing Spider-Man 2, Marc Webb, 2014) y el 23 de mayo le tocará a X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, Bryan Singer, 2014). A título por mes. Y los que quedan.
El imparable auge superheróico en el cine de los últimos años podría dar pie a interesantes reflexiones. En su origen ilustrado, los cómic-books, los superhéroes irrumpieron en los estertores de la Gran Depresión americana, vehiculando el sueño evasivo del público, y vivieron momentos de gloria durante la Segunda Guerra Mundial, simbolizando sus esperanzas de victoria.
Superman (nacido en 1938, a partir de las historias de Jerry Siegel y los dibujos de Joe Shuster), así como todos los demás justicieros que surgirían a partir de su fulgurante éxito, reflejaban unos Estados Unidos todopoderosos y triunfales. Del mismo modo, los superhéroes de los años sesenta, acuciados por la ansiedad y los problemas emocionales, representaban la conciencia de una nación cuyo poder omnipotente era cuestionado por sus ciudadanos. Por eso no deja de resultar tentador plantearse a qué situación sociopolítica responde la avalancha actual de superjusticieros.
En todo caso, el amor del cine por los superhéroes se remonta a su origen. Los hermanos Fleischer ya habían adaptado las aventuras de Superman a formato animado en 1941, y solo cinco años después llegaba el primer serial con actores reales protagonizado por el oriundo de Krypton.
Entonces, las versiones cinematográficas de "personajes con ropa interior larga" (así les llamaban los editores de historietas de los años cuarenta) despedían un aroma camp que se prolongaría durante décadas, como demuestra la divertida Batman: La película (Batman: The Movie, Leslie H. Martinson, 1966), primera cinta sobre el hombre murciélago creado por Bob Kane en 1939.
La misma mirada irónica se puede aplicar a la serie televisiva basada en Spider-Man, realizada en 1977 y protagonizada por Nicholas Hammond, que dio lugar a dos largometrajes confeccionados a partir del montaje de material ya emitido por la pequeña pantalla.
Sin olvidar al primer Captain America (Albert Pyun, 1989), hoy sepultado en el olvido. Ni siquiera el Superman de Richard Donner (1978), pese a su despliegue de efectos especiales y su condición de gran producción, conseguía escapar de esa condición de entretenimiento menor al que parecían abocados los superhéroes.
¿QUIÉN VIGILA A LOS VIGILANTES?
Todo cambió con la llegada de Watchmen, la novela gráfica de Alan Moore y Dave Gibbons, que a finales de 1986 sacudió los cimientos del universo superheróico y modificó para siempre la concepción del género, que cuestionaba con tanta maestría como capacidad reflexiva. Convertida en película en 2009 por Zack Snyder con bastante fortuna (aunque el cascarrabias de Moore renegó del film, como ha hecho con las demás adaptaciones de su obra al cine), su influencia se había dejado notar mucho antes.
Era imposible aproximarse a los superhéroes con la ingenuidad de los años setenta después de que Watchmen los hubiera puesto en solfa. Así, los tipos con poderes sobrehumanos y enfundados en mallas de colores comenzaron a tener problemas emocionales, lado oscuro y dudas sobre su condición, aunque siguieran poniéndose máscaras, capas y los calzones por fuera.
Una nueva generación de directores ofreció una mirada diferente sobre los personajes con identidad secreta y sed de justicia, y la gran industria encontró un filón que explotó a conciencia. Sus películas ya no eran baratijas de serie B, sino costosos entretenimientos poblados de estrellas y, muy a menudo, firmados por directores de prestigio.
De este modo, Tim Burton introduce a Batman en sus tenebrosas fantasías pop, Joel Schumacher lo convierte en icono gay y, finalmente, Christopher Nolan saca a relucir sus zonas más oscuras. Por su parte, Bryan Singer otorga una inédita dimensión mesiánica a Superman en Superman Returns (2006) y Sam Raimi reinventa a Spider-Man en una trilogía que ya está siendo revisada nuevamente.
Al mismo tiempo, otros cineastas prefieren evitar los tópicos (y ahorrarse el pago de derechos editoriales) proponiendo interesantes reflexiones sobre las responsabilidades que conlleva la posesión de superpoderes. Es el caso de Josh Trank, que en Chronicle (2012), su ópera prima, aborda el tema desde un punto de vista cotidiano.
La película focaliza su atención en el nacimiento del superhéroe adolescente, poniendo el acento en la carga que supone la adquisición de sus poderes, pero también en cómo pueden convertirse en un medio para vengarse por el maltrato sufrido, en una excelente reflexión sobre el origen del villano. Interesante en el fondo (anotaciones filosóficas incluidas), la película es más discutible en la forma.
A diferencia de El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999) o [Rec] (Jaume Balaguero y Paco Plaza, 2007), la apuesta de Trank por una narrativa (falsamente) documental basada en las cámaras de vídeo domésticas resulta forzada y resta verosimilitud al resultado final, que no obstante ha lanzado al director de cabeza al mainstream: él será el encargado de reflotar la franquicia de Los cuatro fantásticos, con una nueva versión que se encuentra en pre-producción y se estrenará en 2015.
SUPERHÉROES DE BARRIO
De otorgar un barniz serio y un background emocional a los superhéroes a volver sobre su condición de reflejo de la sociedad en que se circunscriben había un paso, y en 2010 Blackie Books publicaba Los superhéroes y la filosofía, un volumen colectivo en el que dieciséis filósofos de universidades americanas, y algunos de los más influyentes críticos y escritores del mundo del cómic, examinaban las temáticas más profundas que se extraen de las narrativas hiperbólicas y las acciones sobrehumanas del mundo de los superhéroes.
Las definiciones de bien y de mal, los límites de la violencia, los problemas de la justicia más allá de la ley, el determinismo, el libre albedrío, la identidad personal, o la definición de humanidad, planteados a través de preguntas francamente interesantes: ¿cómo reaccionaría cualquier ciudadano que recibiera superpoderes de repente? ¿Quién escogería la excelencia ética y quién se dejaría seducir por el poder y la gloria? ¿Sería viable una sociedad donde algunos escogidos visten capas y sobrevuelan las cabezas del resto, auto-proclamándose defensores de la justicia y la humanidad? ¿Qué honestidad cabe esperar de esos superhéroes cuyos rostros se ocultan tras máscaras, ya sean metafóricas o de látex?
Desde otra perspectiva, Kick-Ass. Listo para machacar (Kick-Ass, Matthew Vaughn, 2010) parecía ofrecer una mirada crítica sobre el friki adicto a los cómics de género, pero su planteamiento inicial quedaba diluido por culpa de un desarrollo que acaba convirtiendo la película en aquello que inicialmente cuestionaba. Su secuela no ha hecho más que confirmar que se trataba de un espejismo, pero en los márgenes de la producción independiente siguen surgiendo propuestas de interés relacionadas de un modo u otro con los superhéroes. Como Super, una curiosa y divertida película dirigida por James Gunn en 2010.
El mismo Gunn ya es un personaje curioso. Se inició en Troma, una productora de serie Z de la que saltó a la gran industria para realizar todo tipo de trabajos, desde el guión de la lamentable Scooby-Doo (Raja Gosnell, 2002) al del estupendo remake que fue Amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, Zack Snyder, 2004).
Autor de una interesante novela titulada El coleccionista de juguetes (editada en España por Mondadori), James Gunn presenta en Super a un personaje marginal y frustrado, que carece de poder alguno, pero decide enfundarse en un ridículo traje e impartir justicia como Dios le da a entender (y no es una metáfora exactamente, ya que su decisión es fruto de una revelación provocada por un telepredicador).
Más allá de sus agudas reflexiones sobre el superhéroe, la cinta parece una traslación cinematográfica (no acreditada) del singular universo del cantante e ilustrador bipolar Daniel Johnston. De hecho, el productor de la película es Ted Hope, el hombre tras el excelente documental The Devil and Daniel Johnston (Jeff Feuerzeig, 2005), así que no parece descabellado establecer la conexión.
Como en el caso de Josh Trank, la gran industria ya le ha echado el guante: Gunn acaba de terminar la socarrona Guardianes de la galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014), basada en los personajes de Marvel, que llegará a España el próximo 14 de agosto. Lo dicho: Superhéroes hasta en la sopa.
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