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'EL CABECICUBO'

'El Príncipe' de Telecinco, la gran esperanza blanca de la ficción española

ÁLVARO GONZÁLEZ. 22/02/2014 La nueva serie de Telecinco no aporta grandes novedades al género, pero sus cinco millones de espectadores son un balón de oxígeno

VALENCIA. Después de la adaptación de la realidad de la serie colombiana Sin tetas no hay paraíso a un barrio de Madrid -donde por ahora, ya veremos en el futuro, no hay tantas adolescentes que dependan de arrimarse a un narco para prosperar- Telecinco se ha dado cuenta de que en España no nos falta barrillo y ha situado su última ficción en Ceuta, en un contexto de policías corruptos, yihadistas y narcotraficantes. Una gran idea que demuestra que en España no hace falta irse a buscar la mierda fuera.

La serie se llama como un barrio ceutí, El Príncipe, y está dando unas cifras de audiencia espectaculares. Cinco millones y medio de personas siguen cada capítulo por ahora. Son registros como las mejores cifras marcadas por Los Serrano en su día o que se acercan a los seis millones que hizo Aída por 2008. Y desde luego superan a otros hitos contemporáneos como Isabel, El Barco o El Internado.

Es un dato muy interesante porque sirve para comprobar la tragedia que vive la televisión en España. Atención a los datos de audiencia del capítulo del Príncipe del 11 de febrero: Mayores de 64 años, 22,6%; de 46 a 64, 34,9%; de 24 a 44, 32,4%, de 13 a 24, 7,6%, y de 4 a 12 años, 2,5%. Es decir, la gente joven pasa de la tele.

Y eso que los jóvenes españoles cerraron 2013 siendo los segundos de Europa, tras los italianos, en consumo de televisión. Pero la brecha por edades es tétrica. Ya no es que no haya jóvenes para que nos paguen las pensiones, es que ni siquiera ven la televisión. Y encima, según los últimos datos que se mostraron en el último seminario de la Televisión de AEDEMO en La Coruña, la evolución es descendente.

Para evitar esta fuga de espectadores se recurre a todo tipo de trucos. Por ejemplo, Dreamland, una serie musical que se emitirá en Cuatro, ya tiene a un grupo para forrar carpetas adolescentes, Los chicos de Dreamland, actuando por todas las franjas horarias de las cadenas de Mediaset.

Otra tendencia es la creación de perfiles ficticios en las redes sociales de los protagonistas de las series. O poner a los actores a tuitear durante su emisión. Todo, cualquier cosa, con tal de atraer la atención en las ágoras interneteras, refugio de un espectador, hace poco también llamado telenauta, que si tiene que centrarse en una sola pantalla tiene la sensación de que le has puesto a observar cómo crecen las plantas.

Eso es lo que se hizo en el estreno del Príncipe, los personajes iban comentando el capítulo en directo desde sus cuentas de Twitter. Algo parecido se hizo con La Pecera de Eva, aquella serie del estilo de In treatment, de HBO, en la que tenías al personaje de la psicóloga del instituto comentando lo que ocurría en Facebook y Tuenti. Hay que admitir que conversar con los personajes de la ficción, hacerles preguntas y que te las respondan mientras ves la película o la serie, es cosa del futuro.

¿Pero la serie de El Príncipe'de qué va? Pues se trata de una idea totalmente novedosa que nunca se había visto ni en televisión, ni cine, ni literatura. Es una historia protagonizada por dos policías que tienen personalidades completamente distintas. Sí, no podemos parar de crear. ¿Qué será lo próximo? ¿Una viejecita que resuelve crímenes? ¿Un tío con un coche que habla? O algo mucho más disparatado en plan cómo se nos va la olla: ¿una serie sobre la plantilla de un hospital?

Dejando de lado ese detalle, lo cierto es que El Príncipe sí que se arriesga en algunos aspectos. Primero, que traslada la acción a Ceuta y toca temas sensibles como el del terrorismo islamista, la corrupción policial, las garantías democráticas pasadas por salva sea la parte y, el más chistoso, el sentimiento nacional de los españoles de origen árabe.

Aunque la parte que más llama la atención es que un personaje protagonista, el que interpreta Coronado, tenga una personalidad, digamos, con aristas. Se presenta sin grandes juicios de valor que es un hombre casado y con hijos que tiene un lío con una camarera. Lo natural habría sido caricaturizarla a ella para decir a la moral cristiana del pueblo español que el adulterio es malo, pero se la presenta como una excelente persona. Esto es duro, porque el personaje tiene una mujer medio enferma del tarro y una hija muy lista. Se presenta a un individuo que hace algo repudiable sin humillarlo. Esto es un paso adelante.

Y por los niños listos que tienen sus tramas en la serie no hay que llevarse las manos a la cabeza. Los guionistas están obligados a gustar a ese engendro llamado "toda la familia". Una obligación que pasa por que un policía le recomiende a una mujer que ha estado llorando durante horas que se eche hinojo para bajar la inflamación de los ojos. En ese momento tu abuela dice "me gusta ese personaje". Y luego salgan los niños listos a resolver misterios y, por supuesto, lo que la gente de la televisión ya llama "el momento tableta".

Esto consiste en sacar a un joven bien parecido mostrando el torso desnudo. Ya saben ustedes que hoy en día hay una epidemia que se extiende entre los jóvenes, una enfermedad terrible que hace que se les agarroten los músculos abdominales y se deformen como si fuesen tabletas de chocolate. La sociedad, morbosa, no deja de disfrutar viendo a estos desformados de nuestro tiempo como en circos victorianos y, por ello, han de salir en televisión unos cuantos momentos como éste so pena de que cierto público femenino cambie de canal.

Lo hilarante en el estreno del Príncipe fue que Álex González mostró su tableta sosteniendo con las manos una tablet. Eso es comunicación subliminal y lo demás zarandajas. No le pusieron en un tablao flamenco porque entonces el espectador hubiese eyaculado inconscientemente sin saber por qué y tampoco hay que ser tan invasivos.

Otro asunto tenebroso es el acento. Bien es cierto que es una serie de ficción y para consumo televisivo, pero el acento ceutí brilla por su ausencia. ¿Huirían los espectadores de la cornisa cantábrica de ser así, o viceversa? Nunca lo sabremos porque aquí, siempre, se rueda en español de Ávila aunque el personaje sea un traficante de drogas marroquí. Como ya estamos acostumbrados, no merece la pena lamentarse. El problema es que cuando los actores de menor calidad interpretan así parece que estén vendiendo seguros en un spot, pero bueno, profiláctica es la caja tonta.

Pese a todo, la gran esperanza de esta serie son sus cinco millones de espectadores. No es que sean buenos para la cadena, es que pueden salvar un género, que es el de la ficción española. La ‘Chica de la tele' dijo recientemente que dos de cada tres productos de este tipo fracasan. Para la industria, que ve cómo descienden los ingresos por publicidad y compite con más cadenas y pantallas que nunca, recuperarse de una inversión en un programa con tres sillas, dos travestis y un chascarrillo, es fácil. De una serie, con sus decorados, actores, guión, técnicos y exteriores, ya no tanto. Que El Príncipe funcione puede salvar los muebles de una profesión.

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