MADRID (EFE/CP). La parisina Léa Seydoux era sólo estrella en el cine francés hasta que el mundo vio su versatilidad actoral, y su hermosísimo cuerpo, entre otras en La vida de Adele, una apuesta tan arriesgada como definitiva, que hace todavía más sorprendente su transformación en Bella, en La bella y la bestia.
"Tuve una especie de premonición mientras rodaba Sister, de Ursula Meier: me imaginé lo genial que sería trabajar en un cuento de hadas. Me veía haciendo La bella durmiente, por ejemplo. Todavía no había empezado La vie d'Adele cuando me propusieron La bella y la bestia. Acepté inmediatamente", apunta la actriz en la web promocional de su nueva película.
Y eso que aún no había visto los diseños del vestuario de la nueva versión del viejo cuento de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, de 1756, del que ya se estaba encargando el modisto Pierre-Yves Gayraud.
Según explica Gayraud, el director de La bella y la bestia, Christophe Gans, le dio "toda" la libertad creativa, y solo le pidió "una cosa: 'que sea elegante, espectacular, maravilloso, rico en textura y colores'. Vamos, ¡me dio una hoja de ruta genial!", exclama feliz el modisto.
"El principal reto de La bella y la bestia era cuadrar el deseo de crear diseños de alta costura con las restricciones de los efectos especiales", prosigue. "Teníamos un esquema de color muy definido para los vestidos que Bestia (Vicent Cassel) le regala a Bella: el primero, de color marfil, tenía que ser como una camisa de fuerza, extremadamente virginal, como de geisha, con encaje y bordados muy detallistas, como de alta costura".
Otro, el vestido azul, "debía brillar; el personaje lo lleva en muchas escenas de acción, así que debía tener mucho movimiento, tanto en el agua como sobre el hielo. Y el verde de terciopelo, que lleva volantes, debía fundirse con la rica vegetación del dominio de Bestia". Finalmente, el vestido rojo era "el más delicado y sofisticado, el que más se alteró y con el que más secuencias de acción se rodaron".
"Léa se mueve con total naturalidad con esos vestidos, con una elegancia innata. Queda muy real, como si estuviera acostumbrada a llevarlos, y eso resulta muy importante para que no quede falso en la gran pantalla", señala Gayraud.
La película, concebida por Gans (El pacto de los lobos) casi como un homenaje al clásico de Jean Cocteau de 1946, tiene como principal reclamo a la joven actriz, que va camino de convertirse en una de las principales estrellas del cine francés de los próximos años. Nacida en 1985 en París, Léa Seydoux proviene de una familia de clase alta relacionada con el mundo del cine; de hecho, su padre es hijo del presidente de la famosa productora de cine Pathé, y su madre es Valérie Schlumberger, una activista política que solía vestir a su pequeña con ropa de segunda mano.
"Siempre sentí gran afinidad con la Bella Durmiente y con Cenicienta. No voy a entrar en detalles, pero hay bastantes parecidos. El caso de Bella es diferente: ha perdido a su madre y vive con su padre. Me parece un personaje mágico, sin olvidar que es la historia de una joven que abandona su hogar en busca del amor", comenta con un guiño Seydoux.
Esta joven, considerada heredera de Brigitte Bardot o Laetitia Casta, se ha convertido en la nueva sexsymbol del momento, gracias a su particular sonrisa de dientes separados, su mirada errática y su estupendo escote.
Alcanzó la fama mundial gracias La vida de Adele, pero Hollywood ya puso los ojos en ella cuando Quentin Tarantino la contrató para un pequeño papel en Malditos bastardos. Después llegarían los trabajos con Woody Allen (Midnight in Paris, 2011), Ridley Scott (Robin Hood, 2010); y en breve, en El gran hotel Budapest, de Wes Anderson.
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