VALENCIA. Como un aguja en un pajar, o una pequeña estrella escondida en mitad del universo, un libro permanece (se supone) oculto en algún lugar del mundo. Un clan de hombres de decisión quijotesca andan tras él. ¿El motivo? Se trata del primer libro de la historia que plasma el ajedrez moderno. Y algo más que eso: es testimonio de una época formidable para Valencia, donde los ajedrecistas tomaban la ciutat mientras las artes florecían, cual Arcadia valenciana.
Un hit formidable que escribió un joven conmovedor del que conocemos poco: Francesch Vicent. "Vecino y criado en Valencia", deja escrito en 1495 cuando tendría, y todo esto son aproximaciones, entre 30 y 35 años. Su libro, qué iba a saber Vicent, ha alcanzado con el paso del tiempo un valor difícil de cuantificar. "No decimos ninguna locura si planteamos que podría costar más de tres millones de euros", me dice José Antonio Garzón, un apóstol de Vicent en el siglo XXI.
Magnus Carlsen (la actual sensación del ajedrez, un chico con apariencia Justin Bieber que domina los tableros) juega a lo que un fulano de la vieja Valencia dejó escrito sobre un librillo. "Bobby Fischer", cuenta Garzón "planteó recurrir al sorteo de la posición inicial, para empezar la partida de forma aleatoria y darle mayor dinamismo al ajedrez. Vicent ya habló de ello más de cinco siglos antes".
Viajemos hasta aquellos años (con el margen de error de los enigmas, limado al máximo por hombres como Garzón) para acercamos a Francesch Vicent, un activo (históricamente) especial. Pasen y vean:
En Valencia late el siglo de oro. Tercera capital de Europa. Un crisol ciudadano. En ese ambiente de fertilidad intelectual, vive Vicent, un judío de Segorbe, se cree. Juega al ajedrez con pulso de cirujano y ritmo mental de ágil matemático. ("Si viviera en esta época pertenecería a la elite del ajedrez", quiere aclarar el experto Garzón. "Plantea problemas que todavía ahora no se pueden resolver; no deja lugar a recurrir a las máquinas. Era un genio").
Vicent pertenece y se relaciona con una esfera de literatos y ajedrecistas valencianos que, sin ellos saberlo, están construyendo futuro. La mayoría son unos vanguardistas que plantean novedades, que quieren pasarse por el forro los estándares y revolucionar su pasión: el ajedrez.
Comienzan a jugarlo de una manera inventada, introduciendo la figura de la reina y consecuentemente del peón. Con la primera, la revolución femenina; con lo segundo, la revolución social. La reina pasa a ser poderosa en el tablero de la vida y a los peones se les confiere influencia decisiva en el devenir de las cosas. ¿Pretendía la colla de ajedrecistas lanzar ese mensaje? Probablemente no y sólo se estaban inspirando el en el ideal de la belleza femenina y en la pujanza de las reinas de entonces.
"Creía que Isabel la Católica inspiró la aparición de la reina en el ajedrez, pero la tesis se me desmonta en el camino porque la primera mención a la dama (reina) es anterior a que Isabel la Católica adquiriera celebridad", me confiesa Agustí Mezquida, director del documental El hombre que se inspiró en la reina. La dama valenciana, una cinta que se estrenará presumiblemente este año tras pasar por la SEMINCI. "Puede que la elección de la figura de la reina sea reflejo de una corriente en el sur de Europa por la que las reinas comienzan a tener un protagonismo total".
Volvemos a ti, Vicent. Un trío de poetas perteneciente a su entorno, que desprecian el ajedrez medieval por rancio, comienzan a fantasear con un ajedrez moderno no inventado y a dejar trazas sobre la pieza 'reina' en un conjunto de poemas llamado Escacs d'amor, con 64 estrofas. Y 20 años después, el mismo impresor imprime también en Valencia, un 15 de mayo, la obra de Francesch Vicent: Llibre dels jochs partits dels schacs en nombre de 100, donde oficializa el nuevo juego. AKA uno de los libros más buscados de la Tierra. "El libro que cambia la historia del ajedrez".
Vicent no lo sabe, pero al poco de publicar su bestseller se le aproxima la peor experiencia de su existencia. ("La tragedia es ingénita a su vida", me apunta Garzón en la mesa de una cafetería cercana a la calle La Paz, con un ruido inmundo, unos cinco millones de horas después de que Francesch Vicent fuera a dejar Valencia). Un poco después de la expulsión de los judíos, esa monumental fuga de cerebros, nuestro hombre es pateado del reino y vaga hacia el exilio. Valencia pierde a uno de sus fulanos más brillantes.
Los Borgia, unos pedazo de ladinos, se aprovechan y lo acogen entre sus faldas como instructor. Se reencuentra su pista en el listado de cortesanos de Lucrecia de Borgia: Francisco El Español, maestro de ajedrez. Previamente habría estado al servicio de César Borgia, un compulsivo ajedrecista que entretenía con ello los cautiverios vaticanos.
En el ducado de Ferrara el ajedrez pasaba por ser una de las religiones capitales. "Lucrecia, se cree, contrata a Vicent para perfeccionar su juego y poder competir con su cuñada", sostiene Garzón. Sea como fuere, la Lucrecia lasciva es bien acogida en Ferrara, el único lugar donde, en parte quizá por sus aptitudes moviendo la reina, no se la tratará de puta.
Lucrecia Borgia ha muerto. Vicent pierde a su gran valedora y nunca más se vuelve a saber nada sobre sus siguientes pasos en dirección a la muerte, excepto enigmáticas referencias a principios del XVI, donde, en reediciones de manuales de ajedrez como la de Damiano, aparecen en portada y a doble tinta homenajes crípticos a su legado.
Fin a la vida de Vicent.
Con el paso de los siglos, y ante pequeñas migas en el camino, una serie de espías indómitos de su memoria deciden ir a la búsqueda del libro perdido en mitad del universo. "He invertido mucho tiempo. He ido a Siena, al Vaticano, a Montserrat, Barcelona...", pronuncia Garzón, principal impulsor de la búsqueda.
"Cuando cayó en mis manos el libro que hablaba de Vicent supe que estaba ante una historia maravillosa", refleja Agustí Mezquida, que rodó su documental entre Livorno, Perugia, Cesena, Ferrara, Roma y Cleveland, anhelando destapar pruebas de un alud de polvo.
"En los últimos cuatro años se ha avanzado más en su búsqueda que en los últimos dos siglos", apunta Garzón. Al rastreo contribuye el premio Von del Lasa, que hasta el 15 de mayo de 2015 premia con 18.000 euros a quien haga un check-in certero de la posición de la obra. "Menéndez Pelayo ya propuso convocar un premio para encontrar el libro de Vicent".
¿Pero dónde demonios está?, ¿qué se sabe de él?, ¿hay sólo un ejemplar?
–Mezquida: No es de gran tamaño y puede que esté encuadernado dentro de otro libro, en una biblioteca medio abandonada.
–Garzón: Igual el ejemplar ya está incluso digitalizado sin que se dieran cuenta de su identidad. Estamos más cerca que nunca de encontrarlo.
La última prueba certera lo situó en la abadía de Montserrat, donde los abades, qué gente más ordenada, lo tenían inventariado hasta que en la Guerra de la Independencia las tropas españolas se refugian allí, y las francesas terminan desenfundando armas, quemando gran parte de la biblioteca y robando los ejemplares más valiosos. Algunos libros volvieron con el tiempo a Montserrat. "El de nuestro amigo Vicent no volvió nunca" (Mezquida).
Pista principal número uno: en un piso de Barcelona el librero Salvador Babra comenta con sus clientes la posesión del librito de Vicent. "No te lo puedo vender. Ya lo he apalabrado con un millonario americano", dirá Babra.
En el mismo momento Babra vende un manuscrito que le ha querido comprar el coleccionista estadounidense John G. White, un hombre de Cleveland que amasó miles de tomos sobre ajedrez. "El precio que me pide es absurdo", le escribe White a un colega.
Los presagios, su estrecha relación con Babra, su avidez por las publicaciones de ajedrez, su voluntad de adquirir un manuscrito en el mismo momento que Babra tiene 'el Vicent'... Todo apuntaba al millonario de Cleveland como el gran sospechoso de haber poseído en última instancia la obra. Los viajes a Cleveland, las nuevas migas aparecidas, desmienten en cambio la tesis.
"White llevaba registrados todos los libros relevantes de ajedrez que existían y ponía una cruz a todos los que ya tenían propietario. El de Vicent no tenía crucecita", aporta el realizador Agustí Mezquida.
Pista principal número dos: el manuscrito medieval que Salvador Babra había vendido, supuestamente al mismo americano que compró el libro de Vicent, aparece recientemente en la Biblioteca Pública de Nueva York. "El manuscrito que conduce al libro". Y señala directamente a un farmacéutico, mecenas, filántropo y coleccionista Gustavus A. Pfeiffer, fallecido en 1953 (el manuscrito se donó un año antes). ¡La vía neoyorquina!
¿Es Pfeiffer el millonario americano al que Babra dijo haberle apalabrado 'el Vicent'?, ¿dónde lo tendría? Las relaciones con su entorno se han intensificado para averiguar si alguna vez Pfeiffer dejó escrita alguna mención sobre el tratado cumbre del ajedrez, el legado de un joven judío que contribuyó a dar lustre a la Valencia más dorada (aquella sí) y por cuyo trágico sino su nombre estaba condenado a caer sepultado en el olvido. Un clan de discípulos lo están evitando.
"Tengo la certeza que el episodio está a punto de cerrarse en los próximos años", sentencia Garzón.
Magnífico enigma el libro de Vicent y un personaje a reivindicar, pero para reivindicar a uno no minusvaloremos a otros como mínimo igual de importantes, tachándolos de ladinos y lascivos y dejemos de una vez por todas de alimentar la leyenda negra de los Borgia, que bastante la alimentan ya fuera de nuestras fronteras. Los Borgia no fueron más ladinos ni lascivos que otras familias que les antecedieron y les sucedieron en el solio pontificio. Por otro lado fueron personas habilísimas y de gran astucia que consiguieron las más altas cotas de poder y fueron grandes patronos de las artes, tanto en Italia como en España, siendo los introductores del Renacimiento en nuestras tierras.
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