VALENCIA. La ilustradora Paula Bonet (Villarreal, 1980) es clasificada a menudo como realista, pero a la vez destaca por su proyección onírica. Sus personajes están cargados de pasión, de fuerza, pero también es habitualmente reconocida por mostrar a través del dibujo una visión femenina. Ha ilustrado carteles de teatro, portadas de discos, libros infantiles, ha expuesto de forma individual o colectiva y, en definitiva, ha generado una ingente producción que durante lo últimos años ha llevado su obra a infinidad de lugares. No obstante, una de sus cualidades más destacadas es la de conectar con su trabajo con un abanico amplísimo de gustos. Algo que, sin duda, ha acelerado la entidad de sus proyectos.
Cuentan que cambió el óleo por la acuarela por su carácter impulsivo. Para poder aprender estas y otras técnicas se licenció en Bellas Artes y completó diferentes experiencias formativas en Chile e Italia. Además de las actividades profesionales ya citadas, aplicó su habtual mezcla de óleo, tinta china y bolígrafo para su obra publicada en Léeme (2013), un libro que consiguió editar por la vía del crowdfunding. El próximo 6 de marzo lanza Qué hacer cuando en la pantalla aparece THE END, editado esta vez por Lunwerg. 40 relatos escritos por la propia Paula Bonet acompañan en esta ocasión a sus ilustraciones. Con motivo de esta publicación inminente, la ilustradora atiende a CulturPlaza.com establecida en Barcelona definitivamente, donde dice sentirse especialmente a gusto.
-Has sido docente de lengua, los textos caligrafiados son una seña de identidad de tu obra, has puesto imágenes a las ‘Las ciudades invisibles' de Ítalo Calvino... ¿cuál es tu experiencia personal con la literatura?
-La literatura es una de las artes que más placer me proporciona, pero también una de las artes que más respeto me infunde. Tiene mucho peso en mi vida: he llegado a ir a México DF solo por haber leído Los detectives salvajes (Roberto Bolaño, 1998) y mi estancia en Nueva York fue culpa de Paul Auster; miro hacia atrás y veo que la primera inversión importante que pude hacer en mi vida la destiné a comprar una librería, y esa librería es el único mueble que condiciona el lugar que escojo para vivir.
-¿Te da vértigo dar un salto más avanzado en tu obra hacia la escritura? ¿Te sientes más cómoda -todavía- acompañándola de la ilustración?
-Mi formación está basada en las artes plásticas, no en filología, y el paso que he dado al atreverme a publicar mis textos está lógicamente respaldado por mis dibujos. Mi acercamiento a la literatura ha sido de una manera muy respetuosa con el oficio de escribir. He sido en todo momento consciente de lo que estaba haciendo, por eso no me aventuré a escribir una historia que ocupara doscientas páginas. Preferí el relato corto y minimalista que me daba más libertad a la hora de crear.
Cuando acabé el proceso de creación del libro, después de un año de trabajo, nos reunimos mis editores y yo e intentamos explicar con palabras qué libro estábamos a punto de publicar... y nos costó muchísimo hacerlo. En un primer vistazo lo podemos definir como un libro de relatos ilustrados, porque el libro encierra texto e ilustración, pero ese concepto no es el que realmente representa. Durante el proceso de creación del texto las imágenes estaban siempre presentes. No he trabajado los textos de manera aislada, he intentado contar historias de la forma en que más cómoda me siento, sumando imagen y palabra.
-En ambos casos (literatura y pintura) has impartido clases, ¿crees que esa vis didáctica influye en tu capacidad para conectar con los lectores?
-Creo que es bastante probable que así sea, aunque siempre he sido bastante persuasiva debido a la facilidad que tengo para emocionarme por las personas o los proyectos que me interesan y contagiar a otros de ese entusiasmo. En muchas ocasiones es positivo, porque los proyectos creativos suelen llegar siempre a buen puerto, pero en ciertos momentos puntuales ha sido algo que no ha jugado a mi favor.
-Hemos dicho Calvino, pero también has puesto imagen a textos de Carlos Marzal, Carolina Otero... ¿a qué escritor te gustaría ilustrar?
-Me encantaría poder volver a ilustrar a Estel Solé o a María Leach, esta vez desde la experiencia que me ha dado trabajar en un proyecto como es Qué hacer cuando en la pantalla aparece THE END y disponiendo de mucho más tiempo del que dispuse la vez que lo hice.
-¿En qué quedó la novela negra ilustrada con Nestor Mir?
-Quedó en un borrador que solo cuenta con dos ilustraciones acabadas. Y me da mucha pena porque es un proyecto que me entusiasmaba. Néstor Mir fue la primera persona que me contactó para proponerme un trabajo relacionado con lo que hacía en aquel momento. Podría decirse que mi primera entrevista de trabajo fue con él: me encargó la imagen de su disco De l'amour a l'abime (Malatesta Records, 2006) y me dio toda la libertad del mundo. Con el paso del tiempo nos conocimos personalmente y nos hicimos amigos, y siempre me dejó beber de su obra para crear la mía: el experimento que hice hace cuatro años con su 'Étoile Lontaine' lo recuerdo con muchísimo cariño, fue emocionante desde el primer momento, en el que elegimos quienes iban a ser los protagonistas del video, y hasta el último segundo antes de presentarlo en un local de Ruzafa. Estoy segura de que Néstor sabe bien que puede contar conmigo siempre que quiera.
-Supongo que eres consciente de esa capacidad para conectar con un abanico muy amplio de público. ¿Cómo lo gestionas en tus proyectos creativos?
-Si creo en un proyecto me tiro de cabeza en él. Vivo por ese proyecto, soy muy obsesiva. Si sucede lo contrario, también actúo de manera contraria y no aporto absolutamente nada porque soy incapaz de hacerlo. Me cuesta trabajar en algo en lo que no creo al cien por cien.
-Has hecho infinidad de obras, has expuesto en una gran cantidad de ciudades dentro y fuera de España y has hecho todo tipo de encargos, incluso personales. ¿Cuánto hay del ‘sí a todo' en el crecimiento de tu popularidad como artista?
-Hay un porcentaje muchísimo más elevado del "no" que del "sí". Diariamente pueden llegar a las dos cuentas de correo con las que trabajo al rededor de unos 100 correos electrónicos, la mayoría de los cuales están plagados de propuestas, muchas de ellas muy interesantes. Tengo muy claro que no puedo hacerlo todo por varias razones: la primera es porque una ilustración necesita un tiempo (de planificación, de ejecución, de reposo), y si aceptara hacer todos los dibujos que me proponen hacer el nivel de estos bajaría considerablemente. Soy incapaz de dejar salir del estudio un dibujo que no considere que cumple con mis expectativas. La segunda es que no me siento cómoda haciendo trabajos que estarán compitiendo en un mismo campo: no puedo hacer más de dos imágenes para discos al año, por ejemplo, ni más de dos carteles para teatro. También digo no a las propuestas que suelen vincularme con marcas, y desde hace dos meses ya no estoy aceptando encargos particulares porque me es imposible hacerlos.
Soy consciente de que lo que estoy haciendo es algo que empecé a construir hace más de diez años, es mi carrera de fondo, y quiero disfrutar de esa carrera, no de llegar a una meta.
-Tras publicar Léeme has pasado a vivir lo que podríamos llamar una sobreexposición de tu obra. Recordamos la cuestión de los carteles arrancados, pero imagino que te habrás encontrado tu ilustración en lugares que no esperabas.
-Normalmente, la gente que se apropia de mis dibujos lo hace con mucho entusiasmo, lo hace de manera sincera. Así que sí, hay veces en las que he visto mis dibujos tatuados en pieles, copiados con mayor o menor acierto, en blogs donde el contenido que alguien ha decidido que ilustren no es del todo acorde con lo que yo pueda pensar, etcétera. Pero esto son cosas pequeñas, hechas desde el desconocimiento y con cariño, y seguramente yo también lo hice con la obra de alguien que me gustaba mucho. También he arrancado carteles que me gustaban y los he colgado en mi casa, así que no me parece algo tan grave. Creo que aquella noticia se sacó de contexto. Estaban todos tan alborotados que ni siquiera supieron distinguir entre una liebre y un conejo.
Que algo que yo he creado tan íntimamente le sirva a alguien para afrontar un dolor, o para entenderse mejor, me parece que es algo que nunca podrá parecerme desagradable.
-De la experiencia del crowdgunding a Lunwerg, como si no hubiera término medio. ¿Cómo han sido de diferentes estas experiencias?
-Para Léeme necesitamos Verkami, porque teníamos un presupuesto limitadísimo para el libro que queríamos publicar. El hacer ese Verkami fue una idea excelente porque el público se involucró desde el primer momento de su creación. Vieron cómo se iban perfilando los personajes, qué todo iba adquiriendo la historia, iban haciendo suyo el libro al mismo tiempo que yo también lo hacía. Fue muy emocionante.
Por otro lado, trabajar con Lunwerg es algo que estoy disfrutando muchísimo. La conexión con Javier Ortega y con Mireia Lite, mis editories, fue instantánea, la noté nada más pisar el suelo de la sala de la séptima planta del edificio Planeta aquí en Barcelona. Me regalaron los medios para hacer y publicar mi primer libro. Se adaptaron en todo momento a mis necesidades: cuando les expliqué el proyecto y vieron la magnitud, cambiamos los tiempos de entrega previstos y lo dilatamos durante un año, y este último año trabajando en Qué hacer cuando en la pantalla aparece THE END ha sido uno de los años en los que más he aprendido. Tanto Mireia como Javier han estado involucrados en el proyecto de un modo muy cercano. Y ahora que el libro está a punto de ver la luz y estamos llegando al final, puedo confirmar que todo ha ocurrido como ellos me dijeron en la primera reunión. Me dijeron que "querían publicar mi libro", y en ese libro todo se iba a hacer como yo considerara mejor: yo elegiría el formato y el contenido, podía decidir si iba a haber texto o no, lo iba a diseñar el estudio con el que más cómoda me sintiera (TemaBcn), iba a tener el número de páginas que yo decidiera, el papel también lo escogería yo. Han sido pacientes y han estado en todo momento acompañando la creación tanto del texto como de las ilustraciones. Y yo al principio me sorprendía de cómo una editorial tan potente podía ser tan humana y cuidar tanto a la gente con la que trabaja y los libros que publica, pero ahora no me sorprende en absoluto porque ya me he acostumbrado a su modo de hacer. Han cuidado hasta el último detalle y se han preocupado en todo momento de que este libro fuera exactamente lo que yo quería publicar.
-¿La producción masiva te ha convertido en nocturna o diurna?
-No considero que esté produciendo masivamente. Siempre he sido muy inquieta y productiva (las paredes de la casa de mis padres parecen salones del XIX, forradas hasta arriba de cuadros al óleo), quizás ahora, con las redes sociales y con la repercusión que está teniendo mi trabajo es algo que tiene más visibilidad, pero la producción no es tan distante. Ahora soy más diurna.
-¿Barcelona acabará siendo la base de operaciones de Paula Bonet?
-Barcelona y -sobre todo- su gente me han robado el corazón. En principio sí, aquí estoy muy a gusto.
-¿Cómo vives desde allí la desproporción -en positivo- de ilustradores que existe en una ciudad como Valencia?
-Lo veo como algo fantástico. Me parece algo muy estimulante, y creo que necesario. Tenemos muchas cosas que decir, y en Valencia mucha gente lo está haciendo y diciendo muy bien a través de la ilustración.
-El papel como soporte. ¿Sigues resistiéndote en lo creativo a partir del píxel en blanco?
-Si, sigo enganchada al papel.
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