VALENCIA. Este año se conmemora el 40 aniversario de la dimisión del presidente norteamericano Richard Nixon a consecuencia del escándalo Watergate. Un grupo de medios de comunicación, entre ellos el Washington Post, promovieron una investigación periodística a raíz de un caso de espionaje al partido demócrata que puso al descubierto toda la red de chantajes mafiosos y mentiras de la Casa Blanca. De haber estado en España, Nixon podría haberle echado la culpa al tesorero de su partido y no habría pasado nada.
Los periodistas del Washington Post se convirtieron entonces en modelos del compromiso cívico de un oficio dedicado a la fiscalización del poder y al tratamiento crítico de la información emitida por las instancias gubernamentales. Los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein decidieron hacer algo más que fusilar teletipos o asistir a ruedas de prensa sin preguntas. Si hubiera sucedido en España, el escándalo del Watergate se habría solucionado cambiando desde el gobierno a los directores de los periódicos.
Pero no contentos con cargarse a un presidente, los estadounidenses decidieron hacer algo más, una película que contara los hechos más relevantes de la investigación. El film se tituló Todos los hombres del presidente y se realizó justo a continuación de la dimisión de Nixon. Se trató de un proyecto personal de Robert Redford, que también influyó en la elaboración del libro de Woodward y Bernstein en el que contaban su peripecia. Redford compró los derechos del libro, eligió al realizador, escribió el guión definitivo y participó en el montaje de una película que atacaba directamente al presidente del país. En definitiva, Redford es un titiritero farandulero subvencionado, uno de los parásitos del mundo del cine a ojo de ciertos sectores de la opinión pública si esa película hubiera sido española.
La película fue muy celebrada en su momento y se convirtió de inmediato en obra de referencia del cine contemporáneo, consiguiendo diversos premios de importancia, como el Globo de Oro y el Oscar en varias categorías. Hollywood celebraba también, de este modo, la caída de un presidente caracterizado por sus constantes mentiras. Transcurrido el tiempo, Nixon ha pasado a la historia como uno de los mandatarios más nefastos de Estados Unidos y los actores y directores de Hollywood siguen reuniéndose cada año para premiar sus películas. Hay también allí gente que arremete contra los cineastas por expresar sus opiniones políticas, pero por lo menos en aquel país todo el mundo tiene claro que estos quejicas no son más que cuatro analfabetos ultraderechistas sin importancia.
Los Oscar de Hollywood constituyen una de las principales herramientas de promoción económica y política de la industria cultural estadounidense. Su implantación a finales de los años 20 perseguía el objetivo de profesionalización de un sector muy importante para la entonces incipiente supremacía cultural norteamericana. En aquel momento, la industria del cine estaba experimentando una destacada evolución tecnológica, con el paso del cine mudo al sonoro, e ideológica , con la censura moral que empezaría con la eliminación del star system de los años 20 y culminaría en los años 30 con la promulgación del código Hays. Así, la creación de los Premios Oscar serviría para certificar las buenas películas, es decir, aquéllas que cumplieran con una determinada imagen de la sociedad estadounidense.
Esta idea ha ido manteniéndose con el tiempo. Los Oscar constatan el mantenimiento del cine como un instrumento indispensable para exportar el American way of life y para imponer en el resto del mundo las cuotas de producción y distribución. Todo está medido en estos premios, caracterizados por la selección de un puñado de películas que acaparan el grueso de los galardones. Es la estrategia del traffic-builder: unas pocas películas hiperpremiadas abren el mercado para el resto de películas porque los norteamericanos venden todas sus películas, las buenas, las malas y las regulares.
Estos Premios Oscar 2014 siguen el guión establecido. Pese a su aparente disparidad, las películas nominadas comparten una serie de características comunes. Tim Gray enumeraba, en un artículo en Variety, tres grandes temas. El primero sería el de la supervivencia, el del héroe que lucha en solitario contra los elementos adversos, como vemos en Capitán Phillips (con Tom Hanks resistiendo contra los piratas somalíes), Gravity (Sandra Bullock intentando regresar viva del espacio) o Dallas Buyers Club (Matthew McConaughey interpretando a un seropositivo en los años 80 que se enfrenta a la industria farmacéutica).
El segundo eje lo constituye el anclaje con la realidad, pues más de un tercio de las películas nominadas están basadas en hechos reales, como 12 años de esclavitud (el caso de un negro del norte que fue secuestrado a mediados del siglo XIX y vendido como esclavo en los estados esclavistas sureños), El lobo de Wall Street (las vivencias de un broker que empieza a forrarse en la Norteamérica de Reagan) o Al encuentro de Mr. Banks (que narra las maniobras de Walt Disney para adquirir los derechos de adaptación de Mary Poppins). En resumen, uno de los principales cometidos de Hollywood es la reescritura constante de la historia.
En tercer lugar está, por supuesto, el tema de familia, elemento que articula películas como Nebraska (la nueva muestra en la que Alexander Payne reflexiona sobre su preocupación principal, la inexistencia de paraísos en la sociedad actual), Agosto (una nueva vuelta de tuerca sobre los secretos y mentiras que se esconden en el interior de la institución familiar) o Her (película sobre la sensación de soledad que provoca la infelicidad de la sociedad de consumo).
Lo que se trata en el fondo es de volver a presentar una ceremonia que sirva para establecer las pautas de la industria audiovisual. Los Oscar no se basan en la calidad de las películas sino en su conveniencia para abrir o consolidar mercados de explotación comercial. Detrás de la concesión del premio más deseado por productores y distribuidores se esconde todo un juego de conveniencias políticas que marginan a quienes no siguen el dictado establecido y recompensan a quienes aceptan constituirse en la imagen de marca USA para los múltiples intereses comerciales del país. Los premios a películas como Avatar o El señor de los anillos no son hechos aislados, sino plataformas de exportación de unos modos concretos de mirar, de pensar y de consumir.
Los retratos de las películas pueden ser críticos pero dentro de un orden, porque los Oscar de Hollywood permiten la disidencia siempre que no se excedan los límites establecidos por el sistema. Se puede criticar la institución familiar pero no llevar a cabo un cuestionamiento frontal, directo y agresivo de la sociedad norteamericana. Por ello, las propuestas más radicales siempre estarán fuera de los Oscar bajo el pretexto de su escasa comercialidad.
Con todo, 40 años después del Watergate, Robert Redford sigue estando en los Oscar, esta vez con la película Cuando todo está perdido. Porque su carácter comercial no impide que la cultura cinematográfica siga sobreviviendo a los desmanes de los políticos de turno en un país, Estados Unidos, donde la industria del entretenimiento no se detiene ni por las mafias de los gobernantes más marrulleros. Allí lo saben muy bien: la fortaleza del país pasa también por fortalecer su industria cultural. Eso de que haya países donde los ministros insultan a los cineastas a diario lo contemplan como quien mira un documental etnográfico sobre las disparatadas costumbres de los países atrasados.
Premios Oscar 2014
Películas principales
10 nominaciones
Gravity
La gran estafa americana
9 nominaciones
12 años de esclavitud
6 nominaciones
Capitán Phillips
Dallas Buyers Club
Nebraska
5 nominaciones
El lobo de Wall Street
Her
3 nominaciones
Blue Jasmine
2 nominaciones
Agosto
Que una cinta como La vida de Adele no esté ni nominada a mejor película de habla no inglesa cuando es, al menos para mí, uno de los mejores títulos del año en general creo que lo dice todo. Una relación lésbica y además con secuencias de sexo bastante explícito... a la hoguera.
Brillante. Brutal. Una joya de artículo.
¡Ha defendido a los del cine, es de ETA!
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