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CRÍTICA DE LIBROS

'Diario a dos voces', de Manuel Lamana
Dos textos y 40 años de distancia

JOSÉ MARTÍNEZ RUBIO. 03/03/2014

BOLONIA. Las peripecias de los textos, en ocasiones, son comparables a las peripecias vitales de sus autores, tan dolorosas e imprevistas como la realidad de sus ficciones. José María Lamana cruzó los Pirineos el 6 de febrero de 1939, escapando de la España fascista que habría de triunfar pocas semanas después. Había alcanzado Portbou, la última localidad catalana, en un tren pestilente y sobrecargado que hacía noche en los túneles fronterizos para protegerse de los bombardeos de la aviación de Franco. Las autoridades francesas abrían o cerraban el puesto aduanero durante días, mientras los refugiados españoles se amontonaban a un lado y otro de la línea que separaba la guerra española de la humillación francesa. Porque era guerra o humillación.  

El mismo día que cruzó la frontera, José María Lamana emprendió la larga marcha hacia el campo de concentración de Argelès-sur-mer junto a otros miles de republicanos, y fue anotando en su diario los pormenores de su padecimiento que, leído en la actualidad, no solo prevalece como un fehaciente testimonio de un refugiado que emprende el camino del exilio, sino que también resuena como un grito universal por la dignidad y la democracia.

Manuel Lamana recibió este diario, entre las pertenencias de su padre, días después de su muerte, en 1952. Como él mismo explica en el prólogo de 1985, entendió que era una suerte y un deber dar a conocer la historia de su padre, como epítome de la España en la diáspora, con las propias palabras del padre. Sin embargo, como contrapunto memorialístico, decidió recrear día a día el camino paralelo que recorrió él mismo junto dos de sus hermanos (el mayor quedaba preso en la España fascista) y su madre, campo tras campo, casa tras casa y pueblo tras pueblo, hasta que quedara reunida la familia en Rieux-Minervaux muchas semanas después.

Quizás como un aviso más de la tarea de memoria que debe emprender España como gesto definitivo, y quizás también como un síntoma de la intermitencia de sus impulsos para con el pasado, llega bien entrado el siglo XXI este Diario a dos voces (Seix Barral, 2013) de José María y Manuel Lamana, prologado además por el escritor Manuel Rivas. Llega tras muchos avatares editoriales y emprendiendo una vez más el camino de ida y de vuelta entre España y Argentina, donde residió finalmente Manuel Lamana hasta su muerte en 1996.

Pas de rendez-vous! Las playas de Argelès

Asomarse hoy a estos escritos, bien desde el punto de vista de la historia, bien desde el punto de vista de la literatura, o incluso desde el punto de vista del mero compromiso ciudadano, resulta profundamente conmovedor. El intercalado de textos entre el padre y el hijo, a resultas de los días en que van asumiendo progresivamente la condición errante del exiliado y del perdedor de la guerra, abruma por la intermitencia de los tonos y por las formas que adquiere lo trágico de la desbandada de la España republicana.

El espectáculo que se ofreció a nuestra vista fue algo inolvidable: en las márgenes de un riachuelo y ocupando los espacios practicables de unos escarpados rocosos, millares de personas esperaban pacientemente a que fuera abierto el paso hacia la carretera y la estación del ferrocarril. En el resplandor de las hogueras que encendieron mis compatriotas se dibujaban siluetas fantásticas

El texto de José María, el padre, contiene un valor testimonial de primer orden, pues sus palabras provienen de aquellos mismos días en que cruzó la frontera y aguardó tumbado en la arena y la escarcha de las playas de Argelès a que decidieran su destino. Y no solo es un inventario de calamidades que sufrieron los exiliados españoles del 39, es también un abismo hacia las pequeñas historias de miseria, mezquindad y esperanza de los refugiados. Como quien ha perdido todo, con el corazón helado por la derrota, relata los pormenores cotidianos apenas perturbados por la España que quedaba atrás:

28 de marzo de 1939. Rieux-Minervois

Un día muy parecido al anterior, con frío intensísimo pero sin lluvia ni nieve. El viento que no cesa hace notar más baja la temperatura. El correo trae una documentación que había pedido a unos amigos que la guardaban en Saint-André de Roquelongue, pero no ha llegado carta de mi familia debido sin duda al temporal del domingo. Despacho correspondencia y trabajo en mi Diario y en la Memoria que estoy redactando. Por la tarde oigo por la radio la noticia de la rendición de Madrid a las fuerzas nacionalistas, hecho inevitable después de los acontecimientos de los últimos meses y que marca indudablemente el final de la guerra. A última hora recibo la carta que esperaba de mi mujer.

No serás nunca de ninguna parte

Por su parte, la escritura reposada de Manuel Lamana, muchos años después de aquellos sucesos, se convierte en un ejercicio de memoria mucho más elaborado. La fabulación, que el propio Manuel Lamana permite, no pervierte el testimonio de su padre, sino más bien al contrario refuerza la verdad desnuda, de modo que completa con sensaciones los detalles de aquel invierno del 39.

Acostúmbrate. Y cuando estés bien acostumbrado, cuando sepas sus leyendas y quiénes fueron sus hombres célebres, cuando tengas amigos como Jacques y como Jeannot, cuando tengas alguna amiga como Mercedes o como Silvia, entonces, justo entonces te tendrás que marchar. Te tendrás que marchar y no habrá amigo ni amiga ni hombre célebre enterrado. No habrá nada. Y te irás quién sabe adónde y por qué y con qué gente. [...] Cuando hicieron el mundo, se olvidaron de hacer un sitio para ti. Por eso andas así ahora, de un lado para otro. Por eso no serás nunca de ninguna parte. Por afecto, por cariño, por interés porque tu vida se desarrolla en algún lugar, y cuando estés entregado, cuando creas que tu vida tiene ya un sentido en ese lugar, entonces, justo entonces, tendrás que irte.

Sobrecogedor, el doble texto resultante de esa combinación de discursos dará al lector una doble mirada sobre una misma tragedia: la primera, la que observa y la que cifra las penalidades; la segunda, la que comprende y la que calcula el valor de la derrota y sus consecuencias ya vividas a lo largo de muchos años de exilio. Quizás con la pesadumbre de no haber encontrado finalmente un lugar en el mundo. Ni Argentina. Ni España.

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