VALENCIA. No nos engañemos, las estanterías de las librerías comerciales parecen las vitrinas de un museo de la picaresca. Abundan las biografías propagandísticas, alucinaciones de salvapatrias y panfletos de autoayuda que, como se dice vulgarmente, sobre todo ayudan al destinatario de los dividendos de la obra. Sin embargo, algunas veces uno se lleva muy gratas sorpresas. Es el caso de La sátira. Insultos y burlas en la literatura de la antigua Roma de la editorial Rey Lear. Un ensayo sobre las lindezas que se dedicaban nuestros antepasados.
La sátira, cuenta el autor, nace de la propensión innata de las culturas mediterráneas a lo burlesco. Ya en las Doce Tablas, primer compendio de leyes romano, apareció una norma que decía "Si alguien sacare cantares vejatorios o compusiere versos que calumniaran o agraviaran a otro, pena capital". Parece que, siguiendo otra tradición también muy nuestra, la de pasarse las leyes por el forro, pocas veces se cumplió en esa primera etapa.
Al propio Julio César, cuando desfiló victorioso de las Galias, sus hombres le cantaban:
"Guardad a las mujeres, romanos
que aquí viene el follador calvo"
Pero esos cánticos eran elogiosos a un camarada. Las que van apareciendo posteriormente, las dedicadas a los políticos del momento, perfectamente encajarían en el momento que vivimos dos mil y pico años después. Uno de los primeros autores, Lucilio, que podía permitirse meter caña porque era amigo de Escipión Emiliano, a cuyas órdenes participó en la toma de Numancia, llego a escribir treinta libros con descripciones como ésta:
"Hoy en Roma, del alba hasta la noche
Un día y otro, laborable
o festivo, desvívense los jefes
Del pueblo y senadores del foro
de él no salen, bregando por un único
oficio e interés: el de engañar
ladinamente al prójimo, blandiendo
triquiñuelas, retándose en lisonjas,
tratando de pasar por gente honrada
Y poniéndose trampas cual si fuera
Enemigos de todos entre sí"
Los panfletos difamatorios fueron aumentando conforme crecieron los intereses contrapuestos en una República que ya controlaba diversas provincias y estaba llena de generales con sus ejércitos tirándose los trastos entre sí. De modo que cuando llegó el Imperio no faltaron asesinatos de autores de poemas y libelos. Un fabulista condenado al destierro, Fedro, escribió sobre Tiberio un diálogo entre un viejo, el emperador, y su pueblo, un asno, que no ha perdido frescura y da buena cuenta de la mentalidad del personal bajo las ambiciones de los notables.
"Cuando cambia el gobierno, nada cambia
para los pobres, sino el nombre solo
del que manda. Y así dice esta fábula:
apacentaba un viejo timorato
su borrico en un prado, cuando, súbito
lo aterra el vocerío de enemigos
e insta al asno a huir para evitarlos
mas este lentamente inquiere:
-¿Crees que el vendedor pondráme dos alabardas?
-No -respondiole el viejo.
-Pues, entonces,
¿qué me importa a quién sirva, si igualmente
tendré yo que seguir llevando alabarda"
Con Calígula, se desterró a un autor, Carrinas Segundo, por pronunciar un discurso contra los tiranos y otro célebre escritor de farsas fue quemado vivo. Bajo Nerón, murieron los más grandes autores de la época, cuenta Hernúñez. Séneca, Lucano, Petronio y Persio, que fue el único que lo hizo de muerte natural.
Al propio Petrionio se le atribuye la que califica de primera novela picaresca, el Satiricón, con las aventuras de Encolpio, un libertino homosexual, y Trimalción, un nuevo rico que prepara banquetes pantagruélicos a sus invitados para martillearles con sus hazañas. Ahí desliza unas palabras también que también suenan muy actuales:
"reina sólo el oro, ¿a qué las leyes
si no puede gozarlas la pobreza?
Lo mismo que los cínicos, frugales
que venden su honradez y su elocuencia
al más caro postor, hacen los jueces,
vendiendo la justicia sin vergüenza".
Más adelante, a Vespasiano hay que recordarle con cariño. Respondía personalmente a los panfletos injuriosos contra su persona. Pero su hijo Domiciano ya fue otro cantar, ordenó la quema de libros y prohibió la sátira que mencionase a individuos.
Por otro lado, resulta especialmente jocoso que uno de los nacidos en el actual territorio español, Marcial -de Calatayud para más señas-, destacase por adular al régimen mientras centraba su actividad en difundir cotilleos y chismorreos de la vida privada de los notables. Aunque hay que admitir que algunos eran de singular belleza. Lean:
"Delator, calumniador
Traficante, embaucador
Chupapollas y borrico
Que, además de eso, Melchor
seas pobre, no me lo explico"
Con Juvenal descubrimos al famoso autor de la alusión al "pan y circo". Y en el siglo II uno llamado Tertuliano, manda narices, fue quien, en sus embestidas contra los que no eran cristianos, sentó las bases para las obras posteriores de los padres de la Iglesia que empiezan por "Contra". Todo encaja.
Al final de este ameno ensayo a uno sólo le quedan ganas de más. Muy bien podría el autor haber firmado un tomo de setecientas páginas. Pero se trata tan sólo de la transcripción de su ponencia en el primer congreso del Centro Internacional de Estudios sobre el Humor y la Sátira. Un encuentro que organizó en San Roque Andrés Vázquez de Sola en el que se reunieron, entre otros, Luis Carandell, Juan Luis Galiardo, Forges, Luis García Berlanga, José Luis Sampedro, José Saramago y Manuel Vázquez Montalbán. Aquello quedó en nada, pero el texto ha sido rescatado porque "las cuitas de aquellos romanos, que tantas cosas nos dejaron, son las mismas que parten el corazón de la gente de hoy". Y que lo digas.
Título: La sátira. Insultos y burlas en la literatura de la antigua Roma
Autor: Pollux Hernúñez
Páginas: 120
Precio: 10,95 €
Editorial: Rey Lear Editores
Sólo una correción, en plan marisabidillo pedantorro, es albarda y no alabarda. Por lo demás articulo estupendo que me ha sabido a poco.
Tertuliano es, además, el que sienta las bases del Argumento Definitivo: ¿crees en verdad en eso, que es tan absurdo? A lo que contesta: por eso creo, porque es absurdo.
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