VALENCIA. Por fin sólo música. Música y escenografía. Porque eso fue lo que más brilló en la tarde del domingo en el Palau de les Arts, la imaginativa dirección de escena de Joan Font, de Els Comediants. Rodeado de algunos de los miembros de su equipo, el catalán ha sabido sacarle todo el partido a los escasos medios de los que ha dispuesto, austeridad manda, para construir una inteligente y divertida aproximación a L'italiana in Algeri, la ópera de Rossini que se presentó este domingo en el coliseo valenciano.
Por encima de la eficacia habitual de la Orquesta de la Comunidad Valenciana o del Coro de la Generalitat, en esta ópera sólo los hombres; por encima de la solvente dirección de Ottavio Dantone, idóneo para este tipo de óperas según lo describió el intendente del Palau de la Música, Ramón Almazán, antes de la representación; por encima incluso de la brillante interpretación de la mezzosoprano valenciana Silvia Tro Santafé o del tenor italiano Antonino Siragusa, por citar dos de los cantantes más aplaudidos de la representación dominical; por encima de todos ellos estuvo la divertida y ocurrente dirección escénica de Font.
El vestuario, que parecía salido de un sueño lisérgico de Agatha Ruiz de la Prada, obra de Joan Guillén, responsable también de la escenografía, se convirtió en un halo de luz que iluminó la mortecina tarde. Ni siquiera la ausencia injustificada del presidente Alberto Fabra, en un nuevo desplante al Palau de les Arts, adquirió importancia. El no hacer ni siquiera acto de presencia en el primer acto para después ir a la Cridà, quedó eclipsado. No por quien ocupó su puesto, el conseller de Economía, Máximo Buch, sino porque lo importante era lo que sucedía sobre las tablas.
Casi dos meses después de la caída del primer trozo de trencadís, el Palau de les Arts, ahora desnudo, no tan feo por la noche, se refugiaba en la música rossiniana, en sus rancios argumentos cómicos, en sus chistes bufos hábilmente actualizados por el travieso Font, quien se permitió juegos como inventarse una guardia pretoriana de tres sarracenas que jugaban a ser émulas de las discípulas de Bill, el malvado de Kill Bil.
La música fue la protagonista de una velada que concluyó con la habitual ración de aplausos y 'bravos', cinco minutos, con especial mención a los ya citados Tro Santafé, Siragusa y el turco Burak Bilgili, sustituto improvisado de última hora del uruguayo Erwin Schrott, quien pese a estar anunciado hasta hace un par de semanas finalmente no hizo acto de presencia por Valencia.
Un inconveniente ya que la ópera se había programado pensando en él y, por ejemplo, se ha dispuesto un espacio de diez días entre la tercera representación (el 1 de marzo) y la cuarta (el 11), atendiendo a las necesidades de agenda de uno de los hombres de confianza de la intendente austriaca, Helga Schmidt, un cantante que ella descubrió con el concurso Operalia.
El montaje de L'italiana in Algeri que se pudo ver este domingo en Valencia, coproducido entre el Teatro Real de Madrid, el Maggio Musicale Fiorentino, la Houston Grand Opera y el Grand Théâtre de Bordeaux, marcó el regreso firme a la actividad pública del Palau de les Arts. Un regreso que ve condicionado su futuro por los recortes presupuestarios y por la obsesión del presidente Fabra y su equipo por deshacerse de Schmidt y del Palau de les Arts, al que consideran un "capricho para burgueses".
Mientras tanto, la música sigue sonando. Y, como dijo Font, la ópera tiene que ser un superespectáculo. La de este domingo lo fue. Colorista, ocurrente, ingeniosa, divertida... Doscientos años y nueve meses después de su estreno en Venecia, la magia de Rossini sigue viva. El gerente de CulturArts, Manuel Tomás, en sustitución de la consellera María José Català quien ya ha anunciado que estará en la tercera representación, o el presidente del Consell Valencià de Cultura, Santiago Grisolía, pueden dar fe de ello. Fabra no. No estaba. Prefirió ir a la Cridà.
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